La investigación de corrupción en la FIFA, promovida por el Departamento de Justicia norteamericano y apoyada por las autoridades suizas, es una de esas historias tan sorprendentes como previsibles. Por lo segundo, ya que la prensa anglosajona lleva mucho tiempo informando de sus sospechas sobre sobornos millonarios en la concesión de las sedes de los Mundiales (lo mismo en el caso del COI y los JJOO).
También es sorprendente en el sentido de que nadie esperaba que un Gobierno europeo pusiera las cosas fáciles a una fiscalía para llevar a cabo una investigación. Pocos quieren indisponerse con la FIFA cuando quizá algún día pretendan que su país albergue la celebración de un gran acontecimiento deportivo.
Algunas personas pueden restar importancia al pago de sobornos en estas situaciones. Quizá piensen que forman parte de los gastos fijos de una candidatura. Ocurre que los altos cargos de la FIFA son propietarios de una franquicia viajera que todo el mundo quiere que pase alguna vez por su territorio.
Christopher Ingraham, de The Washington Post, hace un recuento diferente, no el de los millones de dólares que han cambiado de manos, sino de lo que de forma cínica podríamos llamar los ‘daños colaterales’ de la concesión a Qatar del Mundial de Fútbol de 2022.
Ingraham admite que el cálculo puede no ser exacto. Es posible que las cifras de muertos en Pekín fueran mayores. Los números de Qatar se refieren a todos los muertos en accidentes laborales en ese país, y en los que siempre las víctimas son trabajadores inmigrantes.
Por dramáticas que sean las cifras, no son insólitas. El sistema de contratación de los extranjeros los coloca bajo la tutela de un empleador local que goza de un poder completo sobre sus vidas. No es raro que tengan que entregar el pasaporte al llegar y es habitual que vivan atemorizados a perder un empleo del que viven sus familias en países como Pakistán o Bangladesh. Si las condiciones de trabajo son peligrosas, si el ritmo de construcción no se puede detener bajo ningún concepto, nadie se atreverá a protestar ni habrá sindicatos que los protejan.
«Sólo quiero trabajar y ganar algo de dinero para mi esposa y mis hijos; pero, por culpa de mi patrocinador, no puedo cambiar de trabajo. Si acudo a la policía, me detendrán y expulsarán del país, porque no tengo documento de identidad», contó a Amnistía Internacional un trabajador de Sri Lanka.
En Europa sólo estamos preocupados por el espectáculo. Si acaso, nos preguntamos cómo afectará el calor a los futbolistas durante 90 minutos de juego. Lo que ocurra a los trabajadores en la construcción de los estadios durante todo un día es algo que no atrae tanto interés.