La derrota del odio en Londres

khan

El hijo de un conductor de autobús ha derrotado al hijo de un multimillonario en las elecciones de Londres. El hijo de un matrimonio de paquistaníes que emigró a Gran Bretaña ha vencido al hijo de un financiero euroescéptico que creía que los medios de comunicación británicos estaban controlados por comunistas. Sadiq Khan creció en un piso de protección oficial de tres dormitorios con sus siete hermanos. Zac Goldsmith estudió en Eton.

Todo eso es cierto, pero no es lo más importante. La victoria del laborista Sadiq Khan tiene un sabor especial porque ha supuesto el fracaso de una estrategia xenófoba y de odio que ha intentado enfrentar a las comunidades que han convertido a Londres en lo que es: una ciudad en la que conviven con todas las dificultades habituales en una metrópoli gente que procede de todo el planeta. Para salvar a un candidato que iba muy retrasado en las encuestas, se apostó por el juego sucio. Teniendo en cuenta todo lo que está ocurriendo en Europa en los últimos tiempos, los ciudadanos de Londres pueden felicitarse por su buena suerte. Aunque en realidad todo esto no tiene nada que ver con la suerte.

Desde el primer momento, desde antes de que el conservador Zac Goldsmith presentara oficialmente su candidatura, los tories hicieron frente común para presentar a Khan como un peligroso extremista. Se cuidaron mucho de decir que era musulmán. Eso hubiera demasiado obvio. «En Islam y el Partido Laborista, hay un enfrentamiento y en ambos casos Khan, con independencia de sus ideas, está sosteniendo a los extremistas», dijo el alcalde saliente, Boris Johnson. El ministro de Defensa, Michael Fallon, afirmó que Khan tenía un largo historial de intervenir en actos públicos «junto a extremistas» (refiriéndose a un imán que fue difamado por Cameron en un debate parlamentario)

La ministra de Interior, Theresa May, sostuvo que era malo para la seguridad que Londres fuera dirigida por él cuando afronta «una amenaza terrorista significativa». Su frase sí que es significativa porque citó los casos en que Khan había defendido a «extremistas». Se refería a su trayectoria, antes de entrar en política, como abogado experto en derechos civiles y los casos, por ejemplo de abusos policiales, en los que había defendido a personas injustamente acusadas. Eso era una de las cosas que más molestaba a los tories, siempre dispuestos a promover políticas que utilizan la amenaza terrorista para socavar las libertades civiles.

Pero donde la campaña tory demostró sus colores fue cuando envió por correo a personas de la comunidad de origen hindú, sij o tamil mensajes con los que predisponerles contra Khan. El propio David Cameron firmó una carta dirigida a ellos en la que les alertaba del peligro que suponía el candidato laborista. Con él de alcalde, «los londinenses se convertirán en ratas de laboratorio de un gigante experimento político».

Otros mensajes, menos sutiles, advertían de la supuesta intención de su partido de promover un impuesto a la posesión de joyas, sabiendo que en la comunidad india es tradicional que muchas familias guarden sus ahorros no en dinero en efectivo en el banco, sino en forma de joyas. La intención era clara: presentar al rival como un musulmán del que personas de otras comunidades étnicas deberían desconfiar.

El promotor de esos mensajes era Lynton Crosby, un consultor australiano que inauguró con éxito su estilo en las campañas del primer ministro de ese país, John Howard, basadas en el nacionalismo más excluyente y en los peligros que la inmigración supone para la mayoría blanca de ese país, y que ahora es un fijo en casi todas las campañas tories en el Reino Unido.

Ese estilo es la posición de partida de los conservadores en todas las citas en las urnas, no algo reservado para algunos de sus oponentes. Khan no encajaba en el perfil del peligroso izquierdista. No votó a Jeremy Corbyn en las primarias laboristas y en la campaña se mantuvo alejado de las peleas internas que están desangrando al partido y de muchas de las ideas de su líder actual. Condenó rápidamente las estúpidas declaraciones del exalcalde Ken Livingstone sobre Hitler y el sionismo. Y dijo que la comunidad musulmán tiene una responsabilidad especial en la denuncia del extremismo yihadista. Declaraciones similares le han valido ataques de auténticos extremistas (no los que aparecen en la propaganda tory) y le han obligado a contar con protección policial en algunas ocasiones.

Aunque el alcalde de Londres en los últimos ocho años ha sido el conservador Boris Johnson, los tories lo tenían difícil en la capital, una ciudad que suele votar a los laboristas. Pero la suya no era una campaña teñida de desesperación, sino una estrategia deliberada en épocas electorales: presentar a sus oponentes como individuos que no son auténticos británicos y que se muestran comprensivos con los enemigos internos y externos del país.

Esta vez, la táctica del miedo y el resentimiento racial no funcionó. Khan recibió 1.300.000 votos y tuvo una ventaja de 14 puntos sobre su rival (57%-43%). Y con una participación del 45,6%, la mayor nunca en unas elecciones locales en Londres. Goldsmith perdió con deshonor.

En una época en que Europa ignora los valores que dice defender y se blinda como una fortaleza ante los dramas del exterior, incluidos aquellos en los que tiene una responsabilidad, y en que varios gobiernos de Europa del Este han hecho de la xenofobia su principal activo político, las elecciones de Londres arrojan un breve momento para la esperanza, como lo fueron las derrotas en España de Javier Maroto y Xavier García Albiol.

No todo está perdido.

El sábado por la noche, Khurram Zaki, activista por los derechos civiles en Pakistán, fue asesinado en Karachi mientras cenaba con dos periodistas. Recientemente, había denunciado a un clérigo extremista por sus amenazas a los chiíes de la ciudad. Esto es lo que escribió sobre Sadiq Khan unas horas antes de ser acribillado a balazos.

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