El virólogo Christian Drosten es el rostro científico de la lucha contra el coronavirus en Alemania. Jugó un papel clave en la investigación sobre el SARS y ha asesorado a Angela Merkel en los últimos meses. Desde el 26 de febrero, realiza un podcast sobre la pandemia que es tan popular que ha encabezado las listas de iTunes en su país. En Alemania, el Covid-19 no ha causado la mortandad sufrida por Italia o España, por lo que cualquiera podría imaginar que su figura, asociada a la de la popular Merkel, es respetada allí por todo el mundo.
Nada más lejos de la realidad. No sólo ha recibido críticas duras y amenazas en su email, sino que el periódico alemán más influyente, el sensacionalista Bild, le colocó en el punto de mira acusándole de errores y negligencia por su investigación sobre la enfermedad y su impacto en los niños. ¿Se molestó por ello? No demasiado: «¿Debería preocuparme? Creo que no. La última vez que leí un ejemplar del Bild fue cuando Boris Becker estaba en la portada después de ganar en Wimbledon (1989 fue el año de su último triunfo). Bild no forma parte de mi vida diaria y nadie de mi círculo personal lo lee».
Ningún político alemán habría osado mostrarse tan desdeñoso con ese periódico que vende más de un millón de ejemplares diarios, a menos que quisiera adelantar su defunción política. Drosten no se inmuta por las cosas que quitan el sueño a políticos y periodistas. Algunas cosas sí le molestan. Alguien pegó por la calle unos carteles en los que aparecía junto al médico nazi Josef Mengele. Drosten lo denunció a la policía.
Por ahí ya tiene algo en común con Fernando Simón. La aparición de la foto de la portada de este domingo de El País Semanal –donde el doctor sale vestido con cazadora de cuero sobre su moto– ha provocado una oleada de comentarios insultantes desde posiciones derechistas. «Toca blanquear a nuestro particular Mengele y para ello hay que presentarlo como el salvador», escribe un economista con 116.000 seguidores en Twitter al que la editorial La Esfera de los Libros le ha publicado un libro sobre el coronavirus. «En cualquier país serio este indecente no podría salir a la calle. Aquí le regalan portadas y le convierten en James Dean», dice Javier Negre, el periodista favorito de Vox y de Isabel Díaz Ayuso, que hasta se puso una camiseta con el nombre de su programa en una entrevista.
Cuando dicen de ti que no deberías salir a la calle en un «país serio» es porque dan por supuesto que cualquier persona normal te partiría la cara si te viera.
Más allá de que llevar cazadora de cuero no te convierte en James Dean (fuente: experiencia personal del autor), los científicos no suelen ser estrellas de la cultura popular ni los arqueólogos son como Indiana Jones. Pero la pandemia ha lanzado en varios países a la primera línea del fuego mediático a epidemiólogos y virólogos, profesionales a los que antes sólo se encontraba muy de vez en cuando en las secciones de sociedad.
Fernando Simón alcanzó un primer nivel de estrellato cuando el Ministerio de Sanidad del Gobierno de Rajoy le eligió para que diera la cara en la crisis del ébola después de una rueda de prensa caótica y algo sonrojante de la ministra Ana Mato y otros altos cargos. El actual Gobierno lo mantuvo en su puesto al frente del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias y también para que se ocupara de la comunicación de esta pandemia. Una vez más, un Gobierno apostaba por su estilo sereno y explicaciones didácticas para informar y tranquilizar a la opinión pública. Para eso y para protegerse detrás de un funcionario que no hace declaraciones políticas.
La proximidad a los políticos ha situado a los científicos que les asesoran en una situación incómoda. Gobiernos como el de Pedro Sánchez sostienen que todas sus decisiones están respaldadas por criterios científicos cuando desde ese campo lo que reciben son recomendaciones más o menos firmes. Las decisiones sobre la cobertura legal del confinamiento o las medidas para volver a poner en marcha la economía sólo pueden tomarlas los políticos que han sido elegidos para dirigir el país.
Un problema añadido es que los científicos no hablan como los políticos. Ante una enfermedad desconocida hasta hace unos pocos meses con una insólita por rápida capacidad de contagio, se han visto obligados a admitir que había muchas cosas que no sabían. Una enfermedad que se transmite con eficacia puede llegar a extenderse por todo el mundo en seis meses o un año, explicó el 9 de junio el doctor Anthony Fauci, consejero científico de la Casa Blanca, «pero esta lo hizo en poco más de un mes». Fauci confesó estar totalmente sorprendido por la rapidez de los contagios.
Cuando el PP y Vox convirtieron la manifestación del 8M en la prioridad de sus críticas al Gobierno, a Simón también le tocó una parte del fuego graneado por no haber recomendado que se suspendiera. No sabía entonces lo que sabe ahora, pero eso en política no se valora ni como atenuante. Lo que en ciencia es normal, en política se considera un error intolerable.
Simón se vio beneficiado por el método elegido por Moncloa para sus ruedas de prensa. Durante tres meses, el secretario de Estado de Comunicación seleccionaba las preguntas enviadas por los periodistas y las transmitía en el orden que él decidía. Otros científicos –como Drosten en Alemania, Fauci en EEUU o Anders Tegnell en Suecia– concedieron entrevistas y tuvieron múltiples comparecencias públicas ante el Parlamento o en conferencias médicas. Fauci se ha presentado más de una vez en el Congreso de EEUU a petición de los demócratas. Tegnell ha dado tantas entrevistas en televisión que se ha convertido en una estrella mediática.
La máxima transparencia no te salva de las críticas. Muchos científicos suecos han censurado a Tegnell por no haber recomendado al Gobierno un confinamiento más drástico, lo que ha tenido un efecto evidente en el número de muertos. Los ataques de partidarios de Donald Trump en EEUU obligaron a poner protección policial a Fauci. Drosten ha sido amenazado por la extrema derecha y el movimiento antivacunas y cuestionado por los grupos que pensaban que debían haberse levantado hace tiempo las restricciones.
En la rueda de prensa del jueves, preguntaron a Simón por la foto de la portada con la moto que se compró en 2004: «Les hizo gracia que venga al trabajo en moto y debieron utilizarla por eso». No era exactamente gracia. Vieron la posibilidad de hacer una foto diferente y se tiraron como lobos hacia ella. Así se hace la portada de una revista, no recurriendo a una fotografía de alguien en su despacho.
En una entrevista en Der Spiegel, el periodista preguntó a Christian Drosten qué le parecía que le hubieran comparado con Gandalf y Obi Wan Kenobi. «¿Quiénes son esos? No conozco a esos personajes», respondió.
Para la próxima pandemia, van a tener que dar clases de cultura popular y fotografía periodística a los científicos. Con esta exposición mediática, la epidemiología ya no es suficiente.