El ciclismo es el deporte del dolor. Habrá quien diga que a cierto nivel todos los deportes de alta competición lo son, pero en el caso del ciclismo la expresión es sólo una ligera aproximación a la realidad. Ander Izaguirre ha escrito un libro estupendo para contar las historias de esos locos gladiadores adictos al sufrimiento a los que los organizadores de las pruebas someten a los más despiadados tormentos.
Es un libro lleno de proezas heroicas y trucos sucios, de personajes de leyenda y de otros desconocidos pero dispuestos a apurar hasta el final el destino que les correspondía («No éramos más que ganado. Querían que nos condujésemos como esclavos y que corriésemos como muertos»). Es un libro también para partirse de risa o quedarse sin palabras al descubrir a qué extremos podían llegar algunos de sus primeros protagonistas:
Ya se iba gestando el mito. Los periodistas ensalzaban a los ciclistas con apelativos y epítetos de estilo homérico: acuñaron la expresión «gigante de la ruta» como sinónimo de ciclista; Garin era «el pequeño deshollinador»; Dargassies, «el herrero de Grisolles»; estaban «el poeta Muller», «el terrible Aucoutourier» y «el escalador Fischer». ¿El escalador, en un Tour plano, sin montañas? El apodo le había caído unos meses antes, al final de las 72 horas de París, una de esas pruebas ultramaratonianas tan del gusto de la época, en la que los ciclistas pasaban tres días seguidos dando vueltas al velódromo del Parque de los Príncipes. El alemán Fischer terminó la carrera al borde de la locura. Tiró la bici, salió del velódromo, escaló un árbol y se sentó allí, sobre una rama, en silencio. Durante un par de horas, el alemán no dijo media palabra y nadie le convenció para que bajara. Joseph Fischer, el escalador. Había nacido la leyenda del Tour y la leyenda de sus primeros personajes.
Ah, y también habla del doping:
El cronista Ángel Viribay cuenta cómo Vicente se presentó en la salida de una larga carrera en Bilbao y anunció a voz en grito que saldría sin avituallamiento, para dar ventaja a sus rivales. Nadie sabía que unas horas antes sus amigos habían ocultado cazuelas de bacalao en diversos puntos del recorrido.
Izaguirre pedalea desde Donosti a Madrid para la presentación del libro. Sólo hay que decirle lo mismo que le advirtieron a otro loco, el ingeniero Steinès, que inspeccionó en 1919 el Tourmalet para ver si la carrera podía pasar por el monte: «Buena suerte y tenga cuidado con los osos».
‘Plomo en los bolsillos’, editado por Libros del KO. No se lo pierdan.