En las elecciones, se vota a favor de alguien –un partido o un candidato– y también en contra de alguien. La segunda intención puede llegar a ser tan poderosa como la primera. Pero habitualmente el primer factor es el primero que considera un votante. Hasta que llegan las elecciones norteamericanas y resulta necesario cambiar los cálculos.
Hard to believe, but there was a time when Americans could vote for candidates they actually liked. pic.twitter.com/sWCMiSBAvC
— Brad Heath (@bradheath) August 3, 2016
Con diversas variaciones, estos datos aparecen en varias encuestas. El rechazo a Hillary Clinton y Donald Trump es mucho más amplio que lo habitual en EEUU. Casi la mitad de los votantes de cada candidato está pensando más en lo que odia del rival a la hora de decidir su voto, al menos según esos datos que proceden de un sondeo de Fox News. Es una carrera por ver quién es el menos malo.
No nos debería extrañar mucho en el caso de Trump dada su trayectoria del último año, ¿pero qué ocurre con Clinton?
Las razones ideológicas son perfectamente legítimas. Por ejemplo, el votante demócrata que apoyó a Bernie Sanders en las primarias no puede sentirse muy entusiasmado con la exsecretaria de Estado. En cuestiones de política exterior y económica, las diferencias políticas son profundas. Clinton es vista como una representante perfecta del establishment del Partido Demócrata, que ha decepcionado en muchas ocasiones a esos votantes.
Sin embargo, el electorado norteamericano no está tan a la izquierda como para que ese sea el único factor decisivo. El rechazo a Clinton entre los votantes registrados como republicanos e independientes cuenta en todos esos sondeos, y no son el tipo de gente que apoyaría a Sanders, su defensa de clase trabajadora, o su rechazo de los tratados de libre comercio y del poder de Wall Street. Tiene que haber algo más y para eso hay que remontarse a los años 90. Este vídeo da algunas pistas.
Es una recopilación de preguntas de periodistas a Clinton desde la época en que su marido era presidente. Bill Clinton acabó su segundo mandato con un alto apoyo en las encuestas, pero su presidencia tuvo su buena dosis de escándalos, comenzando con Whitewater y acabando con Monica Lewinsky y el proceso de ‘impeachment’ en el Congreso. Por alguna razón, la obsesión, en parte justificada, por Bill se trasladó a Hillary, que en los medios derechistas apareció descrita como una persona despiadada y sin escrúpulos. De ahí esas preguntas, algunas delirantes, como la que la compara con Lady Macbeth, siempre, claro está, con el subterfugio de decir que se dice, se comenta…
Como primera dama, Hillary no podía ostentar ningún cargo político. Lo primero que llamó la atención, y escandalizó a los más conservadores, es que no iba ser la típica esposa del presidente dedicada a obras caritativas y promover causas justas. Tuvo un papel importante dentro de la Casa Blanca en la fracasada reforma sanitaria. Esa participación fue utilizada por los republicanos y muchos medios de comunicación para acabar con ese proyecto. Que una mujer con formación universitaria y fuertes convicciones políticas pudiera intervenir en esas decisiones, por ser la esposa del presidente, se definió poco menos que como un ultraje a las instituciones. Hillary Clinton era el flanco vulnerable de la Casa Blanca en esa discusión y por eso los conservadores se emplearon a fondo contra ella.
Clinton desarrolló entonces una aversión intensa hacia los periodistas que llega hasta nuestros días. No ha dado una rueda de prensa desde hace 260 días, aunque ha concedido innumerables entrevistas. Siempre se dice que Bill es alguien que necesita que le quieran, al que le importa mucho lo que opinen de él. A Hillary le trae sin cuidado. Eso siempre tiene un precio en política.
El acoso alcanzó niveles paranoicos con la propagación de teorías de la conspiración. La más conocida tiene que ver con el suicidio de Vince Foster, consejero de la Casa Blanca y amigo de los Clinton, que se pegó un tiro después de años de luchar contra la depresión. Evidentemente, en la mayor parte de las veces era Hillary más que Bill la responsable del asesinato de Foster, bien para ocultar el escándalo de Whitewater o para ocultar una relación íntima con la esposa del presidente. Desde entonces, las conspiraciones sobre Hillary han continuado.
Más recientemente (las relaciones de la Fundación Clinton con corporaciones y gobiernos autoritarios, el uso de un servidor privado de email en su casa cuando era secretaria de Estado o el ataque al consulado de EEUU en Bengasi, Libia), se han originado en polémicas políticas reales, aunque infladas hasta la exageración por los republicanos en el caso de Bengasi, y han tenido más que ver con su condición de favorita para la candidatura demócrata a las elecciones de 2016.
Pero desde hace más de 20 años las críticas a Hillary Clinton tienen que ver tanto con sus ideas como con la imagen que inventaron de ella los conservadores en los 90: una mujer que no tenía derecho a participar en política.