La tercera ronda de las elecciones egipcias, que se inicia hoy, permitirá conocer no sólo el desenlace del proceso electoral sino también el inicio del siguiente capítulo de la traumática e inestable transición a la democracia. Las dos rondas anteriores ofrecieron dos titulares, uno previsible y otro de consecuencias preocupantes.
El primero fue la victoria de las candidaturas apoyadas por los Hermanos Musulmanes. Los islamistas obtuvieron cerca de la mitad de los escaños y confirmaron que serán la fuerza dominante en la nueva Cámara. La carencia de un líder y de un programa claro sobre cómo serán las relaciones con el otro gran centro de poder (el Ejército) convierten en una tarea difícil saber cuál será su política en el Gobierno. Los Hermanos siempre han sido más un movimiento que un partido, y será a partir de ahora cuando tengan que definirse con políticas concretas.
Lo que no se esperaba es la irrupción con tanta fuerza de la segunda fuerza política. Los salafistas (ultraconservadores) han dado una sorpresa porque no se creía posible que una formación que sólo en los últimos meses ha salido de la clandestinidad pudiera superar el 20% de los votos. Aquí hay muchos datos que se nos escapan desde fuera de Egipto. De hecho, algunos de los grupos de jóvenes que protagonizaron la rebelión contra Mubarak tampoco se explican cómo este sector tan reaccionario ha tenido tanto éxito. Quizá en las zonas rurales, donde la revuelta no tuvo tanta fuerza como en los núcleos urbanos, el prestigio personal de los candidatos haya sido más relevante que los programas políticos. En cualquier caso, el que millones de votos hayan caído en el saco de un partido que no descarta el modelo saudí condiciona por completo el proceso que seguirá a las elecciones. Si los salafistas son la mayor oposición a un Gobierno islamista, eso aumenta el riesgo de que los Hermanos Musulmanes decidan que no pueden descuidar su flanco derecho y se olviden de la moderación en el mensaje de la que han hecho gala muchos de sus candidatos.
Desde hace mucho tiempo, los Hermanos han dicho que su misión es islamizar la sociedad y que eso es un objetivo a largo plazo que va más allá de aprobar una ley concreta. Eso hace pensar que no encontrarán especialmente atractivo poner en marcha una batería de leyes que aceleren ese proceso y obliguen a la gente a comportarse de determinada manera. Eso es lo que ocurre en Irán, donde el Gobierno aprueba normas que obligan a los ciudadanos a cambiar de conducta en algunas esferas de la vida pública. Por debajo de esa ‘oficialidad’ islámica, discurre una sociedad con sus propias ideas y forma de vida, lo que acentúa la hipocresía: hay una vida pública y otra privada muy diferente que tiene lugar dentro de casa.
Por utilizar un ejemplo menos serio: mucha gente que ha vivido en Teherán suele decir que allí se celebran, en privado, las mejores fiestas que uno pueda encontrar en Oriente Medio. Bebidas incluidas, claro.
Los islamistas egipcios creen que su función debe ser otra, pero este tipo de promesas necesitan un asterisco de duda hasta que el partido en cuestión llegue al poder. La tentación de resolver los problemas sociales profundos con un decreto ley es muy grande en todos los países.
Los Hermanos no forman un partido completamente homogéneo y, como escribe Shadi Hamid, quizá ni siquiera ellos sepan cuáles serán sus próximos pasos. Cree que, aunque nunca han sido grandes admiradores de los islamistas de Erdogan, son conscientes de que el progreso económico es la mejor forma de que sus deseos ideológicos se cumplan en el futuro. Un Gobierno eficaz en política económica, como el turco, hace más fácil que los votantes acepten su mensaje.
Eso no impide, por la propia diversidad del movimiento, que haya candidatos islamistas que estén a favor de limitar el turismo por razones morales, es decir, prohibir el alcohol o el bikini en las playas. Los salafistas no se detienen ahí y hasta quieren imponer playas segregadas por sexos.
Cuando la religión se impone sobre el sentido común, cualquier situación es posible. La realidad es que Egipto no puede vivir sin los ingresos del turismo. Contra lo que pueda parecer, la mayoría de los turistas no van allí a ver las pirámides, o al menos eso dicen en el Ministerio de Turismo. En la última década, se ha desarrollado una importante infraestructura turística en el mar Rojo, y allí acuden miles de turistas. De Europa Occidental, llegan muchos aficionados al buceo, pero son muchos más los que vienen de Rusia a la búsqueda de una playa. Y puedo asegurar que en términos de superficie de tela con un bikini hecho en España se pueden hacer no menos de dos para las clientes rusas. El islamismo es muy poco compatible con las costumbres indumentarias de las jóvenes de Rusia.
Los dirigentes de los Hermanos Musulmanes tienen que decidir qué les interesa más a corto plazo: la moral o las divisas. Planteada en esos términos, la incógnita sería casi ofensiva para ellos. Pero con lo segundo, viene el progreso económico en un país desesperadamente pobre y, algo mucho más importante, el apoyo en las urnas y en la calle de los que les han llevado al poder.
Creo que sería bueno que dejaras constancia documental acerca de lo que dices de los bikinis de las jovenes rusas…
Buena entrada. Por cierto, con lo de las rusas en la playa me has recordado Un Traidor como los Nuestros. Al que le haya gustado El Topo que salga corriendo a comprársela, o que se la pida a los Reyes Magos si han sido buenos.
No tengo pruebas. Afortunadamente. Si las pusiera en el blog, es posible que violara alguna ley (porque no hay excepciones en la edad).