Los estados del Golfo Pérsico, menos Qatar, y otros como Egipto y Jordania se apresuraron a dar su apoyo a Arabia Saudí al poco de conocerse la desaparición de Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul. Lo hicieron porque son aliados tradicionales de Riad o porque necesitan su dinero. Hay otro Estado en Oriente Medio que no depende económicamente de los saudíes ni tiene relaciones diplomáticas con ellos, e incluso así está muy preocupado por la caída del prestigio de ese país en EEUU a causa del asesinato del periodista exiliado. Se trata de Israel.
El Gobierno de coalición israelí se ha mostrado discreto en esta crisis, casi silencioso, lo que llama la atención teniendo en cuenta que algunos de sus ministros son muy proclives a dar a conocer sus posiciones. Es muy probable que hayan recibido instrucciones al respecto y que lo hayan aceptado al resultar obvio para ellos: Israel necesita a Arabia Saudí, pero este no es el mejor momento para plasmar su solidaridad.
Daniel Shapiro, embajador de EEUU en Israel entre 2011 y 2017, explicó esta dependencia hace unos días en un artículo titulado: «Por qué el asesinato de Khashoggi es un desastre para Israel». La razón está obviamente en el conflicto con Irán. Israel corre el riesgo de perder un elemento de influencia en Occidente en esa confrontación, y en especial en Washington, si la pérdida de reputación saudí en EEUU y Europa resta valor a los ataques a Irán. El Congreso estadounidense no se va a convertir en proiraní de repente, pero desconfiará de la información que le llegue de Riad y –en el peor de los casos para saudíes e israelíes– podría aprobar sanciones, incluso a pesar de lo que diga la Casa Blanca, como se ha visto en el caso de Rusia.
«Para los israelíes, ese puede ser el mayor revés tras el asesinato de Khashoggi. MBS (el príncipe heredero Mohamed bin Salmán), en su obsesión por silenciar a sus críticos, ha socavado el intento de construir un consenso internacional para presionar a Irán», escribe Shapiro, que actualmente trabaja en un think tank de Tel Aviv. «El daño es serio. Trump puede ser alguien que va por su cuenta. ¿Pero qué congresista (de EEUU), qué líder europeo estaría dispuesto a sentarse a negociar con MBS sobre Irán?».
Dos expertos israelíes en defensa (Dore Gold, que fue asesor de Netanyahu, y Eran Lerman) coinciden con ese análisis. Conocen los muchos contactos secretos o no revelados que representantes de ambos países han mantenido en los últimos años, el último a mediados de octubre cuando el jefe de las FFAA israelíes se vio en una conferencia internacional con su homólogo saudí. Comparten un enemigo, Irán, y el conflicto palestino no les afecta demasiado, porque el Gobierno israelí sabe que no es probable que Riad haga una declaración pública que pueda ser perjudicial para los intereses palestinos. La ausencia de cualquier avance es por definición favorable a los intereses del Gobierno de Netanyahu.
Leman considera que la hostilidad saudí hacia Teherán ha sido incluso más importante que la posición israelí a la hora de hacer más profundo el rechazo norteamericano a Irán desde el fin de la Administración de Obama. Eso sirvió para que el mayor éxito diplomático de Obama –el acuerdo nuclear con Irán que impedía cualquier programa de fabricación de armas nucleares– quedara neutralizado por la propaganda combinada de israelíes y saudíes y terminara siendo abandonado por Donald Trump.
Ese experto ve muy probable que algunas organizaciones del lobby judío presionen a los congresistas para que no haya sanciones contra Arabia Saudí. Ahí es donde la ayuda israelí puede ser importante. A pesar del gran gasto en lobbies llevado a cabo en los últimos dos años por el Gobierno saudí, su influencia en el Congreso es muy inferior a la de grupos como AIPAC y American Jewish Committee.
De la misma forma que el establishment político y militar israelí no ocultó que Obama debería haber defendido a toda costa al régimen de Mubarak, ahora se empeñará en salvar la posición de la monarquía saudí. Desde Israel, el asesinato de un periodista se verá sólo como el tipo de cosas que ocurren en algunos países de Oriente Medio, pero que en ningún caso son más importantes que la guerra encubierta contra Irán.