Todos los políticos acuden a una cita como el debate del estado de la nación con un guión planificado, y no me refiero sólo al texto de la intervención. Deben tener claro cuál es el mensaje que quieren enviar, qué cifras les pueden servir, cuál debe ser el estilo de su intervención, con qué rivales deben ser duros y con cuáles respetuosos o condescendientes.
Si se ven obligados a cambiar esos criterios, es señal de que algo ha salido mal. Aumenta el riesgo y las posibilidades de que los periodistas despierten y alteren el guión que también ellos llevaban en la cabeza. Si eres el presidente del Gobierno, sobre todo uno como Rajoy, casi prefieres que no pase nada, que todo se quede en una molesta cita en la que es suficiente con poner la cara, leer unos folios, alardear de cifras y salir del hemiciclo sin sudar la camiseta.
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