Las elecciones iraquíes han desmentido el relato habitual en los medios norteamericanos sobre la situación de Oriente Medio. Siempre ven victorias de Irán en su duelo permanente con Arabia Saudí como si toda la región, habitada mayoritariamente por suníes, fuera a caer bajo la hegemonía iraní. Lo mismo se lee en los medios israelíes, aunque desde hace mucho más tiempo y con otras intenciones.
El voto de los iraquíes cuestiona esa descripción. El partido más votado ha sido el dirigido por Muqtada Al Sáder, aunque no liderado por él en las listas electorales. Los resultados definitivos dan 54 escaños a su coalición con el Partido Comunista y otros grupos.
Al Sáder ha sido desde hace tiempo una figura importante entre las clases populares chiíes, pero siempre ha estado fuera de los puestos relevantes del sistema político, entre otras cosas por el rechazo que suscitaba su figura en Teherán. Por eso, el principal objetivo del Gobierno iraní es ahora armar una coalición que deje fuera del poder a Al Sáder.
Por detrás, está Hash Fatah (el partido formado por los responsables de las milicias chiíes proiraníes que combatieron contra el ISIS) con 47 y en tercer lugar la formación del primer ministro, Haidar Abadi, con 42. Todos ellos quedan muy lejos de la mayoría absoluta marcada en 165 escaños.
Varios partidos kurdos han obtenido 56 escaños, de los que 25 son para el Partido Democrático del Kurdistán y 18 para su viejo rival, la Unión Patriótica de Kurdistán. El partido del ex primer ministro Nuri al-Maliki tiene 26 escaños, el de otro exjefe de Gobierno, Iyad Alaui, 21. El partido Hikam cuenta con 19. Su líder es Ammar al-Hakim, sobrino del líder histórico del Consejo Supremo Islámico de Irak que murió en un atentado de Al Qaeda. La formación que podría definirse como enteramente suní, dirigida por Osama al-Nuyaifi, se quedó con 14. Maliki, Alaui y Nuyaifi son vicepresidentes.
La fragmentación del voto chií ha dado lugar a un Parlamento con un alto número de grupos con un número significativo de escaños. Además, algunos partidos han intentado superar el sectarismo del sistema político iraquí desde 2003 y buscado reunir votos tanto de chiíes como de suníes.
El partido del primer ministro Abadi ha insistido en ese mensaje con la esperanza además de capitalizar la derrota del ISIS y la recuperación del control de Mosul, la segunda ciudad del país (al precio de una inmensa destrucción). Pero el partido de las milicias, integradas ya en las fuerzas militares, podía presumir también de su intervención decisiva en la guerra contra el ISIS.
En los años inmediatamente posteriores a la invasión norteamericana, Al Sáder tenía en torno a 30 años y su fuerza política se limitaba a su apellido, es decir, de su padre, un ayatolá asesinado en 1999, probablemente por órdenes de Sadam Hussein, que fue venerado por los suyos como defensor de los chiíes más pobres.
Con su edad y sin formación suficiente para convertirse en guía religioso, Muqtada Al Sáder no podía disputar el protagonismo político a los dos grandes partidos chiíes, fuertemente apoyados por Irán. Optó por centrar su actividad pública en el rechazo a la ocupación norteamericana, porque sabía que esos partidos dependían de Washington para consolidar su poder en Bagdad. Organizó una milicia –llamada el ejército del Mahdi– que llevó a cabo numerosos ataques contra las tropas de EEUU con la probable ayuda iraní.
Los norteamericanos intentaron más de una vez detenerlo, pero el Gobierno de Maliki lo impidió porque temía la reacción de la calle. Y además necesitaba sus votos en el Parlamento. Era la época en que algunos medios lo llamaban «el hombre más peligroso de Irak».
Cuando se desató la guerra civil de suníes y chiíes en 2006 y 2007 y los escuadrones de la muerte de ambos bandos asesinaban a cualquier iraquí que perteneciera a la otra rama del islam, la milicia de Al Sáder participó en la carnicería, como también lo hicieron las Brigadas Báder, la milicia de uno de los dos partidos que controlaban el Gobierno de Bagdad, el Consejo Supremo Islámico de Irak.
De hecho, el Ministerio de Interior protegió a los asesinos sectarios en una espiral de violencia que propició la limpieza étnica de amplias zonas de la provincia de Bagdad y otras zonas del país.
Tras la masacre, Al Sáder dio un paso que parecía sorprendente y que era una apuesta por el futuro. Por el suyo. Abandonó la actividad política –en realidad, la milicia del Mahdi era una constelación de grupos, algunos formados por criminales, con escaso control– y viajó a Irán en 2007 para ampliar, o quizá iniciar, sus estudios religiosos. Irán lo cobijó, lo que también era una forma de alejarlo de la política iraquí y de tenerlo controlado. Allí pasó varios años.
En 2008, Maliki puso fin a uno de los lugares donde contaba con influencia, Basora. La ciudad del sur pasaba por ser un centro de caos y violencia promovidos por diversas organizaciones criminales y milicias, una de ellas la de Al Sáder. Parecía que su tiempo había pasado sin poder haber estado nunca cerca del poder. Maliki, colocado en el puesto por Washington, no tendría que preocuparse más por el joven incendiario tras imponer no sin problemas la autoridad del Estado sobre Basora.
A su vuelta de Irán, Al Sáder confirmó en 2012 la sospecha iraní de que no podían fiarse de él. Dio más sentido a su apuesta por una idea nacionalista de Irak al reclamar el fin de las interferencias extranjeras –y no había influencia exterior más importante que la de Teherán– y reclamó el apoyo de chiíes y suníes por igual. No parecía desde luego un candidato creíble por sus antecedentes anteriores, pero en 2016 construyó la coalición que tan buenos resultados ha sacado en estas elecciones.
Una de sus banderas más efectivas fue la lucha contra la corrupción, endémica en el Estado que surgió tras 2003. Muchos iraquíes saben que su Estado es sólo una red clientelar en la que hasta los puestos más bajos de la Administración se compran y venden o se entregan a los seguidores del partido en el poder. En amplias zonas del país, la pobreza es de un nivel incomprensible en un país lleno de petróleo.
El hundimiento del Ejército con la ofensiva del ISIS en 2014 les demostró hasta qué punto las promesas del Gobierno eran sólo una farsa: tenían un Estado de papel con un Ejército lleno de soldados fantasma con los que los generales inflaban sus efectivos para llenarse los bolsillos.
Era terreno abonado para Al Sáder. Intensificó su apuesta con contactos con aliados improbables, comunistas, socialdemócratas, liberales, que al principio lo recibieron con desconfianza, pero que al final llegaron a la conclusión de que sus ideas en favor de la justicia social eran las apropiadas.
Para confirmar esa alianza, Al Sáder, que no suele conceder entrevistas, dijo en campaña que igual había llegado la hora de poner a menos islamistas en puestos clave de la Administración y situar ahí a personas de otras ideologías y mejor preparadas. No es el mensaje habitual entre los radicales, donde siempre se colocó a Al Sáder.
Para reforzar el carácter no sectario de su coalición, ordenó antes de las elecciones a todos los diputados de su partido que no se presentaran a la reelección para poder incluir a los miembros de los partidos coaligados y renovar sus propias filas.
Las negociaciones para la formación del Gobierno pueden durar mucho tiempo. Se cree que Al Sáder no tendría inconveniente en que Abadi continuara siendo primer ministro si está dispuesto a una política decisiva contra la corrupción, como dijo en campaña (aunque tampoco hizo mucho al respecto en el Gobierno). Hay muchas combinaciones posibles, porque se necesitan más de dos partidos, o más de tres, para asegurar la mayoría absoluta.
Ahí es donde pretende entrar el Gobierno iraní. EEUU aspiraba a que Abadi continuara siendo primer ministro e Irán no estaba en contra de esa idea si su principal apoyo parlamentario era Hash Fatah, el partido de las milicias proiraníes. El resultado de las urnas no es lo que esperaban en Teherán, en especial por el primer puesto de la coalición de Al Sáder.
Algunos medios, como AP citando fuentes de políticos chiíes, afirman que el general iraní Soleimani está en Irak desde el día de las elecciones. Soleimani pasó mucho tiempo en el país en la guerra contra el ISIS. Es posible que su misión sea impedir que Al Sáder se convierta en el nuevo árbitro de la política iraquí desde fuera del Parlamento. Lo que está claro es que por primera vez Irán no tiene todas las cartas a su favor en Irak.