Una vez más, la política israelí ha ofrecido un espectáculo intenso en el que varios políticos de ideas similares han chocado sus cornamentas en público para demostrar quién es el más macho de todos, el tipo más fiable en quien debería confiar la opinión pública para entregarle las riendas del país o de su política de defensa. Lo ocurrido en la última semana ha superado algunos récords anteriores, lo que no nos debe sorprender estando de por medio Binyamín Netanyahu.
El primer ministro quería ampliar el apoyo parlamentario de su Gobierno de coalición que hasta ahora sólo contaba con 61 diputados en un Parlamento de 120. La mayoría parece ínfima, pero eso no había colocado a su Gobierno en una situación límite. Pero ningún político quiere vivir a expensas de sus aliados. Su alternativa consistía en un Gobierno de unidad nacional y para ello casi había convencido al líder de la oposición, Yitzhak Herzog, que está al frente de la coalición con la que se presentaron a las elecciones los laboristas y el partido de Tzipi Livni. Herzog estaba dispuesto a dar el paso, pero su partido no, por lo que Netanyahu terminó reclutando a un viejo conocido.
El plan B estaba preparado desde el principio. Muy rápidamente, se anunció que el Likud comenzaba las negociaciones con el partido ultranacionalista de Avigdor Lieberman, lo que le permitiría aumentar la mayoría hasta los 67 escaños. En realidad, estaba todo hecho porque los medios de comunicación supieron muy pronto que Lieberman recibiría el premio que llevaba tiempo esperando: ser ministro de Defensa, precisamente el puesto que Netanyahu no había querido concederle tras las últimas elecciones.
Netanyahu conoce perfectamente a su nuevo aliado, que comenzó su carrera política como jefe de gabinete del primer ministro. El Likud y el partido de Lieberman llegaron a presentarse en coalición en anteriores elecciones, un matrimonio que no les funcionó en las urnas. Netanyahu sabe que Lieberman resulta poco presentable en el extranjero, lo que no le impidió nombrarle ministro de Exteriores hace años (cuando entre otras cosas tuvo la oportunidad de humillar a Moratinos).
La ideología de ambos no es muy diferente, pero Lieberman tiene la tendencia de hacer declaraciones entre fanáticas y absurdas, como cuando dijo a un grupo de embajadores que en caso de guerra con Egipto Israel siempre podría bombardear la presa de Asuán. Como este tipo de pronunciamientos siempre va a funcionar bien en los sectores más ultras de la sociedad israelí, Netanyahu prefiere tener cerca y controlado a Lieberman que sufrirlo en la oposición quitándole votos.
Para saber si Lieberman está capacitado para ser ministro de Defensa, sólo hay que saber que se presentó en una vista celebrada en un tribunal militar para apoyar al sargento Elor Azaria, el mismo que asesinó a sangre fría al palestino que atacó a un grupo de soldados en Hebrón. El Ejército presentó cargos contra el militar, lo que no debió importar demasiado a Lieberman. El nuevo ministro nunca ha dudado de que la forma en que Israel debe responder al conflicto con los palestinos es la violencia más brutal. Siempre que ha estado en la oposición, y a veces incluso en el Gobierno, ha dejado claro que la respuesta de Netanyahu le parece demasiado moderada.
Respecto a la inteligencia política de Lieberman, basta decir que considera a la Autoridad Palestina un «cadáver político» del que convendría deshacerse. Nada más lejos de la opinión del Ejército, que es muy consciente de que la desaparición del Gobierno de Mahmud Abás sería un desastre para los militares, porque deberían asumir la responsabilidad sobre la infraestructura civil de Cisjordania, algo en lo que no están nada interesados.
Varios periodistas israelíes no se creían que Netanyahu fuera a entregar la cartera de Defensa al ultra Lieberman. No tanto por cuestiones ideológicas, sino de preparación personal. Contaron que Lieberman no es una persona a la que le gusten las largas reuniones, que su capacidad de concentrarse no es muy amplia y –el pecado definitivo– que los militares no se fían de él. Veían toda esta crisis como un intento de Netanyahu de enviar un mensaje a los generales para que no olviden quién está al mando.
Las Fuerzas Armadas son la tradicional ‘vaca sagrada’ de la política israelí. Ningún político se atreve a enfrentarse en público a los generales en activo. Se ven obligados a enviar a los medios mensajes en clave o cargar el peso de la culpa sobre el Gobierno, aunque las decisiones criticadas hayan sido tomadas por militares. Netanyahu es muy consciente de eso y sabe manejarse en esas situaciones. Tuvo que tragar con la oposición del alto mando militar a un ataque preventivo sobre el programa nuclear iraní sin contar con la colaboración efectiva de EEUU. Sus relaciones con los generales son a veces complicadas, pero no habría sobrevivido políticamente hasta ahora si no hubiera sabido gestionarlas.
Ahora ha dado un paso arriesgado, sobre todo porque ha conseguido enfurecer al hombre que tiene que dejar el puesto a Lieberman. Antes de que las negociaciones concluyan, el ministro de Defensa, Moshe Ya’alon, ha presentado la dimisión y lo ha hecho a lo grande. Ya’alon –exgeneral y exjefe de las Fuerzas Armadas– no iba a aceptar un puesto de consolación, como la cartera de Exteriores, y ha optado por retirarse de primera línea, pero con un aviso peligroso para los intereses futuros de Netanyahu.
No sólo dimite del Gobierno, sino que deja su escaño en el grupo parlamentario del Likud, pero avisa que no tiene la intención de abandonar la política y que en el futuro regresará para disputar (¿a Netanyahu?) el «liderazgo nacional de Israel». Lo peor ha venido después: «Ante mi gran decepción, elementos peligrosos y extremistas se han apoderado de Israel, así como del Likud, y amenazan con poner en peligro a sus ciudadanos».
En relación sin duda al caso del sargento Azaria, Ya’alon ha dicho que «ha luchado con todas mis fuerzas contra el extremismo, la violencia y el racismo en la sociedad israelí que amenazan a su fortaleza», y ha alertado de que existe el peligro de que esos peligros terminen dañando al Ejército.
Otros muchos exgenerales han desafiado a Netanyahu antes y no han salido bien parados. Pero no hay muchos que hayan acusado a un primer ministro de amenazar la integridad de las Fuerzas Armadas para satisfacer sus intereses políticos personales.
El exprimer ministro laborista Ehud Barak cree ver «la semilla del fascismo» en esta crisis. También se podría decir que es un ejemplo bastante exacto de cómo funciona la política israelí.