Le faltaba una imagen más a la campaña electoral de Madrid para dejar patente su condición de máquina trituradora de partidos y políticos en un escenario en el que la espada se usó más que la pluma. Ángel Gabilondo culminó las semanas más tristes de su carrera política con la entrada en un hospital por un episodio de arritmia cardíaca. No mucho después, salió la noticia de que ni siquiera recogería su acta de diputado en la Asamblea. De repente, al PSOE le ha entrado prisa y quiere solucionar en unas pocas horas el impacto negativo de los titulares a cuenta de un fracaso que tiene más padres que Gabilondo.
Es obvio que Gabilondo no era el candidato adecuado para estas elecciones por lo que se había visto en los dos años de la legislatura. La campaña, diseñada por Moncloa, sólo confirmó esa idea y no aportó ningún elemento positivo que compensara sus debilidades. Tirarlo del tren dos días después de las elecciones cuando no había ninguna urgencia a corto plazo ha sido una decisión fea y brutal. Gabilondo se resistió inicialmente a renunciar al escaño. Las presiones hicieron efecto en su salud.
No vimos las imágenes del catedrático entrando en el hospital, pero sí su salida. «Supongo que mi cuerpo me está diciendo que me tengo que tomar la vida con una escala de valores en la que la serenidad, aunque yo la cultivo todo lo que puedo, debe ser la clave», dijo a los periodistas. Es difícil conservar la serenidad cuando te dan la patada una semana después de que Pedro Sánchez poco menos que te compare con Joe Biden.
Otro que ha caído es el líder del partido en Madrid, José Manuel Franco. Lo de líder hay que ponerlo entre comillas. Es secretario de Estado de Deportes y hasta hace poco era delegado del Gobierno. En calidad de tal, prohibió en marzo la celebración en la calle del 8M, la típica situación en la que no debería encontrarse el secretario regional de un partido de izquierda. Ahora se ha nombrado una gestora presidida por una diputada del Congreso que hará lo que ordene Moncloa. Para que no haya necesidad de interpretar demasiado, en ella figura un alto cargo de Presidencia del Gobierno. En el PSOE madrileño pueden estar contentos. Al menos, no han puesto a Iván Redondo a dirigirla.
El PSOE vuelve a estar en Madrid en una situación que conoce bien. Se incluye en las listas electorales a nombres que salen del Gobierno o se hacen fichajes que buscan impresionar a los periodistas. La campaña electoral revela que no aportan mucho y se los tienen que comer para toda la legislatura.
Como apariciones estelares en la candidatura para el 4M, se contó con dos secretarias de Estado –Hana Jalloul e Irene Lozano– y la presidenta del Senado, Pilar Llop. Nadie se atreve a sugerir que hayan aportado algo especial. Lo mismo que ocurrió con Pepu Hernández en las elecciones municipales. Es algo parecido a lo que le pasa al Real Madrid con Gareth Bale con la diferencia de que esos fichajes no les salen tan caros a los socialistas. Y es cierto que Jalloul, Lozano y Llop no podrán más interés en jugar al golf que en asistir a los plenos. Eso que llevan ganado.
Quien no va a entrar en el hospital por somatizar las tensiones es Joaquín Leguina. Cada vez que abre la boca es para tildar de idiotas a los dirigentes del partido. El que fue presidente socialista del Gobierno madrileño entre 1983 y 1995 forma parte de esa vieja guardia que no soporta el camino que inició el partido con la elección de Zapatero hace 20 años. Alegan que siguen siendo socialistas, pero sus críticas son prácticamente idénticas a las que surgen en la derecha. Por eso, son entrevistados con frecuencia por medios conservadores. Saben que van a producir un torrente de desprecio hacia Sánchez, como antes hicieron con Zapatero.
El PSOE ya ha tenido bastante y ha puesto en marcha un expediente de expulsión del partido contra Leguina y Nicolás Redondo Terreros por su apoyo a Isabel Díaz Ayuso, que visitó en la campaña las instalaciones de una ONG que ambos dirigen. Básicamente, fue allí para hacerse la foto con ambos en su intento de reclamar votos entre los votantes socialistas decepcionados con Sánchez. Ellos dicen que no han pedido el voto a favor del PP, pero en realidad Leguina ya había dejado claro en una entrevista en abril que prefería a Ayuso antes que a Sánchez. Pablo Casado lo ha llamado una purga, pero si lo hiciera alguien de su partido, estaría en la calle antes de que a García Egea le diera tiempo a tomar un café.
Con la misma gracia con la que alguien dice estas cosas y luego pide un coñac y le dice al camarero que no sea tacaño, Leguina estuvo a la altura del personaje con la primera reacción a la propuesta de expulsión: «Como dicen los castizos, me la suda» (niño, pon otra copa). «Ahora vamos a tener la culpa Nicolás y yo de la estrepitosa derrota que han tenido estos imbéciles» (niño, pon también algo de picar). «La culpa la tiene Sánchez y sus amiguetes de Moncloa, que han montado una campaña para echarse a llorar» (risas y aplausos de los amigos en la barra, el camarero vuelve para llenar los vasos).
Con independencia de la opinión política de cada uno, no cabe duda de que es mejor tomarse las adversidades como Leguina y no como Gabilondo. Luego te echan del partido, pero las risas no te las quita nadie. Ni las copas.