En los últimos días del ataque israelí a Gaza, no ha habido un hecho con más repercusiones políticas que la suerte sufrida por el teniente israelí Hadar Goldin. Su captura a primera hora de la mañana del viernes hizo fracasar la tregua de 72 horas que ambos bandos se habían comprometido a respetar.
Israel lo consideró desde el primer momento una violación del pacto y procedió a un bombardeo masivo de Rafá, en el sur de Gaza, para impedir que el militar fuera escondido en un lugar fuera de su alcance. La dirección política de Hamás no tenía ninguna información sobre lo que había ocurrido y las milicias islamistas se mantuvieron en silencio durante la mayor parte de ese día. Sí había una discrepancia de partida: Israel dijo que todo había ocurrido a las 9.30, una hora y media después del inicio de la tregua, mientras que Hamás afirmaba que había sido antes de las ocho.
Ambas partes manejaban información falsa o manipulada, pero el impacto político fue inmediato. Sólo un día antes la prensa israelí, azuzada por su Gobierno, había calificado a John Kerry poco menos de traidor por haberse reunido con representantes de Turquía y Qatar en la búsqueda de una mediación efectiva (ante la constatación de que Egipto no estaba interesado o había fracasado en su primer intento).
Tras esta tormenta, Washington no asumió más riesgos en su relación con Israel y aceptó por completo su versión sobre los hechos ocurridos en Rafá. Tanto Obama como Kerry exigieron en los términos más duros que Hamás devolviera al teniente. Kerry llegó a decir que Hamás tenía «el control de la situación de seguridad» de Gaza, algo improbable si te están machacando desde el aire.
La primera versión israelí, difundida en la misma mañana del viernes, indicaba que los soldados fueron atacados por un grupo de milicianos de Hamás que habían salido de un túnel. Uno de ellos se hizo estallar y mató a dos soldados. Goldin fue capturado y trasladado por ese mismo túnel.
El Ejército aplicó de inmediato la Directiva Aníbal, que estableció en 1986 qué hacer en estos casos. Básicamente, consiste en una acción inmediata para recuperar al rehén, incluso poniendo en peligro la vida del militar apresado: «Desde el punto de vista del Ejército, un soldado muerto es mejor que uno cautivo que, además de que este sufre (como prisionero), obliga al Estado a poner en libertad a miles de prisioneros para poder obtener su liberación», según explicaba Haaretz en 2003.
Al conocerse el contenido original de la orden, que no cubre todo tipo de situaciones y aparentemente se refiere a disparar sobre un vehículo en el que podría ir el militar capturado, se explicó que no daba carta blanca para matar al soldado. Después de varios años en que la censura militar no había permitido hablar en público sobre el tema, lo que no había impedido fuertes discusiones internas en el Ejército, la orden fue enmendada, pero la esencia seguía inalterada.
El exgeneral Peled, uno de los responsables de la orden original, intentó explicarla en una entrevista citada en ese artículo de Haaretz: «Yo no lanzaría una bomba de una tonelada sobre el vehículo, pero sí dispararía un proyectil desde un tanque contra él. Eso haría posible que si no recibía el impacto directo, y si el vehículo no saltaba por los aires, sus ocupantes sobrevivieran. Después de todo, los soldados arriesgan sus vidas al realizar una emboscada. Algunos de los que atacan al enemigo, vuelven a casa en ataúdes, ¿quiere decir eso que no se puede atacar? Se toman decisiones que ponen en peligro a los soldados, a veces no hay elección. Se supone que el Ejército debe tener como prioridad la seguridad del Estado, no las vidas de sus soldados».
Soldados que participaron esos años en operaciones en el sur de Líbano recuerdan perfectamente que sus superiores transmitían en numerosas ocasiones esa orden. Cómo se aplicaría sobre el terreno en cada ocasión quedaba a criterio de los oficiales, pero en muchos casos quedaba claro que la muerte del soldado capturado era una contingencia que se asumía sin problemas. También había militares que decían que nunca hubieran aceptado cumplir esa orden.
Otros no tenían ninguna duda: «Ningún soldado del Batallón 51 será capturado. Bajo ninguna circunstancia. Incluso si eso supone volar por los aires con una granada junto a aquellos que le intentan capturar», dijo el jefe de un batallón de la Brigada Golani antes de entrar en combate en Gaza en 2009.
Obviamente, un soldado muerto supone un coste político mucho menor para el Gobierno que un soldado hecho prisionero por el enemigo.
En el caso de Goldin en Rafá, no había ningún vehículo al que disparar. Se suponía que el teniente estaba dentro del túnel y que podían intentar esconderlo luego en algún punto de Rafá (población: 70.000 habitantes). La única forma de disparar era desde el aire. El periodista de BBC Jon Donnison escribió el sábado por la mañana que los israelíes tiraron sólo diez minutos después del ataque inicial una bomba de una tonelada sobre esa misma zona. Goldin bien podía estar ya muerto.
En cualquier caso, el ataque a Rafá fue masivo. Setenta personas murieron, según las primeras informaciones, cifra que después superó el centenar, 130 según el Ministerio de Sanidad de Gaza. La desaparición de Goldin permitió al Gobierno israelí denunciar que Hamás había roto el alto el fuego planeado y reanudar con toda su potencia los ataques sobre Gaza, en especial contra Rafá.
La historia estaba incompleta y hubo que esperar a que en los dos días siguientes se conocieran datos que desmentían parte de lo conocido hasta ese momento.
El sábado, las milicias de Hamás difundieron un comunicado en el que decían desconocer lo que había pasado finalmente con Goldin: «Perdimos el contacto con el grupo de combatientes que tomó parte en la emboscada y creemos que todos murieron en el bombardeo. Asumiendo que pudieran capturar al soldado durante los combates, creemos que él también murió en el incidente».
Además, afirmaban que desde el inicio de la invasión no habían detectado presencia de fuerzas israelíes de tierra en la zona oriental de Rafá y que fue en la madrugada anterior al inicio del alto el fuego cuando observaron que los israelíes estaban tomando posiciones cerca de esa zona y que llegaron a realizar una incursión a las 2 de la mañana a unos 2,5 kilómetros de la ciudad. El ataque en que cayó Goldin se produjo a las 7 de la mañana, según las milicias.
Un tuit del periodista británico Rageh Omaar confirmaba hasta cierto punto esa secuencia temporal al referirse a fuertes bombardeos de artillería en el sur en torno a las 9 de la mañana, una hora después del inicio de la tregua. Por tanto, antes de que se produjera el enfrentamiento en el que desapareció Goldin, según la versión israelí.
Hay que recordar que en todas las treguas temporales acordadas o frustradas Israel se ha reservado el derecho a continuar con sus operaciones de destrucción de túneles, aunque interrumpiera los bombardeos.
El Ejército se limitó a decir el sábado que continuaban las operaciones para rescatar a Goldin al que consideraba «secuestrado». En realidad, sabía más pero eso no trascendería hasta el día siguiente. El sábado desde la mañana varios medios israelíes informaron, citando fuentes militares, que el Ejército estaba a punto de finalizar su misión de destruir los túneles de Gaza que penetran en territorio israelí. Como mucho, faltaban entre 24 y 48 horas (el anuncio definitivo en ese sentido se ha hecho este lunes).
Se anunció que algunas unidades militares en el norte de Gaza habían comenzado a replegarse. Se autorizó a los habitantes de Beit Hanún a que regresaran a sus casas. No era formalmente el comienzo de la retirada, pero la familia de Goldin decidió dar una rueda de prensa el sábado, que fue televisada, con la que hacer un llamamiento al Gobierno para que continuara buscando al teniente hasta dar con él. «Reclamo al Estado de Israel que no abandone Gaza hasta que no traiga de vuelta a mi hijo», dijo la madre.
En otra rueda de prensa posterior, Netanyahu se limitó a decir que «Israel continuaría haciendo todo lo necesario para traer de vuelta a casa a los soldados desaparecidos».
La intervención de la familia colocaba al Gobierno en una posición delicada, sobre todo porque tenía que conocer la suerte que había corrido el militar desaparecido. Ya no podía mantener la ambigüedad durante más tiempo, por no hablar de datos que eran directamente falsos.
Unas horas después, ya en la noche del sábado, se hizo público que el Ejército tenía pruebas que indicaban que Goldin estaba muerto, aunque no se hubiera recuperado su cadáver. No era posible por tanto cumplir la petición de familia.
Y lo sabían desde muy pronto.
Con el reconocimiento de la muerte de Goldin, la censura militar ya no podía impedir la publicación de algunos hechos conocidos por los medios de comunicación. En la tarde del domingo, Haaretz informó que ningún miembro de Hamás había saltado por los aires matando a dos soldados. Todos habían muerto en el tiroteo. Los detalles más importantes aparecieron al día siguiente con un titular que admite pocas interpretaciones: «Decenas de inocentes murieron por el ‘protocolo Aníbal’ de la IDF».
Fuentes militares habían confirmado al periódico que la directiva Aníbal se había aplicado por completo. Sólo hubo un detalle que se escapó de las órdenes.
Cerca de la boca del túnel, se encontraron los cuerpos de dos soldados y de un miliciano de Hamás vestido con uniforme israelí. Goldin no estaba en ese lugar. Sin pedir permiso a sus superiores y asumiendo un considerable riesgo, un oficial decidió entrar en el túnel junto a varios de sus hombres. No encontraron a nadie, aunque penetraron varios centenares de metros en su interior. Sí hallaron «algunos de los efectos personales de Goldin» que servirían después para confirmar su muerte.
Como después se anunció que se procedería al entierro del teniente, hay que suponer que se trataba de algo más que manchas de sangre en un objeto a las que se podía practicar la prueba del ADN.
Sin la intervención inesperada del oficial, Goldin continuaría hoy oficialmente «desaparecido».
Ya con los soldados fuera del túnel, y es de suponer que una vez que el oficial informara de la entrada del túnel a los superiores, se puso en marcha la aplicación de la directiva Aníbal, según el artículo. Toda la potencia de fuego existente en la zona central y sur de Gaza se empleó en la operación: fuego de artillería, de los tanques y de la Fuerza Aérea.
La acusación a Hamás de haber roto el alto el fuego hizo que el Gobierno decidiera en la noche del viernes no negociar ningún acuerdo más en el que estuviera implicada la organización islamista. Procedería a adoptar medidas unilaterales hasta completar la misión con independencia de lo que eso signifique. Eso permitiría solventar las diferencias internas en el Gobierno de coalición, ya que los partidos más ultras insistían en una ocupación completa de Gaza.
La suerte del teniente Goldin no iba a interferir en esos planes. Es más, había sido muy útil para los intereses del Gobierno. Se utilizó su situación el tiempo suficiente. Algo que no debe sorprender demasiado teniendo en cuenta lo que ocurrió después del asesinato de tres jóvenes israelíes en junio.