Aparentemente, media España está que no duerme hasta saber qué va a hacer con su vida Pablo Iglesias. Igual no son tantos, pero por ejemplo este mes de agosto La Voz de Galicia dedicó casi una página a un artículo que se titulaba «Cien días sin noticias de Pablo Iglesias». Lo leías y te llevabas un susto. Dios mío, han secuestrado a Iglesias y lleva tres meses encerrado a la espera de que paguen el rescate. Luego, lo leías y no había que preocuparse. Sólo ocurría que desde las elecciones de Madrid en las que fue candidato, «apenas han trascendido noticias del exvicepresidente del Gobierno». Un drama insoportable.
Esa es la idea de abandonar un Gobierno o la política o al menos una de sus consecuencias más favorables para la tranquilidad de espíritu. Que no sepa la gente en cada minuto dónde estás y lo que piensas sobre cada asunto. Que no te llamen por la noche para decirte que algo terrible ha pasado y que hay que hacer algo, lo que sea y cuanto antes.
Sin embargo, Iglesias no ha dejado atrás la política para siempre. Ha dicho que piensa dedicarse al «periodismo crítico», lo que quiere decir que pretende seguir dando caña. Que tenga que ver con el periodismo es otra cosa. Dar clases en la universidad está muy bien, y es una profesión muy honorable, aunque la audiencia es reducida. Hay otros altavoces que llegan a más gente.
Para eso están las tertulias en radio o televisión. El exlíder de Podemos se ha apuntado a una semanal en el programa Hora 25 de la Cadena SER, donde compartirá escenario con la exvicepresidenta Carmen Calvo y el exministro José Manuel García Margallo. Todos son ex, así que no tienen que preocuparse mucho por que les llamen de la sede del partido para reprocharles sus palabras. Eso no quiere decir que no vayan a recibir llamadas. Están en condiciones de no preocuparse por ellas. Este lunes tuvieron el estreno.
Comenzaron con la duda del presentador, Aimar Bretos, sobre si tenía que tratarlos de usted o de tú. Iglesias y Margallo se posicionaron claramente en favor del tuteo. El exministro del PP es una de esas personas a las que se podría llamar campechano, si no fuera porque el adjetivo ha quedado hundido en la miseria a causa de los delitos cometidos por el anterior jefe del Estado. Iglesias recordó que le preguntó a Felipe VI en la primera reunión si podía tutearle y el rey no tuvo ningún problema. Por el contrario, Carmen Calvo dejó claro y cristalino que eso no va con ella. Lo explicó con una razón extraña: «Yo soy muy del usted. No genera distancia, pero sí un poco de formalidad». Si algo permite hablar a alguien de usted es crear una distancia entre las dos personas.
Calvo sigue el ejemplo que marcó Miguel Boyer. Se cuenta que uno de esos periodistas que en la Transición apostaban por el colegueo con los políticos –una mala costumbre que ha continuado desde entonces– le preguntó: ¿te importa que te trate de tú? Puede tratarme como considere oportuno, respondió el entonces ministro socialista, seguro que con una mirada fría.
Una tertulia es otra cosa. «Estamos comprometidos a que esto no sea como la sesión de control», comentó Iglesias. Lo que quiere decir que no se van a insultar ni a propinar golpes bajos, que es tristemente la forma habitual de comportarse en el Congreso de los Diputados. Y luego le echan la culpa a la polarización, como si fuera una imposición de la política contemporánea a la que la gente decente no puede sustraerse.
Para el estilo de cuchillo entre los dientes y ojos inyectados en sangre con que se maneja actualmente la derecha, la actuación de Margallo fue floja, porque no denunció que Iglesias es el mayor peligro para la democracia desde que Stalin mantuvo al Ejército Rojo en Europa del Este. Ni siquiera mencionó a Venezuela, la palabra que sale de la boca de los dirigentes del PP a nada que se calientan.
El exministro es así. Es muy de la escuela de Rajoy con algo más de mordiente. Un par de toques finos de florete y eso fue todo. Una referencia a un libro del exlíder de Podemos que comenzaba con una larga cita de Robespierre. A la derecha le mentas a Robespierre y ya se empieza a palpar el cuello. «Su idea de democracia son las democracias populares» (por la Europa del Este en la época del comunismo), dijo después. Iglesias respondió rápido: «El Partido Popular fue fundado por siete ministros de la dictadura». Ouch.
El tema del precio de la luz tenía que salir en una tertulia sobre temas de actualidad. Era también el asunto en el que los ministros socialistas del Gobierno comenzaron a contener la respiración cuando supieron de la aparición de Iglesias en la SER. Ahí Iglesias fue muy hábil. Tuvo un detalle con cada uno de los dos partidos que forman parte del Gobierno del que él fue vicepresidente.
Sobre la propuesta de Unidas Podemos de crear una empresa pública de energía, que ya ha llevado al Congreso como proposición de ley, dijo que la apoyaba, pero con un asterisco que pareció muy grande. «¿Es eso posible en este Gobierno de coalición? No». Seguro que Pedro Sánchez habrá respirado aliviado cuando se lo hayan contado. Yolanda Díaz, también.
Iglesias no dejó tirados a los suyos. Dijo que el precio actual es «un escándalo» que se debe a «la existencia del oligopolio eléctrico en España». Precisó que el Gobierno puede hacer más cosas al respecto, algo que dicho así tampoco suena muy diferente a lo que han prometido Sánchez y Teresa Ribera. Y además apoyó con decisión la propuesta de Podemos de que la calle se mueva en favor de soluciones ambiciosas. Esa es una idea que habrá puesto aún de peor humor a Calviño y Ribera. En eso, Iglesias no cedió: «Si no hay movilización de la sociedad civil, esto será mucho más difícil, porque no bastará con que Unidas Podemos y otras fuerzas de izquierda presionen».
Podemos reclama ayuda a sus votantes para que salgan a la calle con la intención de presionar al Gobierno para que este haga lo que ellos creen que debe hacer. También es una forma de quitarse responsabilidad de encima. Si la gente no se manifiesta por miles, esto es lo que hay.
Al final, Iglesias no prendió ninguna hoguera que pueda incendiar las costuras del Gobierno. A la derecha le encantaría y ese es un buen motivo para que el exvicepresidente mida sus palabras. Pero eso no le impedirá hablar de lo que le apetezca y en los términos que él elija. Para eso están las tertulias, ¿no?