«La gente no va a consentir ni media tontería», dijo enfadado Pablo Iglesias cuando su hombre de confianza en Madrid, Ramón Espinar, e Íñigo Errejón, que será el candidato en las autonómicas de Madrid, se enredaron con las listas electorales. «Los inscritos no van a permitir que nadie se dedique a marear la perdiz ni a tonterías cuando de lo que estamos hablando es de ganar al PP».
Comparado con lo que ocurrió en ese momento, lo que está pasando en el Ayuntamiento de Madrid da para llenar de tonterías toda su sede central. A seis meses de las elecciones municipales, Podemos se ha cargado a todo su grupo municipal –a través de la suspensión temporal de militancia– y ha abierto un frente de conflicto con la alcaldesa, Manuela Carmena, que apoya a los concejales de Podemos ahora castigados.
La perdiz ha quedado bastante mareada y la prioridad de derrotar al PP, en un segundo plano.
Iglesias recibió encantado en septiembre la noticia de que Carmena se iba a presentar la reelección. Lógicamente, no fue una sorpresa, porque el partido lo deseaba y no tenía una alternativa clara si la jueza decidía poner fin a su carrera política. Sabía perfectamente que la alcaldesa había puesto como condición que le acompañaran su número dos, Marta Higueras, y los concejales de Podemos que se han mantenido con ella. Ese Gobierno de coalición que ha sido Ahora Madrid ha tenido múltiples crisis y Carmena no iba a prescindir de los concejales que nunca le habían dado problemas graves.
Las crisis internas se pagan
Un hecho asumido en política es que los votantes tienden a castigar a los partidos que sufren crisis internas. Una de las razones es que los ciudadanos aspiran a que el programa con que se presentan a las elecciones termine cumpliéndose. Eso es más fácil cuando el partido o candidatura funciona con un alto nivel de cohesión interna y un mínimo de lealtad entre sus dirigentes. Nadie presume con orgullo de haber votado a un partido si este termina convirtiéndose en un campo de batalla. Su inteligencia como votante quedaría cuestionada.
En España, esta apelación a la estabilidad interna se ha utilizado en exceso para imponer la disciplina interna en los partidos y borrar cualquier rastro de disidencia. Se dijo que Podemos y Ciudadanos iban a cambiar ese modelo de conducta. El modelo de primarias serviría para restar poder a las cúpulas.
Es obvio que no se puede decir que las primarias hayan sido irrelevantes –que se lo pregunten a Pedro Sánchez–, pero hay que preguntarse cuántas veces el plus de democracia interna ha obligado al líder de un partido a hacer algo que no quería. La respuesta es que muy pocas veces.
Lo que sí han traído las votaciones entre los inscritos de Podemos es la victoria de candidaturas en algunas comunidades autónomas que no tenían el respaldo directo de su secretario general, Pablo Iglesias. Aunque no haya necesariamente una relación causa-efecto, lo cierto es que las crisis internas en Podemos han sido frecuentes. Las últimas han sido en Cantabria, Aragón y Extremadura. La lista es muy larga, y eso que Pablo Echenique ha adoptado el rol habitual del secretario de Organización en los partidos españoles: el dirigente que se apresta a apagar los incendios con mucho palo y poca zanahoria.
El aviso del general
En esa misma línea, el líder de Podemos en Madrid, Julio Rodríguez, dejó claro este miércoles cuáles son sus prioridades en el funcionamiento del partido, «la lealtad, la perseverancia, el camino recto y el juego limpio». Se supone que lo dice así porque no encuentra esas cualidades en los seis concejales de Madrid a los que se ha suspendido su militancia. Viniendo de un general (retirado), la apelación a la lealtad puede sonar demasiado castrense en un político que nunca ha tenido un cargo electo concedido por los votantes de Madrid.
La dirección madrileña de Podemos dice defender el derecho de los inscritos a votar sus candidatos preferidos en primarias. Sin embargo, siempre han destacado que apoyan sin dudar a Carmena como cabeza de lista, a pesar de que la alcaldesa ha mostrado en varias ocasiones su falta de interés por dejar que una votación, que suele estar muy condicionada por los deseos de la dirección de Podemos, establezca los nombres y el orden de la candidatura que ella encabece. Todos sabían que Carmena no iba a dejar que Podemos, con o sin primarias, le marcara el orden de la lista. En otras palabras, no aceptaría menos que Ada Colau en Barcelona.
Iglesias quiso después recordar a Carmena que sin Podemos e IU no habría llegado a la alcaldía. Ese comentario sobre 2015, que es cierto, no vale tanto para los comicios de 2019. Incluso una encuesta de este año que daba a Ciudadanos el primer puesto en la capital –junto a otras que coincidían en anunciar el hundimiento del voto del PP– destacaba que la alcaldesa de Madrid gozaba de buena imagen y que era mucho mejor que la de Ahora Madrid.
Lógicamente, esta crisis interna de Podemos será utilizada por los demás partidos en la campaña electoral. Nadie desaprovecha estas oportunidades concedidas en fechas tan cercanas a la llamada a las urnas. El desgaste que ocasione no tiene por qué ser inmenso para entregar la alcaldía a Begoña Villacís, de Ciudadanos, o al candidato que elija el PP. En las elecciones de 2015, Esperanza Aguirre se quedó a menos de 8.000 votos de obtener un concejal más que quizá le hubiera colocado al frente del Ayuntamiento.
Manuela Carmena no tiene garantizada la reelección en las elecciones de 2019, pero no es aventurado considerarla la favorita. Eso sí, puede perder buena parte de sus posibilidades mucho antes de que empiece la campaña si esta última crisis surgida dentro de Podemos se prolonga más allá de unos días.