La polarización extrema no es un asunto sólo de políticos en Estados Unidos. Habrán leído en muchos sitios que todo eso fue un invento de Donald Trump que le permitió ganar contra pronóstico las elecciones de 2016. No es cierto. Trump explotó en su favor una tendencia que ya se apuntaba en la sociedad norteamericana. El sectarismo político ha ido además en aumento en el país en los últimos cinco años hasta terminar calando en amplias capas de la población. Una encuesta de CBS News en enero reveló que más de la mitad de los votantes republicanos y el 40% de los demócratas creen que los seguidores del otro partido son sus «enemigos», y no simplemente sus «adversarios políticos».
Los norteamericanos opinan que la democracia está en peligro en su país. El 54% dice que esa amenaza procede de otros estadounidenses. Sólo el 8% teme que proceda del exterior. Algunos estudios indican que el rechazo mutuo que sienten conservadores y progresistas supera a las divisiones que existen habitualmente a causa de la religión o la raza.
La polarización es por tanto un terreno fértil en varios países occidentales. No tanto en otros como Alemania. Sí en EEUU, Reino Unido y España. Las elecciones de Madrid son un buen ejemplo de las herramientas muy rentables que pone a disposición de los partidos. De aquellos que quieran usarlas. En campaña, es normal que cada partido se defina a sí mismo como el mejor defensor de valores como la libertad, la justicia o el progreso económico. Lo que vemos ahora es a Isabel Díaz Ayuso presentarse como la única defensora de la libertad. Para el PP, no es que los tres partidos de la izquierda estén equivocados en sus recetas económicas y sociales, sino que representan una amenaza para las libertades.
Esa crispación por los riesgos que se juegan en las urnas ha dado buenos resultados al PP en las encuestas, situado por encima del 40%. Eso no le daría la mayoría absoluta, pero la aportación de una decena de escaños de Vox le permitiría superar esa cota.
La apuesta por la polarización deja fuera de juego a los que no quieren ir por la senda del duelo a muerte. «Ayuso en realidad habla de la libertad de una parte de los madrileños en contra de los otros», dijo a este medio Edmundo Bal, candidato de Ciudadanos, dando una definición correcta del precio de la confrontación total. Eso no impidió a Bal descalificar al candidato socialista en términos dramáticos en su primer mitin de campaña: «Señor Gabilondo, no disimule. Con usted, el señor Iglesias no será el vicepresidente de la Agenda 20-30, sino de la Agenda 1936. Nosotros somos la tolerancia, no el Madrid de las trincheras y la Guerra Civil». Evocar 1936 y la guerra civil es otro ejemplo de polarización que no es difícil encontrar en la derecha y en la izquierda en la contienda madrileña.
Las expectativas que los sondeos dan a Ciudadanos, por debajo del 5% que concede representación parlamentaria, indican que los votantes de ese partido en 2019 no tienen un gran interés en suscribir la crítica que Bal hace de la concepción de libertad que maneja Díaz Ayuso. Ellos ya han decidido cuál es su bando.
Nadie está más perplejo en esta situación que Ángel Gabilondo. En un encuentro informativo en Europa Press, el socialista se quejó el lunes de que «la palabra moderación tenga mala fama» en estos momentos. La suya es una campaña que podría haber tenido éxito en los años ochenta o noventa. Ahora parece superado por los acontecimientos, como una persona a la que la máquina del tiempo le ha llevado al futuro y no entiende nada de lo que ve.
También se ocupa de marcar distancias con Podemos y dice que no comparte «el planteamiento que el señor Iglesias tiene de estas elecciones». Llega a decir que invocar el temor al fascismo en esta campaña le parece poco más que «un señuelo».
La capacidad de que ese mensaje tenga una recepción positiva en el antiguo votante de Ciudadanos es muy escasa. Ellos saben que la única posibilidad de gobernar que tiene Gabilondo sería sumar una mayoría de escaños con Más Madrid y Unidas Podemos y gobernar con esos partidos, como ocurre en el Gobierno central. Le guste o no, el exrector está asignado a un bloque ideológico por la vía de los hechos y su defensa de la moderación, con independencia de lo que signifique, tiene un recorrido muy corto en un escenario radicalizado por sus adversarios, empezando por la presidenta de Madrid.
Díaz Ayuso no desaprovecha ninguna oportunidad. El lunes, hubo otro ejemplo. En la plaza de toros de las Ventas se ha organizado una corrida de toros para el 2 de mayo, que es curiosamente el último día de campaña. Existen dudas sobre si debe celebrarse durante una pandemia, aunque las condiciones de acceso estarán restringidas (una asistencia de 6.000 personas con un aforo ocupado del 40%). El Ministerio de Sanidad quiere que las CCAA no celebren actos masivos en aquellos territorios que estén en situación de riesgo extremo. Son ahora mismo 14 provincias, entre las que está Madrid. La Comunidad de Madrid cuenta con 406 casos por 100.000 habitantes, según los datos del lunes, el segundo peor dato por comunidades por detrás de Navarra.
Ayuso podría haberse limitado a garantizar que se respetarán las normas sanitarias, como así tienen previsto los organizadores. De momento, la corrida no ha sido prohibida por nadie. Pero tenía que ir más lejos para situar la disputa en los términos que cree que le favorecen: el alegato de que hay una campaña contra Madrid. No es un debate sanitario sobre las mejores medidas para contener la pandemia, sino un ejemplo más del «afán liberticida del Gobierno de Sánchez». En el universo mental de Ayuso, el Gobierno no lucha contra la pandemia, sino que la utiliza como excusa: «Lo que no puede hacer el Gobierno es aprovechar siempre la pandemia para lo mismo, para arruinar, para encerrar y para prohibir».
El PP cuenta con el apoyo de los medios que suscriben la idea de la conspiración permanente contra Madrid. El editorial del ABC del domingo denunciaba «un castigo ideológico, político y socioeconómico a la comunidad que más contribuye al PIB nacional». Y todo para beneficiar a los enemigos más peligrosos, que no son otros que los catalanes, como era de esperar.
La polarización es la gasolina que mueve el motor de la campaña de Madrid. Y ahí ganará quien más tiempo y energía haya invertido en esa tendencia. Los habitantes del resto de España pueden tomar nota. Muy pronto lo verán en sus pantallas más cercanas. Ya no les servirá bajar el volumen de la televisión cuando escuchen la palabra Madrid.