Primero, llegó el anuncio norteamericano que sostenía que el Gobierno ruso estaba preparando una provocación en territorio ucraniano que justificara su invasión. Eso que se suele llamar «un ataque de falsa bandera». No se aportaron pruebas concretas sobre la operaci´ón. Unos días después, fue el Gobierno británico el que denunció otro supuesto plan secreto. En esa trama, Moscú estaría intentando colocar en el poder en Kiev, obviamente por la fuerza, a un dirigente ucraniano cercano a las tesis de Moscú. Incluso daban su nombre, Yevhen Murayev. Tampoco se han presentado pruebas, más allá del nombre del exdiputado.
En Ucrania, esta última información se ha recibido con escepticismo o simple incredulidad. Murayev es un exdiputado que militó en el partido del expresidente Yanukovich. Después fundó otra formación sin mucho éxito en las urnas. A día de hoy, parece un personaje de escaso nivel político que no tendría ninguna capacidad de recabar apoyos por sí solo.
La utilización de informaciones de los servicios de inteligencia norteamericano y británico no puede ser una garantía después de lo que ocurrió antes de la invasión de Irak. Eso no ha impedido que aparezca en múltiples titulares. La Administración de Joe Biden las ha utilizado para justificar el despliegue militar con el que contrarrestar la presencia de decenas de miles de soldados rusos a lo largo de la frontera con Ucrania. También ha aumentado el temor a que no falte mucho tiempo para que se desencadene un conflicto bélico.
En Francia no piensan igual, según fuentes del Elíseo citadas aquí: «Hay una especie de alarmismo en Washington y Londres que no podemos comprender. No creemos que una actuación militar inmediata de Rusia sea probable. Sólo queremos que se tenga en cuenta nuestra interpretación antes de que se acuerde una posición común occidental».
Es significativo que varios expertos militares ucranianos, incluido un exministro de Defensa, comparten la visión francesa. Sin intentar reducir la gravedad de la amenaza rusa, tampoco creen que una operación militar rusa a gran escala sea probable «en las próximas dos o tres semanas».
El secretario general del Consejo de Seguridad Nacional de Ucrania es de la misma opinión. Oleksi Danilov afirma que algunos aliados de Kiev están fomentando «el pánico» con informaciones sobre un ataque inminente que en el fondo sirve a los intereses de Moscú.
Por el contrario, resulta obvio que EEUU está moviéndose con la máxima urgencia. En la noche del lunes, Biden celebra una reunión por videoconferencia con los líderes de Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Polonia y la Unión Europea, además del secretario general de la OTAN.
En la mañana del lunes, el NYT informó de que Biden está estudiando el envío de miles de tropas norteamericanas (entre 5.000 a 10.000) a países miembros de la OTAN en Europa del Este. Es decir, no a Ucrania. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, contó horas después que se ha situado a 8.500 soldados en estado de alerta, aunque no hay aún nada decidido sobre su traslado a Europa.
La lógica de ese despliegue es más política que militar. Nadie se imagina que Rusia vaya a invadir a un país que forma parte de la OTAN. Es útil para extender la idea de que ha llegado la hora de tomar decisiones en el campo militar para ponerse a la altura del despliegue ruso. Ofrece una imagen de contundencia en el Gobierno de Biden que contrastaría con el caos y la sensación de derrota que acompañó a la retirada de sus tropas de Afganistán.
Y deja un espacio muy escaso para que la diplomacia pueda encontrar un desenlace político a un conflicto entre Rusia y Ucrania que lleva enquistado siete años desde la intervención militar rusa en el este del país vecino.
Foto superior: camiones rusos se dirigen a Bielorrusia el 24 de enero para participar en unas maniobras conjuntas.