Resulta complicado trazar una estrategia electoral cuando no lees bien la realidad del lugar en que se vota. Ese es uno de los caminos más seguros hacia la derrota. Hay una segunda opción con la que explicar un fracaso en las urnas. Cuando te da igual todo, porque tus prioridades son otras. Sí, han leído bien. Hay gente que se presenta a las elecciones para perderlas. Pablo Casado ha hecho todo lo posible para estar en esa situación en las elecciones vascas y ha tenido un éxito rotundo. No podía haberlo hecho mejor, es decir, peor.
El gran enigma es cómo una estrategia diseñada para perder estaba acompañada por una intensa presencia del líder del PP en el País Vasco. No quería dejar nada al albur de las interpretaciones de los medios de comunicación. Quería hundirse en el agujero que él mismo había cavado. No se limitó a estar en los actos principales del partido en las tres capitales vascas. Acompañó a su candidato, Carlos Iturgaiz, en seis mítines. Lo elogió hasta el exceso, como si fuera la gran esperanza del PP para mejorar los resultados de anteriores comicios. En realidad, se estaba elogiando a sí mismo.
Casado eliminó a Alfonso Alonso sin contemplaciones con la intención de dejar claro que el PP vasco se dirige desde Madrid. Alonso había sido alcalde de Vitoria en dos mandatos, diputado por Alava durante nueve años y ministro. Todo eso daba igual en Génova, ni siquiera en el momento en que les convenía jugar sobre seguro. Se colocó a dedo a nuevos candidatos a las generales, gente con poca experiencia política y a los que conocían pocos. Para estas autonómicas, Casado echó mano del pasado y sacó de la jubilación a Iturgaiz, que había puesto fin a unas largas vacaciones en el Parlamento Europeo.
Y allá fueron los dos por toda Euskadi para hacer campaña como si todavía estuviéramos en los años noventa. Como si ETA aún existiera. ¿Cuál era el toque contemporáneo? Acusar al PNV de ser cómplice activo de la izquierda radical y sostener que votar al partido de Iñigo Urkullu era como votar a Podemos y estar a favor de la expropiación de viviendas. Cualquiera que conozca la política del PNV en Euskadi y haya escuchado al lehendakari debió de quedar perplejo ante estas afirmaciones. Es lo que tiene llevar el argumentario de FAES y de los editoriales de ABC a una campaña. Los votantes necesitan traducción simultánea ante mensajes que parecen llegar de Marte.
Casado tiró por la borda a Euskadi, como si ya le hubiera concedido la independencia. Impuso al partido un pacto de coalición con Ciudadanos que aportaba muy pocos votos. Era una inversión a escala nacional con el fin de ir envolviendo al partido de Inés Arrimadas en una red con la que absorberlo en el futuro. El desenlace es ceder un escaño a Cs de los seis conseguidos, tres menos que en 2016, y permitir que Vox tenga un escaño por Álava, es cierto que con un escuálido 3,7% y 4.700 votos. Montas un discurso duro y áspero extraído del pasado para neutralizar a Vox y lo que consigues es llevarlo a la Cámara vasca.
Las elecciones se jugaban en un campo muy favorable para Iñigo Urkullu y Alberto Núñez Feijóo y los resultados lo confirmaron. Lo ocurrido en Galicia servirá para que el PP intente sacar pecho en los próximos días, pero el PP de Feijóo, al menos en términos de imagen en la política nacional, tiene poco que ver con el de Casado, su portavoz Cayetana Álvarez de Toledo y la FAES. Recordemos que el presidente de la Xunta dijo ‘no’ a Casado al recibir la orden/oferta de que sumara a Ciudadanos en sus listas. Ahora es incluso más poderoso que antes y tendrá la oportunidad de decir ‘no’ más veces. No dejará que le cuenten lo que debe hacer los mismos que han montado el fiasco de Euskadi.
En la izquierda, EH Bildu y el BNG rentabilizan el trabajo de oposición de los últimos cuatro años para convertirse en fuerzas dominantes. El PSOE estará en dos lugares diferentes –el Gobierno en Euskadi y la oposición en Galicia–, pero con la misma sensación de que su potencial de futuro es escaso. Estar en el Gobierno central ni le beneficia ni le perjudica en esos territorios. Vive en la rutina de saber que lo que más puede conseguir es mantenerse. Podemos prosigue con su lenta decadencia en Euskadi y sufre un fracaso descomunal en Galicia. Los votantes han respondido con coherencia al espectáculo ridículo con el que las Mareas decidieron suicidarse. Querían una sepultura para ese proyecto político y las urnas se lo han concedido.