El callado y poco carismático presidente Morsi ha eliminado de golpe al mariscal Tantaui, que era en la práctica el segundo hombre más poderoso del país. Ha ordenado su pase a retiro y le ha dejado sin sus dos cargos: ministro de Defensa y jefe del Ejército. Lo mismo ha hecho con el número dos de la cúpula militar. Casi nadie esperaba esta repentina demostración de poder.
La idea de que Morsi y los Hermanos Musulmanes estaban obligados a aceptar durante años una incómoda cohabitación con el Ejército ha quedado olvidada. El órdago del presidente no ha tenido más respuesta de Tantaui que aceptar la jubilación y un nombramiento como asesor que puede significar mucho o nada.
Morsi ha sabido aprovechar la conmoción causada por los incidentes violentos en el Sinaí. El asalto a un cuartel puso en evidencia al Ejército y su deseo de asumir el monopolio en todas las grandes decisiones militares, incluida la relación con Israel. Cabe la posibilidad, que a esta hora no se puede descartar, de que los islamistas se hayan trabajado antes el apoyo de otros generales o de los niveles inferiores al alto mando. Hay quien dice que los generales se enteraron de los ceses por la televisión.
Ahora surge otro problema. Morsi también ha anulado el decreto militar por el que la Junta asumía algunas competencias que corresponden al presidente. En teoría, Morsi tiene ahora los mismos poderes con los que contaba antes Mubarak. Y el Parlamento sigue disuelto desde la decisión del Tribunal Constitucional, y aún no se sabe cuándo se repetirán las elecciones para toda la Cámara o sólo una parte de ella.
Sería un suicida si dejara en su puesto a la cúpula que tendría su espalda en el punto de mira permanente. No obstante, debe estar al acecho, porque no se irán como si nada, acostumbrados a manejar el poder real hace décadas.
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