Cuando los políticos hablan mucho de periodismo, los periodistas deberían empezar a mirar a todos los lados para ver por dónde les van a caer los golpes. Cuando los periodistas retuercen la realidad para beneficiar a sus partidos favoritos o atacar sin pruebas a los que consideran enemigos, sólo sale ganando la política en su versión más sectaria, no el periodismo. Todos los medios de comunicación tienen una ideología, o un punto de vista sobre la sociedad, y eso es legítimo. Cuando la polarización se hace más intensa –es lo que ocurre ahora en España–, los partidos tienen la tentación de reclutar a algunos medios para la batalla. Algunos no tienen inconveniente en unirse a la pelea.
La respuesta de Podemos a las investigaciones judiciales en las que está implicado ha provocado en los últimos días que dos medios –El Mundo y El Confidencial– hayan declarado la guerra al partido de Pablo Iglesias. En un editorial, El Confidencial le acusa de formar parte de los movimientos políticos que intentan «reventar desde dentro los derechos y libertades en los Estados de Derecho». En otras palabras, de ser un enemigo de la democracia. Suscriben así las tesis sostenidas por el PP y Vox desde la formación del Gobierno de coalición. Todo porque una web montada desde Podemos se dedica básicamente a atacar a los medios que denuncian al partido y ha dado los nombres, por lo demás conocidos, de los periodistas que han firmado esas informaciones.
La ofensiva se produce precisamente cuando esas investigaciones judiciales contra Podemos han comenzado a desinflarse. El Tribunal Supremo ha rechazado el intento del juez Manuel García-Castellón, de la Audiencia Nacional, de investigar a Iglesias por el llamado caso Dina, la sustracción del móvil de una asesora del vicepresidente que acabó en manos del comisario Villarejo. La acusación de que Iglesias se quedó durante meses la tarjeta de datos de ese móvil tras su recuperación no puede llevarse a cabo si Dina Bousselham no denuncia a su antiguo jefe, recuerda el Supremo. Es algo que aparece en el Código Penal, y García-Castellón, con amplios conocimientos en Derecho, ya debería saberlo. De hecho, no puede ignorar que la exasesora de Iglesias nunca ha acusado a su antiguo jefe en sus comparecencias en el juzgado.
Antes de que el magistrado intentara ir contra Iglesias, la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional le había recordado en octubre de 2020 que el investigado en la causa era Villarejo y que lo demás eran «meras hipótesis». Villarejo estaba al frente de una organización que recibía encargos para organizar campañas de intoxicación con el uso de medios de comunicación. Lo hizo contra los independentistas catalanes y también contra Podemos. La Sala también se vio obligada a recordarlo. El juez tenía que saber que Villarejo había declarado que pasó el contenido de la tarjeta a otro comisario, otro implicado en las operaciones contra Podemos.
Una segunda investigación en un juzgado de Madrid, que alimentó titulares en varios medios durante meses sobre una supuesta financiación ilegal de Podemos, también se ha quedado reducida al mínimo. El juez descartó la existencia de una supuesta caja B. Sólo quedan abiertas las indagaciones sobre unos pagos realizados por Podemos a la consultora Neurona en concepto de gastos de la campaña de los que el juez sospecha aún su legalidad.
Estas últimas noticias permitieron a Iglesias recordar las portadas en las que se le daba ya por culpable. ABC daba por hecho que sería investigado por «revelar secretos y denuncia falsa». El Mundo le acusaba de mentir al juez para sacar «ventaja electoral». Otros medios se habían limitado a titular con la petición de García-Castellón al Supremo de que investigara al vicepresidente por ser aforado.
La intención de Iglesias era denunciar la gran cobertura inicial de la noticia –abriendo las portadas– comparada con su desenlace judicial temporal, desaparecido en las portadas o colocado a una escala ínfima. Una crítica real, pero que olvida que cada día hay noticias diferentes. Eso no quita que resulte obvio que algunos medios vieron desmentida su cobertura informativa por la decisión del Supremo y que les ha costado aceptarlo. Un medio tituló que el Supremo había devuelto el caso a García-Castellón, como si sólo quedaran algunos flecos que resolver antes de proseguir con el caso.
Podemos cree que necesita artillería mediática al estar rodeado. Su solución fue abrir en 2020 una web llamada La Última Hora, que no hace precisamente honor a su nombre. La mayoría de sus artículos en portada se dedica a atacar a los que atacan a Podemos. La directora resulta ser Dina Bousselham. Su audiencia es desconocida, pero no puede ser muy alta con ese menú tan limitado. Como mucho, sólo está dirigida al núcleo duro de votantes del partido.
Según El Mundo, su objetivo es «intimidar a una nutrida lista negra de periodistas y acallar cualquier voz crítica contra la formación morada». Si esa es la misión, no parece que haya tenido mucho éxito. El diario destacó que sus artículos «no van acompañados de la firma de ningún periodista», lo que es cierto en la mayoría de los casos. Tiene su gracia, porque ese artículo de El Mundo tampoco va firmado por nadie, sino directamente por el periódico.
Pablo Iglesias ha desarrollado toda una teoría sobre la gran influencia de los medios de comunicación en el sistema político. En alguna ocasión, ha dicho que los lectores «militan» en los medios, como si fueran partidos. Suena bastante peregrino, aunque es cierto que los lectores siguen los medios con los que se sienten más identificados o incluso que les confirman que tienen razón en sus ideas. Por tanto, hay medios que por su ideología son también adversarios de Podemos, algo por otro lado que los demás partidos siempre han tenido muy claro. No puede sorprender a nadie.
En una entrevista con este diario e Infolibre, Iglesias destaca que desde la fundación del partido se han fabricado pruebas contra Podemos –es un hecho que en tiempos del Gobierno de Rajoy desde el propio Ministerio de Interior– para acusarles de graves delitos, «y eso nos ha debilitado mucho». Cuando los tribunales han neutralizado esa ofensiva por falta de pruebas, se ha preparado la siguiente andanada.
«Villarejo ha trabajado para empresas del Ibex 35 y Villarejo ha trabajado fundamentalmente con medios de comunicación», argumenta Iglesias. «El trabajo de Villarejo es básicamente destruir a los adversarios y le contrataban para que destruyera a determinadas figuras políticas». El vicepresidente lo personaliza en una serie de nombres: «La imagen que expresa lo que es Villarejo en España es Villarejo tomando café con Mauricio Casals o con Ferreras, o Villarejo tomando café con Eduardo Inda o Esteban Urreiztieta. Eso significa Villarejo, porque el daño mediático es irreparable».
Es un hecho que Villarejo ha sido la fuente principal de algunos periodistas durante muchos años, como también que los reporteros que cubren ciertos temas no pueden escoger a sus fuentes por su calidad ética. Son responsables de lo que escriben, no de todas sus fuentes.
Podemos mantiene esta batalla con varios medios conservadores porque recibe acusaciones que considera falsas y también porque es un factor que cree que cohesiona a su base social. Da valor al partido como alternativa radical a un sistema económico cuestionado por sus votantes. En sus comienzos, se aprovechó del interés mediático por su aparición y después esa exposición se volvió en su contra. Le llevó a estar en la diana.
Los medios funcionan en una sociedad democrática como contrapoder, algo con lo que discrepa Iglesias, pero muchos de ellos forman parte también del establishment y están relacionados con el poder económico. Y un partido que desafía al sistema político, que obliga a cambiar las reglas del juego, no va a estar entre los favoritos de los medios que sostienen ese sistema, sea por sus accionistas, por los lectores que tiene o por su ideología.
«Podemos tiene un problema que debe asumir: ya hace mucho que no están en aquella etapa ascendente donde representaron un todo o nada para muchos. Y el choque frontal con los medios, tras haber tenido con ellos una relación simbiótica, ahora chirría», dijo en julio el escritor Daniel Bernabé. Estar en el poder obliga a tener que aceptar esas críticas y conseguir influencia fuera de los focos. La libertad de prensa, explicaba Bernabé, es «una balanza entre los intereses económicos, el equilibrio político y la supervivencia profesional. Y la crítica, aunque poco estética y oportuna, no la amenaza un ápice».
Cuatro de los diez medios más leídos en el ranking de ComScore son extremadamente agresivos contra el Gobierno, y en especial contra Podemos, y no es que todos los demás sean favorables. No es creíble que la existencia de una web como La Última Hora vaya a poner en peligro la libertad de expresión. Tampoco que una orden ministerial del Gobierno sobre la estrategia del Estado contra la desinformación originada en el extranjero pueda emplearse para atacar a los periodistas pasando por encima de la Constitución y el Código Penal. Eso no impidió a ABC, El Mundo y La Razón afirmar que se había establecido un «Ministerio de la Verdad». Seguro que George Orwell no estaba pensando en un país como este cuando escribió ‘1984’. No existiría libertad de prensa en España si una simple orden ministerial fuera capaz de desarbolarla.
El PP se ha solidarizado con los periodistas atacados por Podemos. Ciudadanos ha presentado una PNL en el Congreso para denunciar las «verdaderas cacerías de periodistas y medios de comunicación». Lo que parece es que los presuntos cadáveres gozan de muy buena salud. Todo es una escenificación de un problema tan viejo como el periodismo. Las relaciones de los periodistas con los partidos sólo pueden ser malas o correctas. Cuando son demasiado buenas, casi hay que sospechar. Aun así, conviene revisar el currículum de los políticos que dicen defender los derechos de los periodistas.
Algunos partidos se han mostrado especialmente implacables con los que consideraba peligrosos. Periodistas como José Antonio Zarzalejos, Germán Yanke, Luis Fernández, Esther Palomera, Ana Pastor o Jesús Cintora. Todos ellos perdieron sus puestos de trabajo por presiones del Partido Popular.
No cabe duda de que el PP apoyará la PNL de Ciudadanos. Su trayectoria en los gobiernos habla por sí sola sobre su compromiso. Unas cuantas lápidas de periodistas lo avalan.