Una de las reglas sagradas de una dictadura es conseguir formar un anillo de seguridad impenetrable en torno a la cúpula del régimen. En caso de guerra, esas precauciones son aún más importantes. Por eso, el ataque del miércoles contra los principales responsables del aparato de seguridad sirio (todos menos uno, Maher Asad, el hermano del presidente) es especialmente sorprendente.
Unido a la noticia confirmada de fuertes combates en Damasco, equivale a una especie de ofensiva del Tet contra Asad. Aunque no consiga ahora sus objetivos, habrá dejado claro que el Gobierno no es invulnerable. No importa su superioridad en armas sobre los rebeldes. Si no está en condiciones de asegurar la capital, su final puede ocurrir en cualquier momento. Los habitantes de Damasco ya saben que la guerra civil no se limita a las zonas en las que el Gobierno no contaba de entrada con muchos partidarios. Los que estaban dudando en desertar tienen un motivo más para pensar en ello.
La muerte del ministro de Defensa no es tan importante como la de su segundo, Asef Shawkat, cuñado de Asad y el hombre que de verdad controlaba el Ministerio. También ha caído el ministro de Interior y ha resultado herido grave el jefe de los servicios de inteligencia, Hisham Bekhtyar. Toda una decapitación de la cúpula militar y policial que se ha llevado por delante a los hombres que tenían la responsabilidad de ganar la guerra civil.
La televisión gubernamental ha sido muy rápida en admitir la noticia, aunque luego han surgido las dudas porque el edificio en el que supuestamente se ha producido la explosión no presentaba daños exteriores evidentes. El Gobierno ha dicho que se ha tratado de un atentado suicida. Un grupo de la oposición ha afirmado que la explosión se ha debido a una bomba, de 45 kilos nada menos, escondida en el edificio desde hace tiempo. Teorías de la conspiración aparte (y habrá muchas de ellas), hay que apuntar que al Gobierno puede no interesarle informar del lugar auténtico de la explosión. En todo caso, no hay información confirmada suficiente como para conocer con exactitud las circunstancias del ataque.
Hay también imágenes de manifestaciones posteriores al ataque en Aleppo contra el Gobierno, que confirmarían que en otras ciudades relevantes el régimen ha perdido el control de la situación, y la denuncia de la oposición de que un helicóptero ha atacado a un cortejo fúnebre y matado a 15 personas.
Son muchos los vídeos aparecidos hoy con imágenes de combates en Damasco y los pueblos cercanos (hay más vídeos en The Lede, del NYT). La propia televisión oficial ha emitido imágenes de soldados disparando en la capital. No sabemos con qué intención han dado esa información, pero al menos sirve para confirmar que los enfrentamientos son reales.
El embajador sirio en Bagdad y miembro de una poderosa tribu a la que se suponía en buenas relaciones con el Gobierno, apareció este fin de semana tras anunciar su deserción con una fantástica teoría sobre la complicidad del régimen con todos los atentados ocurridos en Damasco en los últimos meses. Según dijo al Sunday Telegraph, los grupos armados yihadistas que habían sido utilizados en la guerra de Irak estaban ahora cumpliendo órdenes de Asad para extender el terror.
Toda guerra tiene su estrategia de desinformación y esta noticia era perfecta para ahuyentar el miedo de Europa y EEUU a la influencia de grupos yihadistas cercanos a Al Qaeda en las filas de la oposición siria. Los enemigos más peligrosos estaban en el campo de Damasco y no había nada de qué preocuparse en la victoria de los rebeldes. Lo ocurrido hoy no ayuda a confirmar esa teoría.
El Gobierno alardeaba ayer de que la primera ofensiva de los rebeldes contra Damasco había fracasado antes de empezar. Está claro que hoy se han comido sus palabras.
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¿Es el ataque contra los hombres fuertes del régimen un caso de terrorismo que no ha aparecido como tal en la prensa occidental? ¿Es un atentado suicida, si fuera eso lo que ha ocurrido, un ejemplo que no casa mucho con la idea de Primavera Árabe? Glenn Greenwald parece opinar eso. Antes de entrar en un debate que casi siempre termina con una larga discusión sobre la definición de terrorismo, previa identificación sobre quiénes son los ‘buenos’ y quiénes son los ‘malos’, hay que recordar que el ataque directo contra un objetivo militar es una típica acción de guerra. No así los atentados indiscriminados ocurridos en Damasco, y por eso el ex embajador en Irak se apresuró a negar la responsabilidad en ellos de los rebeldes.
Claro que en ese caso también tenemos un problema si recordamos el atentado contra el cuartel general de los marines en Beirut en 1983 o todas las emboscadas contra tropas españolas y de otros países occidentales en Afganistán.
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Íñigo, ya sabes la única definición posible de terrorismo es «la violencia con la que no estoy de acuerdo.»
Por supuesto que no comparto la visión de determinadas sectas «izquierdistas» de que el régimen de el Assad es un dechado de virtudes que se ve acosado por el sionismo internacional; pero lo que es evidente es que, al calor de las primaveras árabes, «Occidente» y las monarquías del Golfo llevan desde el principio armando a la «oposición» siria, financiando gobiernos en la sombra de exiliados y fomentando el caos en el país. La participación de yihadistas internacionales es innegable desde hace mucho tiempo y los están utilizando los antedichos, como antes en Afganistán, en Tayikistán, en Uzbekistán, en Bosnia, en Chechenia y en otros lugares.
Este atentado no es más que un empujón más para hacer caer al régimen y tratar de implantar un Karzai en Siria. Obviamente, soslayar las presumibles medidas de seguridad de la cúpula militar siria exige una capacidad de inteligencia de la que la «oposición» que nos venden nuestros medios de comunicación carece. Los servicios occidentales han tenido que participar, aunque sólo haya sido con inteligencia, material y entrenamiento.
Yo estoy de acuerdo con que el ataque contra un blanco militar es una acción de guerra y dejaría el terrorismo para el ataque indiscriminado a la población civil, sea por particulares o por los estados. Así que no veo por qué vamos a tener un problema por el atentado contra los marines en el 83 o contra las tropas de la OTAN en Afganistán (salvo que uno considere que porque son occidentales, o blancos o de su bando o lo que sea no los pueden matar, y eso es sentimentalismo). Si se encuentran en una región en conflicto, son un blanco aceptable; si uno no quiere que lo maten en una guerra, lo mejor entonces es no ir.
Eso sí, sin sentir ninguna simpatía por Assad, me temo que la otra opción pueda ser mucho peor. Nada que esté financiado por Arabia Saudita a mí me parece una buena idea. La monarquía saudita es la peor dictadura de la región, probablemente la más intolerante con las minorías religiosas, además de que mantiene oprimida a la mitad de la población saudí, sin importar su religión u orígenes: las mujeres. Comparadas con Arabia Saudita, Siria e Irán son casi democráticos y de una tolerancia religiosa recomendable.
En cuanto a instalar un Karzai en Siria, veremos. Las guerra una sabe cómo las empieza, pero no cómo acaban ni qué consecuencias se van a derivar de aquí a 10 años, por ejemplo. Si a los americanos les hubieran dicho en los 80 que el fanatismo religioso que fomentaban en Afganistán vendría a morderles el culo en los 90 y después, no lo habrían creído. Y sin embargo, ahora nos parece lo más lógico del mundo. Además, todavía hoy, Karzai no es más que el alcalde de Kabul. Uno se puede permitir eso en Afganistán, pero difícilmente en un país como Siria, vecino de Israel y con posibilidades de desestabilizar a Iraq si la cosa se pone mala.
Yo no entiendo a qué juegan. No a defender los derechos humanos y demás tonterías como esas, claro. Pero es que tampoco me queda claro que cualquier supuesta ventaja estratégica que puedan adquirir (y que probablemente sólo sea a corto plazo) compense el riesgo de darle la patada al tablero como se lo están dando. Una vez más, eso se puede hacer en Afganistán e incluso Libia, pero en Siria es peligroso.
Hace como un par de semanas, en un informativo por internet de France24, una crónica hablaba de serios enfrentamientos armados en barrios libaneses, a cargo de partidarios/detractores del régimen.
Si bien tiene algo lógico, dada la «peculiar» y determinante presencia Siria en el Líbano, que los conflictos de la metrópoli se reproduzcan mas allá de su frontera, como persona que habla de oídas, me sorprende la guerra civil que se estaba dando en determinadas ciudades libanesas y la nula importancia dada a esa triste realidad.
No hablo de cuatro disparos aislados, hablo de línea de frente en entorno urbano y manzanas destrozadas con el aspecto de aquel Beirut del antaño «todos contra todos».
Uno de los que afirman que hay yihadistas, radicales y sectarios, entre los rebeldes ha sido El País:
http://politica.elpais.com/politica/2012/07/17/actualidad/1342559055_659472.html
Los terroristas que cometieron el 11M ahora son nuestros amigos.
Los terroristas que cometieron el 11M ahora son nuestros amigos.
Y los del 11 S y el 11 J, y los de los ataques mediante drones, ¡glubs, me he pasado…!, y los amigos de Siria, y los amigos de Libia y los amigos de lo ajeno y los amigos de los recortes, y los amigos de que los jodan.