No hay nada peor en política que ignorar la realidad. Luego, uno puede equivocarse con las soluciones y las propuestas. Pasarse de radical o de moderado. Muchos políticos lo han demostrado en la crisis de Catalunya sobre todo porque sólo se escuchan a sí mismos. Las posiciones están tan enconadas que parece imposible encontrar vías de acuerdo. Y si resulta que un debate parlamentario coincide con una campaña, cosa que no suele ocurrir, las posibilidades de que alguien escuche lo que dicen los otros se reducen de forma exponencial. La derecha dejó patente el martes en el Congreso que le da igual lo que digan los portavoces de los partidos rivales. PP y Ciudadanos han decidido que habrá un pacto del PSC y ERC tras las elecciones y la realidad ya se puede poner las pilas para ajustarse a sus deseos.
De hecho, la votación y sus resultados que no están aún nada claros son molestos trámites que habrá que dilucidar en doce días. Pero ellos son muy listos y saben cómo acabará la película. «De cara a las elecciones catalanas, está ya todo cerrado. El tripartito es un hecho», dijo José María Espejo, de Ciudadanos. «El PSC pretende poner a Junqueras y a Iglesias en el Govern». Lo mismo dijo Llanos de Tula, del PP: «El señor Illa es el mejor candidato de Esquerra y su futuro socio».
Esa supuesta confluencia debería ser contrastada por lo que dicen en público y en privado sus destinatarios. Siempre hay un exceso de retórica en las campañas y nadie va a los mítines a decir con quién va a pactar. Se trata de maximizar la pasión de los partidarios, no sus cálculos racionales sobre posibles pactos. Pero habrá que fijarse en lo que dicen, porque en caso contrario ¿para qué molestarse en acudir a los mítines o debates parlamentarios? ¿Para qué prestar atención a lo que dicen los políticos?
Oriol Junqueras no puede hablar más claro. Y si nos metemos en asuntos más subjetivos valorando su tono o lenguaje corporal, tampoco parece que haya mucha ambigüedad. Durante el procés, se decía mucho que el líder de ERC escondía algunas cartas o dejaba que otros se definieran antes. Desde el juicio y su condena, no hay muchos ejemplos de ese Junqueras. En una entrevista en La Sexta, dijo el martes que «hay cero posibilidades de gobernar con el PSC».
Más tajante no pudo ser. Incluso se le notaba un cierto aire de desprecio ante esa opción. No por cuestiones tácticas. No por diferencias ideológicas. Junqueras marca una línea en el suelo y coloca al candidato socialista al otro lado en compañía de lo que para él es lo peor de lo peor: «El PSC aplaude cada día que nosotros estemos en la cárcel. El otro día oí que el ministro Illa decía que no aceptará los votos de Vox, porque Vox quiere meterle en la cárcel. Pues imagínese si yo voy a aceptar los votos del PSC, que se manifestó al lado de la extrema derecha en octubre de 2017, que aprobó el 155 y que aplaude nuestra cárcel».
ERC presenta como objetivo irrenunciable la amnistía y el derecho de la autodeterminación. El PSC no va a aceptar ninguna de las dos cosas. Es probable que el Gobierno esté trabajando en la idea de conceder indultos, totales o parciales, a los presos independentistas, pero no puede considerar la idea de la amnistía porque supondría dar por hecho que la condena en el juicio del Tribunal Supremo fue injusta. Y ya tiene bastantes problemas con el poder judicial.
La votación de la moción de ERC para reanudar la mesa de diálogo entre el Gobierno central y el Govern saldrá adelante con los votos de Esquerra, PSOE y Unidas Podemos, entre otros. Ajá, dirá Ciudadanos. La prueba del algodón. En realidad, ese foro de negociación, suspendido por la pandemia, tuvo una existencia breve y escasamente productiva. Quim Torra presentó una lista de exigencias a Pedro Sánchez en una reunión bilateral en Barcelona, este se la guardó en el bolsillo y no hubo mucho más.
Hay que recordar que la portavoz de Cs en el Senado, Lorena Roldán –hoy en la candidatura del PP para mejorar sus expectativas profesionales– sostuvo que se había firmado un pacto, que fue algo que sólo había sucedido en su imaginación. Con esos antecedentes, no le iban a faltar opciones para seguir en política.
Los socialistas están obligados a votar a favor de continuar las negociaciones. Se supone que la mesa de diálogo era una apuesta estratégica de Pedro Sánchez y el PSC. Al otro lado, Laura Borràs, de JxCat, mostró una falta de interés por esos encuentros, similar a la que tuvo Torra en su momento. «La mal llamada mesa de diálogo» fue tan sólo una «fotografía».
El rechazo del JxCat no provocó ninguna respuesta crítica en Esquerra. Ambos partidos comparten una situación paradójica. Son tan aliados como rivales. Aspiran a continuar gobernando juntos, pero les resulta esencial superar en escaños al otro. Es obvio que no es lo mismo presidir un Gobierno de coalición que ser el segundo partido. ERC acarició la victoria en 2017, encabezó todas las encuestas y al final se vio superada por la formación de Carles Puigdemont. Ahora vuelve a estar en la misma posición y no se le escapa la sensación de que la decepción se puede repetir.
En esas condiciones, cualquier disposición a romper la política de bloques está descartada. Las campañas electorales no son el mejor momento para andarse con heterodoxias. Por lo que se vio en el Congreso, ni siquiera es necesario escuchar a los demás.