Elon Musk decidió ofrecer en noviembre a sus seguidores una muestra de su psique en forma de foto de los objetos depositados en su mesilla de noche. Desde luego, no había ningún libro. Eso habría sido insoportablemente ‘woke’. Aparte de cuatro latas vacías de refresco, dos objetos destacaban: una réplica de una antigua pistola de la época de la Guerra de Independencia en una caja que contiene la imagen del cuadro ‘Washington Crossing the Delaware’, y una pistola de aspecto mucho más moderno que no pasa de ser otra copia (sin gatillo) de un arma que aparece en el videojuego ‘Deus Ex: Human Revolution’.
Tanto da si esos objetos están siempre en su mesilla o si fueron colocados para la foto. El dueño de Twitter y Tesla intentaba enviar un mensaje claro a sus adeptos: no soy como los estirados y distantes grandes propietarios de las corporaciones, sino alguien preparado para defenderme contra aquellos que me importunan o atacan y además de presumir de ello en público. Lo haría en un videojuego y también en la vida real.
Puede que eso tenga que ver con la masculinidad frágil o que Musk sea un poco exhibicionista. Esto último no ha sido muy habitual entre los multimillonarios de las nuevas tecnologías, entre los que ha predominado el rol del ‘nerd’ reservado propio de gente como Bill Gates o Steve Jobs. Musk, de 51 años, que nació en Suráfrica y se fue a estudiar a Canadá con 17 años, quiere hacer creer que él crea sus propias reglas y consigue que los demás se tengan que aguantar.
No cabe duda de que cuenta con una gran confianza en su propio ego. No es extraño en alguien que era el hombre más rico del mundo hasta hace poco tiempo. Elon Musk hace alarde de profesar ideas libertarias, tal y como las entiende una parte de la derecha norteamericana. Eso incluye una defensa extrema –»absolutista», la llamó él– de la libertad de expresión.
En su calidad de monarca absolutista de Twitter, decidió ordenar una amnistía para aquellos –cuántos exactamente, no se sabe– cuyas cuentas habían sido suspendidas por los anteriores responsables de la empresa. Fue recibida con euforia por ultraderechistas al beneficiar a los que habían sido expulsados de la red social por comentarios racistas, homófobos o tránsfobos. Por así decirlo, se abrieron las puertas de las cárceles y salieron todos los delincuentes.
Entre los premiados, estaba un neonazi, que había promovido una campaña contra una mujer judía que fue acosada después con centenares de mensajes amenazantes.
Lo mismo hizo con la cuenta de Donald Trump, cuyos tuits vuelven a estar visibles, pero el expresidente de EEUU ha descartado regresar a Twitter. Quizá cambie de opinión cuando se acerquen las primarias republicanas.
Esta semana, hemos descubierto dónde están los límites de la libertad de expresión para Elon Musk. Los que marque su criterio personal, que pasa por aceptar pocas críticas o burlas. Canceló las cuentas de nueve periodistas norteamericanos, casi todos de medios de comunicación muy conocidos, como The New York Times, The Washington Post y CNN. Periodistas que precisamente han escrito artículos sobre él. Es la clase de medidas que toman los dictadores, no los que creen fervientemente en la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU.
Musk les acusaba de haber puesto en circulación información personal sobre él que podía poner en peligro a su familia. Los periodistas sólo habían dado información sobre las cuentas que rastrean los viajes de su jet privado, datos que no son secretos y que son accesibles de forma pública. Además, procedió a eliminar los enlaces a la red social Mastodon, haciéndolos pasar por malware peligroso, para dificultar que la gente se pase a una de las alternativas existentes a Twitter.
Para confirmar su carácter errático y siendo consciente de las críticas recibidas, convocó una consulta entre sus seguidores en Twitter para saber qué debía decidir con esos periodistas. Antes había escrito que se trataba de una expulsión temporal durante una semana. Con los resultados en la mano, el viernes levantó la suspensión a las cuentas.
No pudo resistir la tentación de comentar toda la polémica de forma sarcástica: «Es alentador comprobar este nuevo amor por la libertad de expresión en la prensa». Como si los grandes medios de comunicación, cuya influencia es indudable, fueran los principales obstáculos para la auténtica libertad de expresión de los ciudadanos. Ha escrito que The New York Times se dedica a lavar el cerebro de la gente con ideología de extrema izquierda.
Musk es un digno representante de un estado de opinión de la derecha norteamericana, por el que los medios están vendidos al Partido Demócrata y a los progresistas en general, mientras niegan los derechos a los que no piensan como ellos. Él dice que antes siempre votaba a candidatos demócratas –de hecho, apoyó a Obama–, pero que ahora prefiere un «Gobierno centrista» y recomendaba votar a republicanos en las elecciones legislativas de noviembre de este año. De entre todos los adjetivos que se pueden adjudicar a los republicanos, el de centrista no es uno de ellos.
Son frecuente sus tuits, a veces algo crípticos, con posiciones que son claramente extremistas o conspiratorias. En un tuit de cinco palabras, pidió el procesamiento de Anthony Fauci, responsable durante décadas del departamento de enfermedades infecciosas y una de las voces más autorizadas en la lucha científica contra la Covid en EEUU, y por tanto más despreciadas por los ultraderechistas. Más de un millón de personas dieron ‘like’ a su mensaje.
Las críticas a Fauci y a cualquier otro responsable de la respuesta de los gobiernos al coronavirus son legítimas siempre que se hagan con argumentos científicos. Intentar meterlos en la cárcel sólo puede ser propio de un fanático. Con su tuit, el dueño de Twitter dio cobertura a los que creen que Fauci y otros científicos son los culpables de la pandemia mundial y de sus terribles consecuencias.
En el plano de las bromas típicas de Twitter, o algo más, tuiteó «Seguid al conejo» con el emoji del conejo, lo que podría ser un guiño a Qanon, la conspiración más demente en EEUU, o a la película ‘Matrix’. Los seguidores de Qanon quedaron entusiasmados.
En lo que no hay ninguna duda es que Musk está tan obsesionado con la llamada cultura ‘woke’ como la derecha norteamericana hasta el punto de que cree que se trata de la última trinchera en que se dilucidará el futuro de la civilización occidental. No hay nada más importante que «derrotar al virus mental woke», escribió en Twitter, dónde si no.
Matt Binder, precisamente uno de los periodistas que fue censurado por Musk, escribió en noviembre que el dueño de Twitter vive dentro de «una burbuja derechista» que sostiene desde hace tiempo que la red social es una de las promotoras de esa cultura woke y favorable a los derechos de mujeres y minorías. Por eso, la compró por la módica cantidad de 44.000 millones de dólares. Es innegable que está dispuesto a pagar un alto precio con su apuesta. Ha vendido este año acciones de Tesla por valor de 23.000 millones de dólares, fundamentalmente para financiar su compra de Twitter.
El problema a corto plazo no es si seguirá metiendo dinero en Twitter, excepto para los accionistas de Tesla, sino si continuará implicado en una cruzada ideológica personal en la que el acoso a las personas de ideas progresistas es admisible. Convertir a Twitter en un entorno incluso más hostil de lo que ya es tiene poco que ver con la libertad de expresión. Caer en la madriguera del conejo para ser perseguido por personajes monstruosos o delirantes, como ocurre en ‘Alicia en el País de las Maravillas’, puede no ser lo que la gente aspira a encontrar en una red social.