Casi todos los titulares sobre el Golfo Pérsico se los lleva Arabia Saudí y su príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, en especial desde el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado de Estambul. Pero si queremos saber quién es el gobernante más influyente de Oriente Medio, hay que viajar más al este, entrar en los Emiratos Árabes Unidos –la nueva residencia de Juan Carlos de Borbón desde que abandonó España– y observar a su máximo gobernante, el príncipe Mohamed bin Zayed, que no es otro que el principal mentor político de Bin Salmán.
Bin Zayed fue la punta de lanza de las monarquías absolutistas del Golfo Pérsico contra la Primavera Árabe. Por su influencia en el príncipe saudí, consiguió que esos regímenes conservadores aliados de EEUU se unieran contra los Hermanos Musulmanes en toda la región, fueran decisivos en el apoyo al golpe de Estado que acabó con el Gobierno islamista en Egipto y se lanzaran contra Yemen cuando las milicias chiíes de los huthíes estaban a punto de hacerse con el poder en ese país. Con la decisión de iniciar relaciones diplomáticas con Israel, Bin Zayed se prepara para la posible victoria de Joe Biden en las próximas elecciones norteamericanas y poder continuar siendo un socio indispensable para EEUU, aunque se produzca un cambio de partido en la Casa Blanca.
Emiratos participó con Arabia Saudí en la invasión de Yemen, que ha destruido el país y enviado a la pobreza a millones de personas. Los frecuentes bombardeos aéreos con numerosas víctimas civiles fueron responsabilidad de los saudíes. Los emiratíes, con un Ejército mucho más preparado, intervinieron en distintas operaciones en el sur del país, para que las que también contrataron a mercenarios africanos, en especial de Sudán. Libia es otra guerra en la que los Emiratos han tenido una intervención destacada. Partiendo de suelo egipcio, sus aviones han realizado muchas misiones de bombardeo con el fin de apoyar a las tropas del general Haftar, que en los últimos meses ha fracasado en su intento de tomar Trípoli y asumir todo el poder.
Los Emiratos cuentan con una población de casi diez millones de habitantes, de los que sólo el 11% ha nacido en el país y por tanto tiene todos los derechos de la ciudadanía. Más del 60% procede del sur de Asia y forma el ejército de trabajadores: 2,6 millones llegaron de India, 1,2 millones de Pakistán. No importa el tiempo que pasen en alguno de los siete emiratos que integran esta confederación. Siempre serán ciudadanos de segunda clase. Son los que mantienen la economía en funcionamiento. Los inmigrantes están atados al sistema de kafala, por el que son patrocinados por un empresario o particular emiratí y del que dependen por completo, lo que les hace víctimas frecuentes de la explotación laboral.
La modernización económica está mucho más avanzada en los Emiratos que en Arabia Saudí. El petróleo y el gas fueron los que propulsaron la economía del país, pero ahora suponen el 25% de sus ingresos. Abú Dabi y Dubái se convirtieron en centros financieros esenciales para las relaciones económicas entre Europa y Asia. Dubái es además desde hace décadas el principal centro de entretenimiento del Golfo, el lugar donde es fácil consumir bebidas alcohólicas en locales nocturnos, además de otros placeres no tolerados por las leyes del Emirato. Es una de las razones por las que Dubái recibe 15 millones de turistas al año.
Los extranjeros deben saber que no es un destino turístico normal. Besarse en público es considerado un delito que para ellos o ellas puede suponer la deportación del país, como así ha ocurrido en varias ocasiones. Algunas mujeres extranjeras que fueron violadas descubrieron después que no sólo no se investigó el delito, sino que ellas fueron acusadas por consumir alcohol en un lugar prohibido o mantener relaciones sexuales extramaritales.
La homosexualidad es ilegal en los Emiratos. Las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son castigadas con hasta catorce años de prisión en Abú Dabi y con diez años en Dubái.
Un método tradicional de castigo es la pena de latigazos para numerosos delitos. Cien latigazos es la pena habitual por adulterio o por tener relaciones sexuales con una persona con la que no estás casado. Ochenta para un musulmán si es sorprendido bebiendo alcohol (no suele ocurrir con los millonarios de otros países musulmanes que visitan el país y beben en hoteles y restaurantes). Ochenta también por conducir bebido.
La disidencia política es perseguida con dureza. Organizaciones de derechos humanos denuncian que la práctica de torturas –con palizas y descargas eléctricas– es habitual en comisarías y prisiones. Un tímido intento por llevar los ideales de la Primavera Árabe fue anulado con rapidez. Un centenar de activistas firmó una petición dirigida a las autoridades para reclamar el inicio de un proceso de reformas democráticas. Muchos fueron encarcelados, mantenidos entre rejas durante semanas o meses y finalmente condenados a largas penas de prisión. Uno de ellos, Ahmed Mansur, volvió a ser detenido en 2017. Un año después, fue condenado a diez años de prisión por «publicar informaciones falsas o manipuladas en redes sociales» contra el Gobierno. Actualmente, sigue en la cárcel.
No cabe duda de que la represión está modernizada. En 2019 millones de personas en todo el mundo, la mayoría en los Emiratos, se descargaron una aplicación de mensajería llamada ToTok. Meses después se supo que la compañía que la lanzó al mercado formaba parte de una empresa de ciberinteligencia de Abú Dabi llamada DarkMatter, en la que trabajan agentes de la inteligencia emiratí y antiguos miembros de la NSA y de los servicios secretos israelíes. ToTok es en realidad una herramienta de vigilancia masiva que permite rastrear mensajes, geolocalizaciones e imágenes de sus usuarios. El FBI está investigando en EEUU a DarkMatter por su posible participación en delitos de ciberespionaje.
La inversión en ciberinteligencia y la contratación de expertos norteamericanos e israelíes han permitido a Emiratos estar en la vanguardia tecnológica de esos campos. Sus organismos de seguridad han participado en campañas contra el Gobierno de Qatar y colaborado con el Gobierno saudí en la persecución de las activistas que luchan por los derechos de la mujer. Unas semanas antes de que Arabia Saudí permitiera conducir a las mujeres, aquellas que habían participado en la campaña por conseguir ese derecho empezaron a ser detenidas. El Gobierno de Emiratos detuvo en Abú Dabi a Loujain al-Hathloul, la más conocida de todas, la metió en un avión y la trasladó a Arabia Saudí, donde fue encarcelada. Su familia denunció que fue torturada al negarse a obtener la libertad a cambio de renunciar a sus principios. Hoy sigue en prisión.