En Nerdwriter, hay una buena descripción de la evolución del euroescepticismo en el Reino Unido (se puede activar los subtítulos en inglés). Cita como inicio del proceso de separación británica de la UE el discurso de Margaret Thatcher en Brujas en 1988, pero hay que insistir en que el principal objetivo de la entonces primera ministra no era provocar la separación, sino frenar el movimiento hacia el federalismo europeo. Lo que sí hizo esa intervención es dar comienzo al proceso de quiebra interna de los conservadores británicos sobre ese tema, que les ha perseguido desde entonces.
En ese sentido, y hay que pensar que las razones por las que la mayoría de los británicos votaron por el Brexit fueron muchas y algunas hasta contradictorias entre sí, no es un error pensar que la respuesta por defecto de muchos gobiernos europeos ante cualquier crisis –»más Europa», más poder para las instituciones europeas, avanzar en el federalismo– podía desencadenar en algún momento los acontecimientos que ahora hemos visto en el Reino Unido.
Podía no es lo mismo que tenía que. Al final del vídeo, se apunta que el rechazo a la inmigración es probablemente la razón más ampliamente compartida por los partidarios del Brexit. Lo que hay que añadir es que en la década 2005-2015, cambia el origen de los extranjeros que llegan al país: la mayoría pasan a ser ciudadanos de otros países de la UE, y no de otros estados de la Commonwealth. Es la aplicación del principio de libre circulación de trabajadores, una vez que se concede a las personas los mismos derechos que gozan los bienes, servicios y capitales. Si una sociedad no acepta ese derecho, está claro que la opción del Brexit es viable en términos de votos, por muy sólido que sea el argumento económico para continuar en la UE. Es un caso claro en que las políticas de identidad (que también tienen razones económicas) prevalecen sobre las cuestiones económicas.
Desde luego, muchos políticos tories sostienen ahora que es posible tener las dos cosas: control de las fronteras para cerrar el paso a los trabajadores del resto de la UE, y además acceso al mercado único europeo. Pero eso es otra historia. En relación a la política de identidad, no es la primera vez que se impone la táctica de que donde no llegue la realidad, llegará la desinformación.
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Se podría añadir a ese escenario, remontándonos a varias décadas atrás, la confusión o ambivalencia de la clase política británica desde 1945 sobre el papel del país en el mundo. Ya no había imperio sobre el que construir una política exterior, lo que tardaron mucho tiempo en darse cuenta, y se pensaba que la apuesta por Europa no era necesaria porque ya tenían la celebrada «relación especial» con EEUU:
A causa de su confusión sobre el lugar de Gran Bretaña en el mundo, todos los políticos y la mayoría de los altos funcionarios de entonces pensaban que había una tercera vía. Estaban convencidos de que Gran Bretaña, con su imperio, era aún una gran potencia, quizá no tan grande como Estados Unidos o la Unión Soviética, pero aún evidentemente grande. Ninguno de ellos tenía la percepción que se podía encontrar en un informe del Foreign Office de 1945, que señalaba que Gran Bretaña sólo podía ser considerada «a la altura» de sus «dos grandes socios» si se convertía en líder de Europa, así como de la Commonwealth. Ni la perspicacia del científico y asesor de Defensa Sir Henry Tizard, que escribió en 1949: «No somos una gran potencia ni lo volveremos a ser nunca. Somos una gran nación pero si continuamos comportándonos como una gran potencia muy pronto dejaremos de ser una gran nación».
Luego vino la crisis de Suez y los británicos tuvieron que despertar a la realidad de que ya no eran en el mundo lo que ellos creían que eran. Años después, pidieron el ingreso en la Comunidad Económica Europea, para recibir el veto de De Gaulle, objetivo que no se cumplió hasta una década más tarde.
Se podría decir que el Reino Unido ha estado buscando su sitio en el mapa desde 1945. El Brexit es un nuevo intento de poner la chincheta en otro sitio.