Del cerdo se aprovecha todo. Y la política española en su versión más descarnada no está en condiciones de desperdiciar ni una pizca. No se conforma sólo con disfrutar de las porciones más jugosas del animal. Aquí se consume todo, incluidas las partes de peor aspecto. Con los huesos, se hace tanto caldo que al final los políticos no saben ni lo que están comiendo. No importa, todo son proteínas con las que alimentar el ansia desenfrenada por consumir materia prima que genere los excrementos necesarios con los que embadurnar al rival. Si se acerca una fecha electoral, hay que deglutir y evacuar con más intensidad.
Lo bueno de las declaraciones de Alberto Garzón sobre la ganadería es que ha permitido que se hable de un tema que sólo aparecía antes de forma esporádica en los medios y en general circunscrito a la sección de economía. Vamos camino de ser un país en el que haya tantos cerdos como personas. El censo oficial del ganado porcino en España alcanzó en 2020 las 32,6 millones de cabezas. Más del doble que en 1986. Ha crecido un 33% en los últimos quince años. En Aragón ya hay casi siete cerdos por habitante.
No ha sido por un cambio en las costumbres alimentarias. Se trata de una explosión industrial asociada al desarrollo de la ganadería intensiva, en su mayor parte controlada por grandes empresas. Su gran destino es China, a cuyo mercado aumentó la exportación un 111% en 2020.
España se ha convertido en el tercer país del mundo en número de cerdos sacrificados, por detrás de China y EEUU. En cuanto a las cifras de producción de carne, es la segunda de la UE con números casi idénticos a los de Alemania. Pronto la superará. La producción de carne ha descendido en la UE un 5% en los últimos cinco años. En España ha aumentado un 15%.