Pablo Casado comenzó el día este lunes con una idea en la cabeza: otra semana como la pasada y me muero. Excepto en las elecciones de abril y noviembre de 2019, en pocas ocasiones su liderazgo del Partido Popular ha sido tan cuestionado o caricaturizado desde dentro de su propia formación. Esta vez, le tocó sufrir el ataque combinado de Isabel Díaz Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo, que es un poco como si fueras Polonia en 1939. Cada vez que Génova pensaba que había dado por cerrado el debate, alguna de ellas volvía a atormentarlo con su aguijón. Para el lunes, optó por una solución segura. Viajó a Vitoria para visitar el Memorial de Víctimas del Terrorismo. Cuando los periodistas le preguntaron por la crisis interna del PP, tenía la respuesta preparada. No quería hablar del tema «por respeto a los 850 asesinados por ETA». El comodín de ETA es una navaja multiusos que funciona tanto como arma ofensiva como defensiva.
También este lunes Díaz Ayuso volvió a aplicar el método que tanto exaspera en Génova. Aparece con un extintor para fingir que quiere apagar el incendio y al mismo tiempo lo atiza añadiendo un par de troncos al fuego. «El electorado de centroderecha no entiende nada», dijo en una entrevista en TVE, como si la cosa no fuera con ella y esto fuera un lío que han montado otros. Eso no le impidió reiterar que el congreso del PP madrileño debería celebrarse cuanto antes porque «prolongarlo otros ocho meses tendría mucho desgaste». Para Casado, podría haber dicho. Ella no va a desechar ninguna oportunidad de insistir en sus exigencias. Lo quiere todo (el poder en el PP en Madrid) y lo quiere ya (en marzo como muy tarde). Casado se niega a aceptar lo segundo porque en el fondo no le conviene permitir lo primero.
El congreso del PP andaluz del pasado fin de semana fue un ejemplo de cómo la rebelión madrileña terminará contaminando al resto del partido de una forma u otra. Ayuso animó en público a Moreno Bonilla a no dejarse presionar a la hora de tomar sus decisiones. Es decir, a ser como ella. Todos pensaron que se refería a Génova y su probable interés en que se adelanten las elecciones en Andalucía. La gente de Ayuso puntualizó después que la frase tenía que ver con Vox, una explicación que fue recibida con bastante escepticismo.
En el cierre del cónclave, y para despejar las dudas sobre su liderazgo, Casado incurrió en un ejemplo de negación de la realidad de la historia de su partido que provocó cierto sonrojo. El partido no es de «solistas», dijo (cuando siempre presume de lo fantásticos que son sus líderes regionales). No es tampoco «una hoguera de las vanidades que no conducen a ninguna parte» (si hay algo que importa en política es la vanidad personal de sus líderes; Casado hasta se dejó barba para intentar dar imagen de madurez). «Esto no es un ‘talent show’ de megalomanías». Esa fue sin duda la mejor frase, imposible de desligar de la imagen que Miguel Ángel Rodríguez ha labrado de su jefa como heroína de las libertades contra el avance del comunismo en Europa.
La parte de talento en la expresión resulta dudosa a estas alturas por los daños que provoca esta crisis en la reputación del partido, como no cesan de recordar los alarmados medios conservadores. Por el contrario, la de megalomanía se entiende mejor.
Como en los mejores ‘realities’ o culebrones de sobremesa, para animar a la audiencia con nuevos sustos era esencial que apareciera una malvada del pasado, un personaje ya amortizado al que se resucita con la misión de volver a calentar el ambiente. Se daba por hecho que el libro de Álvarez de Toledo iba a incluir una larga lista de defectos de Teodoro García Egea al que la anterior portavoz del grupo parlamentario considera un pequeño intrigante sin valía personal. Lo que más llamó la atención fue el escaso respeto que la diputada rebelde sentía y siente por el líder del partido y sus ganas de que todo el mundo se entere.
Toledo justificó su ausencia entre el grupo de miembros del PP que apoyaron la candidatura de Casado en las primarias con un argumento demoledor: «Siempre había trabajado con gente más inteligente y valiente que yo, y no me sumé». Lo dice alguien que había trabajado para Ángel Acebes, así que eso deja a Casado en una posición muy baja en la escala de inteligencia.
El plan inicial de Génova era responder al libro con un silencio despectivo, pero las burlas de la arrogante Cayetana hacia sus compañeros de escaño terminaron provocando una riada de comentarios enfurecidos de los diputados a los que ella había descrito como «una claque servil y sectaria» cuya principal función es romperse las manos aplaudiendo al líder. El exceso en la adhesión al líder nunca ha sido considerado un defecto en el PP. A Rajoy le aplaudían en pie los senadores del PP sólo por el hecho de presentarse en la Cámara, antes de pronunciar una sola palabra. Pero las palabras de Toledo están escritas para que duelan.
La reacción de los diputados ha sido brutal. A nadie le gusta que le insulten o que lo comparen con un rebaño de ineptos aduladores. «Simpatía cero y altivez total» es una de las definiciones que le dedican ahora. No es de las más graves.
Álvarez de Toledo se ha quedado sin defensores en este torrente de desprecio mutuo. Con una excepción reveladora, la de Díaz Ayuso. «Es un problema que se ha creado entre una diputada y la dirección nacional. Y yo ahí poco puedo opinar», respondió la presidenta madrileña. Esta neutralidad tiene todo el aspecto de venir de alguien que ya no va a dar a Casado y Egea ni los buenos días.
Antes del fin del congreso andaluz en Granada, Casado asistió el sábado a una misa en una iglesia cercana a su hotel en la que cada 20N se reza por Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera. El partido lo definió como una simple coincidencia de la que él no era consciente. No ha explicado cómo es que no vio en el altar una corona de grandes dimensiones colocada por la Fundación Francisco Franco.
Hay una posibilidad de que la versión de Casado sea comprensible. Con la semanita que le había caído encima, el hombre ya no se daba cuenta ni de lo que tenía delante. El ‘talent show’ del PP está teniendo unas audiencias excelentes al precio de ir dejando unos cuantos jirones de su liderazgo por el camino.