Cuando pase todo esto, tendremos claro que una de las grandes frases de la pandemia fue la de esa niña valenciana que dio el mejor consejo científico posible sin necesidad de haber estudiado epidemiología. «Es mejor eso que morirse», dijo sobre la obligación de llevar la mascarilla en el aula, y era imposible superar tanta sabiduría expresada en sólo cinco palabras. Las hijas de Mónica García ofrecieron el día después de las elecciones de Madrid una respuesta apropiada al varapalo sufrido por la izquierda con la reelección triunfante de Isabel Díaz Ayuso. «Muy bien, mamá (risas), has quedado segunda (más risas), no está mal», comentó divertida la futura líder de la oposición como portavoz de Más Madrid. El típico comentario de las madres cuando sus hijos vuelven a casa decepcionados por un mal resultado en ese escenario de competitividad feroz que es el patio de un colegio.
No siempre esa respuesta sirve de mucho con los niños, pero los políticos de la izquierda no deberían rechazarla. Es mejor eso que morirse. Es mejor eso que quedar tercero o cuarto en las elecciones madrileñas. Es mejor eso que tener que abandonar la política. Es mejor perder unas elecciones en una comunidad autónoma que en todo el país. Hay grados en el hundimiento cuando las cosas van muy mal.
Que se lo pregunten a Ángel Gabilondo, al que su partido quiere enseñar la puerta de salida cuanto antes. El PSOE pretende que su candidato abandone la Asamblea y deje que sea otra persona la que dirija el grupo en estos dos años de legislatura. Los socialistas aspiran a llevar a cabo una refundación del partido en Madrid, que es una de las frases más repetidas en la política española desde los años ochenta. El PSOE madrileño siempre se está reconstruyendo, lo que quiere decir que Ferraz se ocupa de solucionar los problemas que la dirección nacional del partido ha creado antes con el nombramiento de líderes regionales y candidatos que dejan una escasa huella en la opinión pública.
Los mismos que propulsaron a Gabilondo en su momento dirán ahora que él ha fracasado sin mirarse a sí mismos. No queda claro aún lo que hará el líder regional del partido, José Manuel Franco, que combinaba ese puesto hasta hace unas semanas con el cargo de delegado del Gobierno, una idea realmente absurda. La colaboración institucional que debería tener el representante del Gobierno central con las instituciones autonómicas le invalidaba para hacer oposición a Díaz Ayuso, y al revés se puede decir lo mismo. Ahora es secretario de Estado del Deporte, otro pluriempleo que no tiene ningún sentido. Cada uno de esos cargos debería ser de dedicación exclusiva.
«La gente está harta de las grandes epopeyas y quiere ver la solución a sus problemas», dijo Mónica García el lunes en lo que viene a ser una crítica indirecta a algunas de las líneas fundamentales de las campañas del PSOE y Unidas Podemos y una interpretación de los buenos resultados de Más Madrid. La gran ofensiva para frenar al fascismo no impidió la arrolladora victoria del PP y ni siquiera tuvo como consecuencia una caída porcentual de los apoyos a Vox. La extrema derecha respondió con 42.000 votos más al gran aumento de participación.
Como era previsible, Díaz Ayuso fue la estrella en la reunión del Comité Ejecutivo Nacional del PP. El partido emitió en abierto la intervención de la presidenta madrileña, además de la de Pablo Casado. Quizá por cansancio o porque no quería asustar a los barones regionales –es decir, asustarles aun más–, sus palabras sonaron más tranquilas que en sus discursos de costumbre. Quien sí apareció sobreexcitado fue Casado –eso no es una novedad–, que hizo lo posible para situarse en el centro de la acción. Apuntó que recuperar el poder en Moncloa pasa por «la unificación de siglas del centro-derecha», un objetivo que ahora está al alcance del PP tras la debacle de Ciudadanos en Madrid. Ahí dejó fuera de la ecuación a Vox, que ha demostrado una resistencia a diluirse tras el apoyo a Ayuso entre sus propios votantes que sería estúpido ignorar.
Casado se presentó como el mejor amigo de Ayuso. Es cierto que la convirtió en candidata cuando era prácticamente desconocida, y bien que lo pagó en las elecciones de 2019. No podía parar en los autoelogios y afirmó que eligió entonces a Ayuso y Almeida «frente al ataque de toda la opinión pública». Nunca había dicho que presentó a ambos contra el criterio de su propio partido. El caso era presentarse como artífice de la victoria en Madrid.
El inminente fin del estado de alarma y la victoria de Ayuso, que ha hecho bandera de reducir las restricciones al máximo, plantean dudas claras sobre qué pasará en la lucha contra la pandemia. El Gobierno ha decidido subcontratar ese asunto a los gobiernos autonómicos y los tribunales de justicia. Que se apañen entre ellos. Y si hay discrepancias, que recurran al Tribunal Supremo. No hay que ser un genio jurídico para saber que eso supone el fin de los toques de queda y quizá hasta de los cierres perimetrales.
La Fiscalía del País Vasco ya se ha posicionado en contra y lo normal sería que las fiscalías de toda España mantuvieran la misma posición. Los argumentos jurídicos son claros: «En aplicación de una ley de sanidad de carácter general no pueden adoptarse medidas que limitan derechos fundamentales y que van dirigidas a un conjunto indeterminado de personas». Para eso estaba el estado de alarma, como bien explicó en su momento el Gobierno.
La rueda de prensa de la ministra de Sanidad no sirvió para despejar dudas. Carolina Darias se mostró confiada en que los gobiernos autonómicos puedan seguir tomando las medidas necesarias, lo que contradice la realidad, como ya han empezado a descubrir los gobiernos de Euskadi y Baleares.
Afortunadamente, la evolución de los contagios ha comenzado otro descenso sostenido, el proceso de vacunación se ha acelerado y ahora mismo la situación no es alarmante. Como bien sabemos, eso puede cambiar en cualquier momento. Como bien nos explicó la niña valenciana, de momento y a la espera de acontecimientos, es mejor un follón jurídico entre gobiernos y tribunales que morirse.