La División Acorazada de la Prensa descubrió el martes que está disparando con pólvora mojada. El líder al que propulsan para que España pueda tener Gobierno se reveló como un tipo anodino, mediocre y sin pasión. Tanto tiempo diciendo que este país necesita un Gobierno para afrontar con energía los retos del presente y que deber ser encabezado por Mariano Rajoy, y resulta que su líder carismático demostró la misma energía que un dirigente de la RDA diez minutos antes de que se le cayera encima el Muro de Berlín.
En su escaño, Albert Rivera cerraba por un momento los ojos, adormilado por la insoportable lectura del expediente que estaba escuchando –y nunca antes Rivera ha simbolizado tanto al español que sufre la condena de escuchar a Rajoy– o perplejo por lo que estaba presenciando. El conejito de Duracell se había quedado sin pilas. El tipo nervioso e hiperactivo estaba clavado en el escaño.
La épica defensa que había hecho Rivera del pacto de Ciudadanos con el PP parecía en ese momento una broma de mal gusto. ¿Esa momia rescatada de las catacumbas de Pontevedra va a liderar el mayor esfuerzo regeneracionista que haya visto este país? ¿Va a promover seis, siete, qué digo siete, diez pactos de Estado para sacar a España de la parálisis?
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