La última encuesta de ICM para Scotland on Sunday da la diferencia más estrecha en favor del no en el referéndum de la independencia, 42% a 39%, lo que revela que el triunfo del sí es algo más que una posibilidad.
Hay un 18% de personas en el apartado ‘no sabe/no contesta’.
Hay que recordar dos cosas. Los sondeos de otros medios dan diferencias mayores en favor del no. Lo segundo: aún falta mucho para la fecha de la consulta (18 de septiembre).
El sondeo es significativo porque cambia los parámetros del debate político. La campaña del no parte de la base de que la opción de la independencia es tan negativa para Escocia que simplemente contemplarla es ya un ejercicio irracional. Estos últimos números demuestran que esa hipótesis está muy alejada de la realidad.
En todas las campañas electorales, se utiliza de una manera u otra el voto del miedo. Pero su efectividad es reducida. Al final, alguien tiene que dedicar tiempo a explicar con argumentos de peso por qué es conveniente votar a favor de algo.
En marzo, el periodista escocés Alex Massie ofreció algunas razones por las que el factor tiempo tendía a beneficiar al sí a la independencia. Más o menos en esa época, comenzaron a aparecer artículos en la prensa británica centrados en la preocupación del Gobierno de Cameron por el desenlace de la consulta. Preocupación acentuada por el hecho de que los conservadores son políticamente irrelevantes en Escocia.
Massie destaca que la política se basa en tres factores: identidad, dinero y el relato (eso que ahora se llama la narrativa en traducción directa del inglés). En el primer y tercer punto, los independentistas cuentan con una cierta ventaja que se ha ido acentuando en los últimos meses.
En el asunto del relato (cuál es la historia que vendes a los votantes para convencerlos), los contrarios a la independencia se han estancado al reiterar argumentos ya conocidos que tienen una particularidad: casi todos ellos miran al pasado, no sin motivos. Cuando piensan en el futuro, todo se reduce a la economía, a apelar al miedo de los votantes a perder prosperidad. No es irrelevante pero sí discutible, y en todo caso no se puede armar una campaña sólo con eso.
Ahí es donde cuenta la credibilidad del mensajero. Los tories lo tienen difícil. El partido que gobierna en coalición en Londres ha obtenido un diputado en Escocia en las elecciones de 2001, 2005 y 2010 (hay 59 diputados escoceses en el actual Parlamento de Westminster). La marca tory es tóxica en el norte del Reino Unido.
Los laboristas eran hasta hace pocos años el partido dominante en Escocia, pero ahora lo son los nacionalistas de Alex Salmond. Los principales dirigentes laboristas escoceses hacen carrera en Londres, no en Edimburgo. El electorado deduce así cuáles son sus prioridades personales. El resultado depende en buena parte del momento en que los laboristas se vuelquen en la campaña y de los argumentos que utilicen.
Massie también comentó en febrero que la apuesta de la campaña del no por el factor económico terminará siendo contraproducente en el momento en que sea difícil distinguirla de un chantaje. Por esos días, se supo que el Gobierno estaba presionando a las empresas del sector de defensa para que avisaran que la independencia tendría un fuerte coste en puestos de trabajo (la construcción y mantenimiento de buques de guerra es una de las pocas cartas seguras que les quedan a los astilleros de Glasgow). Y cuando no son los astilleros, son la libra, las pensiones o hasta la BBC.
Una vez que le das a la gente la opción de votar por algo, resulta poco inteligente avisarles de que pagaran un duro precio si se les ocurre marcar la casilla equivocada. No todo el mundo reacciona atemorizado cuando le apuntan con una pistola.