Los Estados Unidos de Trump ya han conseguido llevarse por delante la reputación de otra institución básica del sistema político norteamericano. El Tribunal Supremo –el último tribunal de apelación en los casos judiciales más importantes y el intérprete de la Constitución– se ha visto contaminado esta semana por el clima de división que sufre el país hasta niveles desconocidos hasta ahora.
No se trata de la primera vez que ocurre algo así. Los debates en el Senado sobre la confirmación de los jueces Robert Bork en los 80 y Clarence Thomas en los 90 ya provocaron escenas de crispación de alta intensidad. Se trata de un proceso muy politizado en el que el presidente elige a un candidato para el puesto vitalicio de miembro del Tribunal Supremo que luego debe ser ratificado por el Senado. En otras épocas, los senadores aceptaban el criterio del presidente al tratarse de un privilegio que le concede la Constitución. Ahora ya forma parte de la pelea política, donde no se concede nada al rival.
A causa de la muerte del juez Scalia, Barack Obama tuvo la oportunidad de nombrar a su sustituto en los últimos meses de su segundo mandato, pero los republicanos se valieron de su control del Senado para negarse a iniciar el proceso de ratificación. Fue una especie de boicot institucional, ante el que la Casa Blanca no pudo hacer nada, con el débil argumento de que era conveniente esperar a que los ciudadanos dieran su veredicto en las elecciones presidenciales de 2016.
Para entonces, llamar a EEUU un Estado disfuncional ya se había convertido en un lugar común.
Aun así, lo ocurrido esta semana ha superado las cotas anteriores de caos y drama. El elegido por Trump para cubrir la última vacante, Brett Kavanaugh, ya contaba con un perfil partidista muy claro. Fue uno de los consejeros del fiscal Kenneth Starr en el proceso de destitución de Bill Clinton, ese ‘impeachment’ que comenzó con la investigación de un posible delito de tráfico de influencias por una compra de tierras en Arkansas y que acabó con una acusación de perjurio por mentir sobre las relaciones sexuales del presidente con Monica Lewinski.
La primera comparecencia de Kavanaugh ante los senadores fue relativamente normal con las promesas habituales del candidato de continuar el trabajo del Tribunal Supremo y su compromiso de no pretender cambiar decisiones anteriores de muchos años atrás por razones partidistas. Todo el mundo estaba pensando en ese momento en la sentencia Roe vs. Wade que abrió el camino en EEUU a la legalización del aborto.
Aunque los republicanos cuentan con una mayoría ajustada en el Senado (51-49), lo más probable es que Kavanaugh hubiera sido confirmado. Eso iba a producir un giro a la derecha en el tribunal, porque sustituiría a Anthony Kennedy, un juez conservador elegido por Ronald Reagan, pero que se había sumado a los jueces progresistas en algunas sentencias importantes.
Entonces, Christine Blasey Ford decidió contar su historia. Cómo Kavanaugh y un amigo intentaron violarla en una fiesta a principios de los 80 cuando el ahora juez tenía 17 años y Blasey dos menos. Lo hizo además de forma creíble con un testimonio en el que admitía que no podía recordar todos los hechos y dejando claro el terrible impacto psicológico que le había ocasionado el ataque. Probablemente, lo único que le salvó es que sus agresores estaban completamente borrachos.
Hubo un veredicto generalizado, incluso entre republicanos y medios conservadores. El testimonio de Blasey era creíble, algo más que verosímil, precisamente porque no intentaba aparentar que lo recordaba absolutamente todo sobre hechos ocurridos hace décadas.
Los senadores republicanos fueron conscientes de que debían hacer algo imposible: respetar a Blasey y defender al mismo tiempo la inocencia de Kavanaugh. Eso pasaba por reabrir el proceso –las comparecencias ya habían concluido en la Comisión de Justicia del Senado– y convocar a Blasey para que prestara declaración en una sesión pública y también a Kavanaugh para que diera su versión.
La sesión tuvo un impacto dramático. Las palabras de Blasey, cuya voz se quebraba por momentos, tuvieron una fuerza que los republicanos no pudieron contrarrestar.
Catch up on the biggest moments from Dr. Christine Blasey Ford’s testimony:
«I am terrified.»
«I believed he was going to rape me.»
«I am no one’s pawn.»https://t.co/53bFMF1Ild #KavanaughHearings pic.twitter.com/eS777mNsR8— ABC News Politics (@ABCPolitics) 27 de septiembre de 2018
La credibilidad de Blasey salió reforzada. Uno de los presentadores principales de Fox News afirmó después que había sido un testimonio creíble y emotivo, y que políticamente había supuesto «un desastre para los republicanos».
Durante la emisión de la vista pública en C-Span, varias mujeres llamaron para contar historias de abusos sexuales como forma de apoyo a Blasey. Una mujer de 76 años entró en antena para relatar que había sido violada cuando era una niña. Nunca lo había contado a nadie.
El país entero se estaba viendo obligado a afrontar la realidad de las agresiones y abusos sexuales sufridas por mujeres a manos de hombres con poder suficiente para salir impunes. Lo que en muchas situaciones significa cualquier hombre.
Kavanaugh se lo jugaba todo en su intervención posterior. Probablemente alentado por la Casa Blanca, optó por una respuesta agresiva hasta el límite. A veces con la cara convulsionada por la ira, negó las acusaciones y denunció que habían intentado destruirle a él y a su familia. En definitiva, se presentó como una víctima.
Políticamente, sus palabras tenían una lectura bastante obvia. Kavanaugh atacó directamente a los que se habían opuesto a su elección, es decir, los demócratas, en términos tan duros que hacen dudar de que vaya a ejercer su cargo vitalicio con la independencia que se le supone a un juez del Tribunal Supremo.
Fue una defensa trumpiana de su reputación, la que le estaba exigiendo Trump. Dijo que la operación política contra él «estaba alimentada por la furia contra el presidente Trump y las elecciones de 2016, el miedo suscitado de forma injusta contra mi carrera judicial, y la venganza en nombre de los Clinton y con millones de dólares recaudados por grupos izquierdistas».
Un tertuliano de Fox News no habría estado más agresivo. Un portavoz de la Casa Blanca no habría sonado más partidista. Era como si Trump hablara por su boca. Todo lo que había dicho en la primera comparecencia pública sobre su deseo de formar parte de una institución no partidista se fue por el desagüe.
Consciente de lo que esperaba de ellos la Casa Blanca, varios senadores republicanos abandonaron cualquier idea de mesura y respeto por la denunciante para defender después a Kavanaugh en términos nada ambiguos. Pero uno de esos senadores tenía dudas. Uno que no se presenta a la reelección en noviembre.
Este viernes, dos mujeres, víctimas de abusos sexuales, reprocharon airadas al senador Jeff Blake cómo podía votar a favor de alguien como Kavanaugh. Otra escena captada por las cámaras de gran impacto dramático.
Flake votó después a favor de la elección del juez, que salió aprobada por 11 votos contra 10 en la Comisión de Justicia, paso previo antes de la votación en el pleno del Senado. Poco después lanzó la bomba. Reclamó una investigación del FBI durante una semana como condición para votar a favor en el pleno. Otra senadora republicana, cuyo voto a favor de Kavanaugh no estaba asegurado, le secundó. Un senador demócrata, que no se había comprometido a votar en contra, hizo lo mismo.
Blasey había pedido la intervención del FBI. Kavanaugh y la Casa Blanca la rechazaron. Al referirse a hechos de hace varias décadas, la posible responsabilidad penal está prescrita, pero el Departamento de Justicia siempre puede ordenar al FBI que investigue un caso por antiguo que sea.
En ese momento, la confirmación de Kavanaugh estaba casi muerta si no se aceptaban esas condiciones. Los republicanos se vieron obligados a solicitar formalmente la intervención del FBI y la Casa Blanca dio la orden pertinente unas horas más tarde. En un comunicado, Trump dijo que debería ser una investigación «de alcance limitado» y que tendría que completarse en menos de una semana.
El escaso periodo de tiempo limita el trabajo que puedan hacer los agentes. Sólo lo mínimo –tomar declaración a Blasey, Kavanaugh y las personas que los conocían en esa época– puede arrojar más sombras sobre la elección del juez si confirma que el testimonio de ella es creíble. Un informe del FBI que confirme ese extremo, aunque ya no haya responsabilidades penales, terminaría por acabar con las posibilidades de Kavanaugh de ser elegido.