No importa cuántos artículos escriban los politólogos sobre la muerte de los partidos ni de lo convincentes que suenen algunas de sus razones. Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo es que cuanto más se habla de la crisis de los partidos como estructuras políticas tradicionales, más aparecen nuevas formaciones con un discurso diferente pero con una conducta muy similar a la de sus parientes de más edad.
¿Hiperliderazgo? ¿Escasa tolerancia con la disidencia interior? ¿Comportamiento endogámico? ¿Control total de las listas electorales? ¿Intrigas internas?
De todo eso hay de sobra en las nuevas formaciones surgidas en los últimos años en España, como Podemos y Ciudadanos. Lo mismo se puede decir del partido creado de la nada con el que Emmanuel Macron llegó a El Elíseo. Es muy fácil hablar de «superar la lógica de partidos» y dejar boquiabiertos a muchos periodistas, y es muy difícil inventar algo nuevo en el mundo real.
Íñigo Errejón negó tres veces a Pablo Iglesias, y a la tercera se produjo el divorcio. Primero, fue el desafío de los errejonistas a la dirección del partido en Madrid con una candidatura de la que Iglesias se enteró el día anterior. Luego, la ruptura se completó hasta llegar a lo personal en Vistalegre2 y quedó a la vista de todos sus votantes (no se incluye aquí las maniobras internas, las peleas a golpe de Telegram y las escaramuzas por persona interpuesta).
Finalmente, se ha producido el último desafío con el anuncio por Errejón de una candidatura a la Comunidad de Madrid hecha a través de una alianza con Manuela Carmena, y por tanto librándose del control de las listas por Podemos. «Hoy todo el mundo sabe que necesitamos un revulsivo», dice la carta firmada por Carmena y Errejón, que destaca que «una buena parte de esa mayoría necesita un proyecto que renueve su ilusión y confianza en que las cosas se pueden hacer todavía mejor».
Ergo, Podemos como instrumento político ha fracasado, porque no genera la ilusión y confianza necesarias. Es un poco duro escuchar eso del cofundador de Podemos, actual diputado en el Congreso y candidato designado a la Comunidad de Madrid y luego ratificado en primarias. Si él dice eso, ¿qué no dirán los adversarios de Podemos?
En la Navidad de 2016, la protesta pública de los errejonistas por el cese del portavoz del partido en la Asamblea de Madrid provocó una lluvia concertada de tuits de los dirigentes más cercanos a Iglesias contra Errejón. En esta ocasión, el sector oficial se mantuvo el jueves en silencio en Twitter. El desafío era tan grave que no se podía resolver con 280 caracteres. El líder máximo era el que tenía que responder.
Pablo Iglesias formalizó el divorcio horas más tarde con un mensaje grabado de cuatro minutos en el que colocaba a Errejón fuera del partido y le deseaba en plan sarcástico lo mejor en este «nuevo proyecto político personal». Estaba claro que se sentía traicionado: «No doy crédito», «tocado y triste», «vuelvo a sentir vergüenza», «este tipo de maniobras»…
Casi era como escuchar a Alaska y Dinarama cantar: «¿Cómo pudiste hacerte esto a mí. Yo, que te hubiese querido hasta el fin. Sé que te arrepentirás».
Iglesias también tuvo munición contra la alcaldesa de Madrid. Dijo que «el nuevo proyecto de Manuela se parece muy poco al anterior». Dio a entender que Podemos apoyará su reelección, aunque de una forma que no sólo no es muy apasionada, sino que certifica las críticas a Carmena desde la izquierda.
El líder de Podemos tuvo después la oportunidad de clavar aún más el cuchillo al explicar por qué el partido se presentará a las elecciones autonómicas, por tanto contra Errejón, pero no a las municipales contra Carmena: «Íñigo no es Manuela».
Lo cierto es que las diferencias existen. Errejón no es alcalde de Madrid ni aspira a una reelección amenazada por la triple alianza de la derecha. No tiene 74 años como Carmena, que ha estado toda su vida fuera de la política de partidos, de los que desconfía, y no va a cambiar de opinión a estas alturas. Errejón sí está en Podemos desde el primer día y ha participado ya en las primarias del partido para estas elecciones. Los inscritos de Podemos confiaron en él para encabezar la lista del partido. Ahora les dice que no, gracias. Su proyecto es otro.
La gran diferencia es que Más Madrid –el proyecto de Carmena al que se suma Errejón– era un intento para no dejar que la dirección de Podemos le hiciera la nueva candidatura electoral con el general retirado Julio Rodríguez de número dos y los actuales concejales que cuentan con la confianza de Carmena relegados a puestos secundarios. La realidad es que Más Madrid se creó para marcar distancias con Podemos. Iglesias podía tolerar eso a Carmena, porque no le quedaba más remedio, pero no a Errejón, después del enfrentamiento personal que puso fin a una gran amistad.
Podemos siempre ha sido el partido de las medidas audaces, no siempre con buenos resultados, el que buscaba sorprender a sus rivales y a los medios de comunicación, el que no quería ser previsible, porque si no saben por dónde vas a aparecer, lo tienen más difícil para controlarte. Ha terminado siendo el partido en que los dirigentes se sorprenden entre ellos con iniciativas inesperadas que pillan a los demás de improviso y terminan minando las relaciones entre ellos.
Y en los nuevos partidos que superan los esquemas tradicionales, las relaciones personales importan. Siempre importan. No es un gran descubrimiento.