En cada cita con las urnas que se celebra en Europa en estos tiempos, se plantean incógnitas similares: si resisten los partidos tradicionales, si avanzan los partidos ultraderechistas o euroescépticos o si la fragmentación del voto hace muy difícil la formación de un nuevo Gobierno.
Las elecciones del Estado alemán de Baviera han sido otro ejemplo de este debate permanente y tienen una lectura española desde el momento en que Pablo Casado imprimió un sello más intransigente a la política del Partido Popular sobre inmigración al poco de ser elegido. El mensaje que le llega de Baviera es que se arriesga a acabar peor de lo que estaba.
La CSU ha dominado la política bávara desde la Segunda Guerra Mundial. Este domingo, tuvo su segundo peor resultado electoral desde entonces con un 37,2%, 10,5 puntos menos que en 2013. Los socialdemócratas se hundieron al perder la mitad de sus votantes y caer al 9,6%. Los Verdes doblaron los suyos y llegaron al 17,5%. La ultraderecha de AfD entró por primera vez en el Parlamento bávaro con el 10,2%. Un partido regional bávaro –Votantes Libres– que está en el grupo liberal en el Parlamento Europeo tuvo un leve ascenso al llegar al 11,6%.
En el campo de la derecha, los resultados no son muy diferentes a los producidos en Baviera en las elecciones generales de 2017. Entonces, la CSU alcanzó el 38,8% y AfD, el 12,4%. Precisamente para corregir esa tendencia, Horst Seehofer –ministro de Interior y líder de la CSU– endureció su discurso contra la inmigración y amenazó a la canciller Merkel con tomar medidas unilaterales en la frontera sur alemana. Merkel consiguió parar el golpe con un acuerdo que sólo era una tregua a la espera de las elecciones de Baviera.
El objetivo de Seehofer era claro: para frenar el ascenso de AfD y sus ideas xenófobas era necesario comprar una parte de su discurso, imponer mayores restricciones a la llegada de extranjeros y reconocer en la práctica que la decisión de Merkel de recibir a centenares de miles de refugiados en 2015 había sido un error.
El desafío fue de tal magnitud que los medios de comunicación alemanes empezaron a plantear si no estábamos ante los días finales de Angela Merkel, en el poder desde 2005. Una portada de Der Spiegel convertía su gesto habitual de juntar las manos en un reloj de arena en el que caían los últimos granos.
El veredicto de los muy conservadores votantes bávaros ha demostrado hasta qué punto la estrategia de Seehofer ha resultado un fracaso. En cierto modo, Merkel puede cantar victoria, pero no del todo. Sus dos socios en el Gobierno federal, CSU y SPD, han salido mortalmente heridos de esta cita. Los socialdemócratas deben volver a reflexionar sobre si su presencia en el Gobierno de coalición es un factor que acelera su decadencia. Las elecciones en el Estado de Hesse el 28 de octubre, donde gobierna la CDU, pueden desencadenar una crisis política nacional.
Tampoco se puede decir que el presidente del Gobierno bávaro, Markus Söder, tuviera una idea muy efectiva con otro intento para encandilar a los votantes más conservadores al decidir en mayo ordenar que se colgara un crucifijo en cada edificio público del Estado federado. La CSU es un partido socialcristiano, pero reafirmar el cristianismo como un elemento básico de la cultura alemana, como quería Söder, sólo pretendía excluir a los residentes en Baviera de otras religiones.
En la encuesta de ARD difundida al cierre de los colegios hay una explicación sobre por qué los votantes tenían otras prioridades. Les preguntaron en ese sondeo cuáles eran los temas que más les preocupaban. Fueron educación (52%), vivienda (51%), medio ambiente (49%) y migración (33%). Y eso a pesar de que han sufrido desde 2015 un diluvio de opiniones y noticias a cuenta del debate sobre la inmigración, con frecuencia en tonos muy sombríos.
Como es lógico, una gran mayoría de los votantes de AfD (78%) daba prioridad a la inmigración como asunto decisivo en su sentido de voto. Sólo el 33% de los votantes de la CSU en estas elecciones estaba en esa línea. Seehofer, líder de la CSU desde hace diez años, no conocía a sus votantes.
Este gráfico sobre trasvases de votos entre partidos revela con el caso bávaro hasta qué punto un partido conservador puede perder votos por ambos lados del espectro ideológico si convierte la inmigración en uno de los rasgos definitorios de su estrategia. La CSU sí perdió un número importante de votantes hacia AfD, lo que era probablemente inevitable: 160.000 con respecto a los comicios de 2013, cuando Alternativa por Alemania aún no existía.
Pero fueron muchos más los que se fueron hacia los Verdes (190.000) o los Votantes Libres (220.000).
Hay otro dato más que no suele aparecer en los análisis electorales, pero que es imposible evitar: la muerte. O siendo más sofisticado, el hecho de que algunos partidos cuentan con votantes mayores que otros. Esa fue la principal vía de agua para la CSU por la que se fueron 240.000 votantes.
Los partidos tradicionales suelen tener en muchos países votantes de más edad. En principio, eso es una garantía en la medida de que los mayores de 65 años van a las urnas en mayor porcentaje que los menores de 30 años. Hay un inconveniente, como bien acaba de comprobar la CSU.
El problema también afectó al SPD en Baviera, con 100.000 votantes menos que en 2013 a causa de su fallecimiento. Por el contrario, los Verdes sólo perdieron 20.000 por esa razón.
Los disturbios provocados por los neonazis en la ciudad oriental de Chemnitz en los últimos días de agosto después del asesinato de una persona y los rumores y teorías de conspiración propagados desde entonces para relacionar delincuencia e inmigración alentaron un clima de miedo del que muchos decían que beneficiaría a AfD y obligaría a conservadores y socialdemócratas a endurecer su discurso si querían contener a los ultras en las urnas.
Ese análisis tan extendido no ha resultado muy acertado en Baviera. Los Verdes presentaron un mensaje abierto y no vengativo hacia la inmigración, y obtuvieron su mejor resultado histórico recibiendo votos de la CSU, el SPD y Votantes Libres. El domingo, 240.000 personas se manifestaron en Berlín contra el racismo y la xenofobia.
Acercarse a la extrema derecha para imitar su rechazo a la inmigración es algo que un partido conservador puede pagar caro. En votos.