Citaba antes el caso del ‘gerrymandering’ y la influencia del diseño de los distritos electorales en los resultados de las elecciones legislativas en EEUU. Eso quiere decir que en la Cámara de Representantes el nivel de alternancia es ínfimo. Algunos calculan que hasta el 85% de sus escaños en estos comicios está ya decidido antes de que nadie vote. Al otro lado, hay un 5% de duelos que están completamente en el aire y un 10% con un favorito que no tiene garantizada la victoria.
Hay una intención política que podríamos considerar legítima en algunos casos: obtener distritos homogéneos en términos raciales o socioeconómicos para conseguir que haya congresistas representantes de las minorías. En realidad, se utiliza con más frecuencia para dibujar distritos en los que un partido puede garantizarse la mayoría de los votos o para ‘arrinconar’ el mayor número posible de los votos del rival en un distrito y que así no sirvan en otras circunscripciones.
Desde luego, con el ‘gerrymandering’ no hay nada mejor que ver las formas culebrescas que han tenido algunos distritos.
Y este es un ejemplo de las consecuencias de la ingeniería electoral en Michigan. Controlar el legislativo estatal y el puesto de gobernador permitió a los republicanos hacer los cambios necesarios. En las elecciones de 2012, los demócratas sacaron más votos, pero los republicanos se quedaron con la mayoría de los escaños (9-5).
Este y otros gráficos aparecen en una serie de artículos de Bloomberg sobre el tema. Un detalle de este último artículo: en los años 80 corría un chiste en California según el cual había más relevos y cambios en el Politburó que en el legislativo del Estado. Entre 2002 y 2010, el porcentaje de veces en que un partido conservaba su escaño fue del 99,6%.
La alternancia, ese milagro de la democracia.