¿Hay un límite en el victimismo como herramienta política con la que despertar el apoyo de tus seguidores? En otros países, sí, porque a fin de cuentas no es una buena idea presentarse como alguien que suplica ayuda porque es incapaz de hacer frente a las críticas a su persona o ideas. Lo que funciona con frecuencia en la vida cotidiana no es tan efectivo en política. Dar lástima no es un requisito favorable a la hora de medir el liderazgo. De hecho, es lo contrario. Pero en España no es así y sólo hay que fijarse en Isabel Díaz Ayuso.
Lloriquear no es uno de los atributos del líder. Uno no se imagina a Churchill lamentando que la prensa nazi le tilde de borracho, obeso y enfermo mental. Le encantaba. Eso demostraba el miedo que le tenían. Y tenía mucho cuidado en dejarlo claro en público. En España, muchos políticos optan por la estrategia opuesta. Dar pena, demostrar la propia inutilidad al tener enfrente a un adversario con más poder, parece ser la divisa que muchos quieren ponerse en la solapa. Que vean todos que nos odian y nos roban y que yo no puedo hacer mucho al respecto.
Díaz Ayuso no le hace ascos a esa imagen. Es más, no desaprovecha ninguna oportunidad para alardear de ello, especialmente cuando se acerca el momento de tomar una decisión difícil sobre la pandemia. En este ‘déjà vu’ permanente en el que vivimos, ahora toca pensar si toca salvar la Semana Santa en favor del turismo y la reunificación familiar o si es conveniente seguir pisando el pedal del freno para no repetir lo que se hizo antes de Navidad y que nos llevó a una escalada de los contagios en la primera quincena de enero.
Incluso escribir sobre esto resulta ya cansino. Leerlo tiene que ser peor. No para la presidenta de Madrid. Ahora que la mayoría de los gobiernos autonómicos parece haber aprendido la lección y prefiere controlarse con la esperanza, quizá también ficticia, de salvar el verano, Díaz Ayuso vuelve a dejar claro que está en contra de limitar la movilidad de los ciudadanos no ya en las vacaciones de abril, sino también en el puente del 19 de marzo. Lo hace recurriendo al mensaje habitual en los diputados de Vox al referirse, como hizo el martes, al «atropello sistemático de derechos y libertades fundamentales» que se ha dado con las medidas excepcionales que han tomado todos los gobiernos, incluidos los autonómicos. Todo eso porque varios de ellos prefieren mantener el confinamiento perimetral de sus comunidades ahora que se ha comprobado que el claro descenso de los contagios se ha frenado.
Ayuso cree que los desplazamientos por carretera dentro de España no suponen un riesgo de aumento de los contagios, a diferencia de los aéreos, que son los únicos que cuentan, y de ahí sus frecuentes avisos terroríficos sobre el célebre «coladero de Barajas». En su intervención del martes, se quejó de que nadie tenga en cuenta la alta densidad de Madrid para valorar la incidencia del Covid. No es el único factor que extiende los contagios. Extremadura, que ha sufrido unos datos terribles en la última ola, cuenta con 25 habitantes por kilómetro cuadrado. La Comunidad de Madrid tiene 844.
En realidad, el problema de fondo no es ese, sino otra cosa. Ayuso, «la Quim Torra del barrio de Salamanca», como la han llamado en Twitter, está segura de que esta es una campaña contra Madrid procedente de sus enemigos. «Han promovido una madrileñofobia nunca vista hasta el momento, desleal, injusta, y que desde luego condeno enérgicamente», dijo en un mensaje que sólo saca cuando se siente aislada, lo que incluye también a causa de decisiones de sus compañeros de partido. Los andaluces, valencianos, gallegos y castellanos que preferirían no tener que hacer sitio a una riada de turistas madrileños en estas condiciones forman parte de una conspiración contra los derechos fundamentales de los habitantes de la Comunidad de Ayuso.
La madrileñofobia llega a tal punto que hasta se unió a ella hace unos días el viceconsejero de Sanidad del Gobierno de Ayuso, que destacó que «la movilidad de siete millones de personas en una única provincia genera excesivo contacto social» (para explicar por qué está en contra de que se cierren las CCAA). Malditos madrileños que no paran de moverse, por lo que es mejor soltarlos, y si contagian a alguien por ahí fuera, esto es lo que hay. Lo peor sería que contagiaran dentro.
Con la máxima de que el infierno son los otros mientras que yo soy un alma pura, Ayuso presumió de que «nosotros nunca hemos hablado mal de ninguna comunidad autónoma, ni hemos puesto en tela de juicio el trabajo que realizaban otros presidentes». Es la misma persona que acudió a Barcelona para participar en la campaña de su partido en las elecciones catalanas –con escaso éxito por lo que se vio en los resultados– y metió el bate de béisbol en la herida de las pérdidas de la hostelería. Lo metió dentro y lo agitó con fuerza: «Es un delito en Cataluña, con el clima que tenéis, tenerlo todo cerrado, tener a la gente en sus casas, tener a la gente arruinada y decir que esa es la manera de sortear la epidemia».
En otras palabras, acusó al Govern de arruinar a los hosteleros al servicio de una estrategia equivocada. Unos malvados y además unos ineptos. Pero no, ella nunca ha «puesto en tela de juicio» las decisiones de otros gobiernos.
Su vicepresidente, Ignacio Aguado, subió el termostato y planteó lo que podríamos llamar hispanofobia. «¿Tiene sentido que en la Comunidad de Madrid puedan llegar turistas franceses a través de una PCR negativa, pero no un vasco o un andaluz a tomarse una caña aquí a Madrid?», dijo este martes. Dejemos a un lado el hecho de que es ofensivo pensar que un vasco vaya a Madrid a tomarse UNA caña. Su mismo Gobierno está muy a favor de que lleguen los franceses, mientras que en Francia se preguntan en qué estarán pensando en la capital española para estar encantados en atraer el turismo de la vida loca en mitad de una pandemia.
Este miércoles, se reúne el Consejo Interterritorial en el que el Gobierno central y los autonómicos acordarán las nuevas medidas para el Puente de San José y Semana Santa. Ya sabemos cuál será el mensaje de Madrid a las demás CCAA: ¡dejad que vascos y andaluces se tomen las cañas a las que la Constitución les da derecho! Y también: tenemos abiertas todas las UCI, precios populares.