Antonio Caño acaba de tomar posesión como director de El País y se estrena con un encuentro digital con los lectores de su página web. En la respuesta en la que niega que tenga la intención de derechizar al periódico, comenta que «desafortunadamente vivimos en España en un entorno exageradamente ideologizado». Y sin embargo, cuando le preguntan por Latinoamérica, impone a sus periodistas una misión en relación a Cuba y Venezuela:
«El País fue, en su momento, una pieza fundamental para empujar la transición a la democracia en Argentina, Chile y otros países bajo dictaduras militares de corte fascista. Es una actuación de la que estamos orgullosos y que sirvió para identificar nuestra cabecera con los mejores valores democráticos. En la circunstancias actuales, El País debe también contribuir a la transición hacia la democracia en países como Cuba o Venezuela. Como entonces, somos un periódico que pretende representar las aspiraciones de los ciudadanos, especialmente de la clase media, a la modernización, la libertad y el progreso.»
No voy a comentar en detalle su opinión sobre la aportación «fundamental» de El País a la transición a la democracia en Chile y Argentina, porque me deja boquiabierto. No voy a negar que desde hace muchos años ese periódico cuenta con una influencia en absoluto desdeñable entre políticos y periodistas latinoamericanos, pero creo que afirmar que El País tuvo un papel relevante en esas transiciones de los años 80 demuestra una relación traumática con la realidad.
Pienso que no se trata de eso, de nada que sólo pueda solucionarse con medicación. Lo que quiere Caño es que sus periodistas asuman como propia una misión inequívocamente política (y por eso se inventa como coartada esa intervención en el pasado): trabajar en la medida de sus posibilidades para que los gobiernos cubano y venezolano sean derrocados. Si cree que en Venezuela no hay democracia, supongo que pensará que para conseguir ese objetivo es imperativo que los chavistas dejen de gobernar el país.
Lo primero que se me ocurre mencionar es que dudo mucho de que cuando un periodista norteamericano de The New York Times llegaba a Moscú en los años 50 como corresponsal tenía como tarea fundamental acabar con el dominio soviético de Rusia. Algo me dice que sus jefes le pidieron que tenía que contar qué estaba sucediendo allí, una tarea para nada sencilla.
A la hora de considerar cómo debe ser el trabajo del corresponsal de un periódico español en Venezuela o Cuba, se me ocurren muchas ideas, algunas bastante obvias y otras discutibles, porque como mínimo tengo que aceptar que otros periodistas puedan discrepar. De entrada, y esto es bastante evidente, hay que decir que en Venezuela se celebran elecciones disputadas con intensidad extrema por el Gobierno y la oposición, y que allí se celebran periódicamente manifestaciones masivas contra el Gobierno. En Cuba no se producen ninguna de las dos cosas. Esa es una pequeña diferencia que no se aprecia en la respuesta de Caño.
Pero más allá de la situación de los dos países, y más allá también de que El País, como cualquier otro periódico, tiene derecho a tener una línea editorial distinta a la política del Gobierno venezolano o de otros gobiernos del mundo, hay algo que me parece más importante, como periodista.
En algún momento, llegué a la conclusión de que un periodista debe ser ante todo fiel a los hechos. Si la prioridad es ser fiel a una ideología, más tarde o más temprano terminará manipulando los hechos para que no perjudiquen a sus ideas o a aquellas personas que las apoyan. En ese momento es cuando el periodista pierde la credibilidad. ¿Cuándo sabes que no está mintiendo para no perjudicar a ‘los suyos’?