Rupert Murdoch ha comparecido en la comisión Leveson que analiza en detalle la conducta de los medios de comunicación británicos. Ha dicho que nunca ha pedido nada a los primeros ministros británicos. Ni a Thatcher, ni a Major, ni a Blair, ni a Brown, ni a Cameron.
Murdoch, el magnate ante el que todos los políticos temblaban, menos Thatcher. El mismo por el que Tony Blair voló hasta Australia para convencerle de que era un líder solvente. El mismo por el que Thatcher hizo lo necesario para que las normas de competencia no le impidieran comprar The Times en 1981. El mismo por el que Cameron contrató como director de comunicación a Andy Coulson con la esperanza de que la prensa de Murdoch, tras apoyar en tres elecciones consecutivas a Blair, pidiera el voto a los conservadores.
Y va The Times y le larga esta portada.
Fascinante. Igual que en España.
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El gobernante siempre buscó la transformación del mundo con la intercesión de Amón-Ra o el Quetzalcóatl de turno. El amigable Murdoch no ordena la crecida del Nilo ni el aumento de cosechas, pero la realidad en sus manos transmuta en otra cosa.
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