Troskista en los 60. Ateo convencido. Fiscal de los crímenes de guerra de Kissinger. Amigo fiel de Ian McEwan y Martin Amis. Memoria fotográfica. Escritura brillante. Aliado de los neoconservadores y amigo de Wolfowitz tras el 11-S. Enémigo acérrimo de los fundamentalismos religiosos. Bebedor y fumador hasta el final. Un intelectual, no al modo pedante de la escuela francesa (Bernard-Henri Lévy, para entendernos). Muerto a los 62 años por un cáncer de esófago.
Hijo de un estricto oficial de la Armada británica, aplicó sobre todo las enseñanzas de su madre, que le dijo una máxima que él aplicó en todo momento. «El único pecado imperdonable es ser aburrido».
Christopher Hitchens ha puesto fin a una carrera vibrante. Ha sido admirado –por razones diferentes, claro– por progresistas y conservadores. Básicamente, a Hitch nunca le importó demasiado lo que los demas pensaran de él, pero estaba dispuesto a explicarlo cuantas veces fuera necesario. A poder ser, con una copa delante. Desgraciadamente, más de una casi siempre.
Situaba la mayor parte de sus polémicas en la pelea histórica entre la izquierda antiimperialista y la izquierda antitotalitaria. «De una forma u otra, he estado implicado en ella–en ambos lados– a lo largo de toda mi vida». Evolucionó hasta anclarse firmemente en la segunda, donde se sentía en la inestimable compañía de George Orwell. No aceptaba componendas ni conformismos en la denuncia de las dictaduras. No necesitaba complicados análisis ideológicos para saber lo que eran Augusto Pinochet y Fidel Castro.
Pero si la idea antiimperialista le llevó a asumir la para él nada pesada carga de ser la némesis de Kissinger, posición de la que nunca abjuró, su odio al fanatismo religioso le condujo a abrazar a los neoconservadores que decidieron que había llegado el momento de cambiar las estructuras políticas de Oriente Medio por la vía de la fuerza. ¿Qué mejor que la 101ª División Aerotransportada para llevar la democracia y el liberalismo a países destruidos por las tiranías? Muchos de los auténticos ‘neocon’ tenían raíces personales en la izquierda (no los conservadores de toda la vida como Rumsfeld al que tantos adjudican por error esa identidad), y Hitchens no se sentía a disgusto con ellos.
Sin embargo, la intensidad de la pelea hizo que Hitchens acabara haciendo de padrino intelectual de personajes tan siniestros como Ahmed Chalabi, en ocasiones, quizá por su incontinencia verbal, alcanzando niveles de culto a la personalidad que no se considerarían inapropiados en Corea del Norte.
Por la misma razón, no tuvo empacho en elogiar al régimen tunecino en 2007, «una de las historias de éxito más increíbles de África». Si los mulás fanáticos eran perseguidos por la policía y su índice de competitividad económica era mejor que el de Italia, ¿cómo no podía ser Túnez un ejemplo de éxito? El detector de dictadores de Hitchens había quedado completamente atrofiado al no dar importancia al hecho de que si un presidente obtiene más del 90% de los votos en las elecciones, es que algo huele a podrido en el palacio presidencial.
Por la misma razón, se sintió entusiasmado con razón por el éxito de la rebelión libanesa contra el dominio sirio, obviando sin problemas el hecho de que la coalición antisiria contaba entre sus miembros a grupos suníes yihadistas en el norte del país que recibían apoyo de ese baluarte de la democracia liberal que es Arabia Saudí.
Quizá es que Hitch era un ferviente admirador de la idea ‘el enemigo de mi enemigo es mi amigo’, un concepto tan extendido en Oriente Medio que casi debería haber aparecido en el preámbulo de todas las constituciones árabes. Hasta tal punto que le hacía situarse al lado de personajes que no compartían con él en absoluto su rechazo visceral a las tiranías.
Por la misma razón, también se había equivocado sobre Irak en los años 70. Elegir por definición el mal menor lleva a esas cosas.
Al menos, no permitió que se pudiera decir de él que era el típico ‘compañero de viaje’ de sus nuevos amigos. Nunca toleró la tortura y se prestó al estrafalario experimento de ser sometido a una sesión de ‘waterboarding’ para dejar patente lo obvio: era una forma de tortura tan insoportable como el viejo método de arrancar las uñas.
Genio y figura.
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–Vídeo: el debate de Hitchens con Tony Blair sobre religión en Toronto.
—Sus entrevistas en el programa de Jon Stewart.
–Artículos de y sobre Hitchens en New Statesman.
–Algunos de sus mejores artículos. Slate.
–From 9/11 to the Arab spring. Hitchens, septiembre 2011.