La historia del reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí sobre el Sahara cuenta con varios protagonistas en épocas diferentes y comienza de alguna manera en 1965 en el bosque de Saint-Germain, cerca de París. Fue allí donde agentes del Mossad se ocuparon de hacer desaparecer los restos de Mehdi Ben Barka, dirigente de la izquierda marroquí en el exilio que fue asesinado por órdenes del Gobierno de Hassan II. Israel pagaba así la deuda a Rabat, que le había permitido colocar dispositivos de escucha en la cumbre árabe de Casablanca de ese año. La información de las conversaciones privadas de los dirigentes políticos y militares obtenida por el Mossad fue sumamente útil para trazar la estrategia israelí que culminaría en la victoria de la Guerra de los Seis Días dos años después.
A cambio de ese regalo, el Mossad trazó los planes para el secuestro de Ben Barka en París. En su segunda etapa en el exilio, Ben Barka se había convertido en un peligroso enemigo de la monarquía de Hassan II, rey de Marruecos desde 1961 cuando había llegado al trono con 31 años. Ben Barka desapareció sin dejar rastro. Durante décadas, se pensó que policías franceses se habían ocupado de eliminarlo. Según desveló en un libro el periodista israelí Ronen Bergman en 2018, los servicios de inteligencia de Israel se ocuparon de localizar a la víctima, diseñar un plan para su asesinato y ocultar el cadáver. Agentes marroquíes, con la ayuda de policías franceses corruptos, fueron los que torturaron a Ben Barka y lo asesinaron.
El reconocimiento del control marroquí del Sahara en una de las últimas decisiones de Donald Trump en la Casa Blanca es coherente con la estrategia de EEUU en este conflicto desde hace muchos años. El apoyo de Washington a Marruecos se remonta a hace varias décadas. Fue propiciado inicialmente por el rechazo de Rabat a aceptar ayuda militar soviética durante la Guerra Fría cuando Moscú vendía armamento a cambio de influencia a otros países del norte de África. Posteriormente, Marruecos pasó a ser uno de los países árabes con los que EEUU mantenía buenas relaciones militares y de inteligencia.
A cambio de la decisión de Trump, el rey Mohamed VI ha aceptado entablar relaciones diplomáticas con Israel. Ese es el factor que ha ayudado a desequilibrar la balanza. En los últimos dos años Jared Kushner, consejero de Trump además de su yerno, y el enviado especial Avi Berkowitz habían negociado con Marruecos ese posible acuerdo. La idea original del trueque procedía de antiguos altos cargos israelíes, según la web Axios, encabezados por el ex director adjunto del Mossad Ram Ben Barak. También intervino un destacado miembro de la comunidad judía marroquí, el empresario Yariv Elbaz, cercano al Gobierno de Rabat y con negocios en Israel.
Como es habitual con Trump, las relaciones personales que poco tienen que ver con la política exterior fueron decisivas al final. La oposición del senador republicano Jim Inhofe, que siempre ha defendido los derechos del pueblo saharaui, a cualquier concesión a Marruecos hacía muy difícil la transacción. Inhofe era uno de los grandes aliados de Trump en el Senado hasta que se peleó con él en las últimas semanas a cuenta de la ley anual que aprueba el gasto militar de EEUU. El presidente amenazaba con vetarla si no incluía otros asuntos que tenían poco o nada que ver con el Departamento de Defensa. Jared Kushner vio la oportunidad y propuso a Trump, siempre preparado a castigar los supuestos agravios recibidos, el reconocimiento del control marroquí del Sahara.
La medida coloca en una difícil tesitura a Joe Biden, que tomará posesión como presidente el 20 de enero. En teoría, podría anularla o no llevar a efecto la decisión de Trump de abrir un consulado estadounidense en una localidad del Sahara, pero es poco probable. Después de recibir el gran premio, Marruecos lo interpretaría como un gesto hostil. Una vez que ha aceptado abrir embajada en Israel, se ha unido a países en esa situación como Egipto o Jordania que cuentan con un estatus especial en Washington.
Desde hace décadas, Marruecos e Israel han mantenido relaciones de forma secreta, en especial a través de sus servicios de inteligencia. El ‘padrino’ israelí fue esencial para que Rabat obtuviera de EEUU el permiso para la compra de armamento y facilidades en su financiación, para lo que siempre es necesaria la autorización del Congreso norteamericano.
El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad en 1991 la resolución 690 por la que apoyaba la celebración de «un referéndum de autodeterminación para el pueblo de Sahara Occidental». Se ponía en marcha una misión de la ONU en el Sahara, llamada Minurso, cuyo mandato se ha prorrogado desde entonces. Las discrepancias entre el Gobierno marroquí y el Frente Polisario sobre el censo de la consulta en la antigua colonia española hicieron que no se llegara a celebrar. Estados Unidos y Francia nunca presionaron a Rabat para que hiciera posible el acuerdo y la ONU fracasó en el intento de organizar el referéndum.
A partir de 2007, Marruecos propuso la integración permanente del Sahara en su Estado concediendo la autonomía a los saharauies, que fue rechazada por el Polisario. Fue en ese momento cuando redoblaron sus intentos para hacer lobby en el Congreso de EEUU. Rabat gastó 3,4 millones de dólares en ese apartado en los dos años siguientes haciendo hincapié en el riesgo de que Al Qaeda se hiciera fuerte en el Sahara. 137 congresistas republicanos y demócratas firmaron una declaración a favor de la oferta marroquí de autonomía sin independencia. El Gobierno de George Bush también apostó por esa vía, ignorando la celebración del referéndum apoyada por la ONU.
En una carta enviada por Barack Obama al rey Mohamed VI en junio de 2009, el presidente de EEUU no mencionó la propuesta de autonomía e insistió en apostar por «negociaciones dirigidas por la ONU» para encontrar una solución dialogada, pero su Departamento de Estado no tomó ninguna iniciativa para promover la consulta.
A lo largo de los años, los gobiernos españoles han mantenido de palabra el apoyo a las resoluciones de la ONU sabiendo que la vía del referéndum ha quedado congelada en la práctica. Sin una presión específica de Francia y EEUU, que no parece que vaya a producirse, el Gobierno marroquí no tiene ningún incentivo para alterar su política de control absoluto del Sahara. Las relaciones con Marruecos son además lo bastante importantes como para que desde Madrid no haya mucho interés en remover un asunto del que no se esperan grandes cambios.
En su respuesta a la decisión de Trump, la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, se limitó a citar los puntos tradicionales de la posición española: apoyo a una negociación política que permita una solución negociada y justa basada en las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
González Laya no mencionó el referéndum. La última resolución de Naciones Unidas tampoco lo hace.