No hay día en que Pablo Casado no se lleve un susto al iniciar su jornada de trabajo. Estaba en la sesión de control al Gobierno en el Congreso atento a lo que pudiera pasar en el juicio de la caja B del PP. «España se va a la ruina y lo único que hace su Gobierno es pelearse entre sí», le dijo a Pedro Sánchez. De repente, su móvil empezó a arder. El supuesto Gobierno Frankenstein estaba en sus filas. Ciudadanos había presentado en Murcia una moción de censura junto al PSOE contra el Gobierno autonómico del que forma parte y que preside el PP. A partir de ese momento, los acontecimientos se precipitaron en una loca carrera en la que todos intentaron adelantarse a lo que hicieran sus rivales. La joya de la corona de Casado –el Gobierno de Madrid– saltó por los aires pocas horas después cuando su presidenta decidió convocar elecciones anticipadas.
Quien más rápido corrió fue Santiago Abascal. Al conocer las noticias de Murcia, el líder de Vox reclamó elecciones anticipadas en todas las CCAA con gobiernos de coalición del PP y Ciudadanos. Parecía que estaba dando órdenes al PP. En un momento así, lo propio hubiera sido que Casado mandara parar y que nadie perdiera la calma. Es lo que suelen hacer los líderes de los partidos. No dejar que sean otros los que tomen las decisiones que les corresponden a ellos. Pero Casado había perdido el control de la situación.
Para abrir boca, la cuenta del PP en Twitter difundió un vídeo en el que Inés Arrimadas descartaba hace un tiempo cualquier cambio en las alianzas: «Quien esté pensando en este momento (por la pandemia) en poner en peligro la estabilidad de los gobiernos tiene un problema moral». El tuit era lo mínimo que el PP podía hacer para defender a sus compañeros de Murcia.
Casado siguió en silencio. Arrimadas, también. La líder de Ciudadanos no se atrevió a hacer declaraciones en el Congreso y se remitió a lo que dijeran los dirigentes murcianos de su partido. Como si fuera un asunto local que no le concernía.
La historia no podía acabar en Murcia. Como una bomba de racimo, la ruptura de ese pacto había depositado otros explosivos en otras regiones. En algunas, con una cuenta atrás. Los dirigentes de Ciudadanos dejaron claro que esta crisis se circunscribía a Murcia por razones muy concretas, como la corrupción denunciada en el Ayuntamiento de su capital. En el PP de Madrid, había quienes pensaban que había llegado el momento de hacer lo que Pablo Casado no había permitido unos meses antes. Es posible que por «quienes» haya que entender sólo Miguel Ángel Rodríguez, el jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso.
Antes de que acabara la mañana estalló otra detonación en Madrid. La presidenta Díaz Ayuso comunicó a su Gobierno que había decidido disolver la Asamblea y convocar elecciones anticipadas para iniciar una nueva legislatura que sólo puede durar dos años. Ignacio Aguado se quedó perplejo. Seguro que no quería dejar de ser vicepresidente. El consejero Ángel Garrido, de Cs, dijo a Telemadrid que en la reunión del Gobierno «todos, incluidos los miembros del Partido Popular, nos hemos quedado estupefactos».
«Si hubiera convocado yo elecciones, me llamarían insensata y tipa peligrosa», había dicho Díaz Ayuso hace poco más de un mes comentando el adelanto electoral en Catalunya. Ahora había llegado el momento de ser «una tipa peligrosa». Hizo una declaración sin periodistas para explicar sus razones. Dio por hecho que si no ponía fin a la legislatura, «Ciudadanos y PSOE hubieran presentado una moción de censura», algo que Ciudadanos había negado desde el primer momento.
A partir de ahí, resumió el hecho diferencial madrileño. «No puedo permitir que Madrid pierda su libertad». Como si la derrota de un partido, el suyo, suspendiera la Constitución en vigor. «Disfrutamos (en Madrid) de una libertad y unos derechos que no se tienen en toda España». Como si el resto del país viviera bajo un régimen autoritario.
A la hora de comer, Casado se limitó a tuitear una foto de sus presidentes en Madrid y Murcia y defender «la unidad del centro derecha en torno al Partido Popular».
Desde ese momento, Ciudadanos tenía vía libre para expresar su furia. Aguado utilizó las mayúsculas para reaccionar en Twitter: «MIENTE». Antes había acusado a Ayuso de moverse por su «capricho personal» y el de su «entorno político», en una referencia velada a su jefe de Gabinete, el consigliere al que la presidenta consulta todo. «No hay mayor traición que incumplir la palabra, que es lo que ha hecho la presidenta». Edmundo Bal cumplía órdenes de Arrimadas para decir en rueda de prensa que Ayuso «tenía preparado desde hace meses el decreto de disolución de la Asamblea esperando solo la oportunidad para sacarlo del cajón».
Para terminar de crear más expectación en torno al espectáculo madrileño, PSOE y Más Madrid presentaron sendas mociones de censura con las que impedir el adelanto electoral. El decreto de disolución no se había publicado en el boletín oficial de la comunidad cuando los diputados de la oposición registraron su iniciativa. La Mesa de la Asamblea las admitió a trámite a primera hora de la tarde. El PP acusó de prevaricación al presidente de la Cámara, de Ciudadanos. Lo mismo toda esta crisis se prolonga durante días o semanas con recursos en los tribunales.
Casado había impedido un intento similar de convocar elecciones en Madrid en 2020. «Ni elecciones ni moción de censura», dijo en octubre cuando Miguel Ángel Rodríguez calculaba los escaños que podía sumar el PP en detrimento de Ciudadanos.
La ruptura del pacto de Madrid cuestiona la estrategia nacional de Casado. Su objetivo era ir comiendo terreno al partido de Arrimadas sin precipitar las cosas, por ejemplo, haciendo fichajes de dirigentes locales insatisfechos de Cs. Y al mismo tiempo, mantener las distancias con Vox. Las últimas tres encuestas nacionales publicadas, dos de ellos en medios conservadores, apuntan que Vox se ha recuperado del descenso sufrido hace unos meses y que incluso podría superar sus 52 escaños actuales. Casado necesitaba un momento de pausa sin situaciones dramáticas para que se fuera olvidando el fracaso en las elecciones catalanas.
Pero Díaz Ayuso vive montada en el drama presentándose como única defensora de la singularidad madrileña, con independencia de lo que eso signifique. Su única posibilidad de sobrevivir es que el PP y Vox sumen juntos la mayoría absoluta, con lo que el matrimonio de ambos partidos quedará sellado para siempre. No está claro que eso le convenga a Casado.
Por la tarde, el presidente y vicepresidente de la Junta comparecieron juntos para anunciar que el fuego no llegará a Andalucía. «Estamos más preocupados por las vacunas que por las elecciones», dijo Juan Marín, de Ciudadanos. Cinco horas después del anuncio de Madrid –Casado se lo pensó durante toda la tarde–, compareció el número dos del PP con la intención de declarar la guerra a su antiguo socio. «Abrimos a militantes, dirigentes y votantes de Ciudadanos las puertas de la casa común del centro derecha», dijo García Egea. Es difícil saber cómo podrán sobrevivir los gobiernos de Andalucía y Castilla y León después de que el PP haya apostado por la demolición interna de Cs a través de una OPA hostil.
En Madrid, Díaz Ayuso está más ocupada en vacunarse de Ciudadanos para no tener que depender más de ellos. Ha decidido cambiar de socios y la opción que le queda es la de la extrema derecha. Ella ha tomado la decisión por Casado, que se ha quedado sin más alternativa que seguir los vientos que llegan de Madrid.