Kunduz, Taloqan, Sar-i-Pul. Tres de las principales capitales de provincia del norte de Afganistán han caído este domingo en manos de los talibanes. Otras dos ciudades del país han corrido el mismo destino en los últimos tres días. A pocas semanas del final de la retirada militar norteamericana, se está produciendo un desmoronamiento de las fuerzas militares y de seguridad afganas, incapaces de contener el avance de los insurgentes. En casi todos los casos, se repite la misma situación. Los talibanes toman las ciudades en las que las tropas han huido a los pocos días de iniciarse los combates y se apoderan del arsenal de armas existente en cuarteles y comisarías.
En el caso de Kunduz, una ciudad de cerca de 300.000 habitantes, sólo necesitaron dos días de combates.
El Ejército cuenta en teoría con 300.000 miembros. La cifra es una ficción. Sólo las unidades de élite están en condiciones de plantar cara al enemigo y pueden alcanzar en torno al 10% de la cifra total de soldados. Se sabe que las zonas rurales la presencia del Gobierno es muy reducida. La diferencia es que la ofensiva talibán del verano está percutiendo en capitales de provincia que se suponía que estaban bien protegidas.
Ni siquiera la noticia de que los caudillos regionales estaban reforzando sus milicias parece haber tenido ninguna influencia sobre el terreno. Algunas de ellas están dirigidas por los antiguos señores de la guerra de los noventa que se enriquecieron desde que los talibanes fueran expulsados del poder en 2001. Si esa es la última línea de defensa del Estado afgano, las noticias del norte no generan mucho optimismo.
Estas imágenes muestran cómo huyó de la ciudad de Taloqan un convoy de tropas gubernamentales. Disparando sin cesar a su izquierda.
This is how the government leadership abandoned Taloqan city, and retreated to Farkhar district in Takhar province. pic.twitter.com/Ug3QEZ3waC
— BILAL SARWARY (@bsarwary) August 8, 2021
Cada ficha que cae arrastra a otras. Al tomar una ciudad, los talibanes aumentan el número de sus efectivos entre los habitantes de las zonas invadidas. Muchos se unirán a ellos atemorizados ante las consecuencias de una negativa. Otros pensarán que es conveniente unirse al bando ganador en su zona. Desde principios de los ochenta, los afganos han vivido en un permanente estado de guerra con sólo algunos años de relativa calma. Por si es necesario recordarlo, eso son más de cuarenta años.
Un objetivo inmediato de la ofensiva es liberar a los miles de presos talibanes internados en las cárceles del país. Es lo que ha ocurrido en Taloqan. Cada prisionero liberado es un combatiente más.
En los últimos días de julio, los talibanes lograron penetrar en algunas zonas de Herat, en el oeste del país. Fueron rechazados por el Ejército y las milicias de Ismail Khan. Este caudillo de 71 años es un símbolo de los señores de la guerra que lucharon contra los soviéticos, fueron expulsados por los talibanes en 1996 y luego volvieron cinco años después para hacerse con el control de sus provincias. Si la ciudad de Herat fuera ocupada por los talibanes, significaría que el actual Estado afgano está a punto de dejar de existir.
A efectos prácticos, la retirada norteamericana ya se ha producido. Los únicos militares que permanecen en el país son varios centenares de soldados que protegen la embajada y otras instalaciones de Kabul. Este fin de semana, ha habido noticias sobre ataques con bombarderos B-52 en algunas zonas. La capacidad destructiva de estos aviones –en servicio desde 1955 y de gran protagonismo en la guerra de Vietnam– es inmensa, pero necesitan de información detallada desde el terreno para elegir sus objetivos. Según medios norteamericanos, estos aviones despegan desde bases en los Emiratos Árabes, lo que limita su capacidad de reaccionar con rapidez.
Una vez que una fuerza toma una ciudad, la única forma de acabar con sus integrantes desde el aire es destruir la ciudad. No parece probable que EEUU haga ahora con alguna de las mayores ciudades de Afganistán lo mismo que hizo en Faluya, Irak.
La embajada de EEUU en Kabul ha recomendado a todos los norteamericanos que abandonen el país. Tampoco los que viven en la capital pueden estar seguros.
Tras la retirada de Vietnam, uno de los objetivos de Nixon y Kissinger fue conseguir extender todo lo posible el periodo de tiempo hasta que se produjera el hundimiento del Gobierno de Vietnam del Sur. Se hizo a través de un aumento de la ayuda militar a Saigón para que la opinión pública de EEUU no lo relacionara con el abandono del país. Al final, pasaron algo más de dos años entre los dos hechos.
Vivimos ahora en un mundo en que es más difícil que la gente olvide. Aun menos lo hará si una victoria definitiva talibán se produce sólo unos meses después de la retirada estadounidense. De momento, la Administración de Biden no tiene previsto cambiar sus planes a causa de las noticias de este verano. La posición oficial es que el Gobierno y Ejército afganos «tienen el entrenamiento, material y números (de tropas) suficientes para imponerse», según dijo la portavoz de Biden. Es una frase que resulta contradictoria con el mensaje de la embajada en Kabul, que incluía un reconocimiento: su capacidad de asistir a los estadounidenses «es extremadamente limitada, incluso en Kabul».
Los talibanes han sorprendido a todos con esta ofensiva por no haber esperado a que culminara oficialmente la retirada de EEUU. Es una señal clara de que se sienten fuertes y de que creen que el Gobierno afgano sólo necesita un empujón para venirse abajo. El invierno afgano es una época complicada en buena parte del país para realizar una ofensiva militar por las bajas temperaturas. No han querido esperar a la primavera de 2022. Están convencidos de que su momento ha llegado.
Además, saben por experiencia que la mayoría de las guerras afganas desde el siglo XIX se han ganado antes en el juego de las expectativas. Antes de ser derrotado por completo, el bando perdedor huye o pacta su rendición. Es lo que hicieron los talibanes a finales de 2001. Huir para poder volver a luchar años después.
El Gobierno de Kabul debe decidir ahora si tiene fuerzas para lanzar contraataques y recuperar las zonas perdidas, como ha conseguido en algunos lugares en los últimos años, o si debe centrarse en defender las principales ciudades o simplemente Kabul. Lo que ha ocurrido en Kunduz hace pensar que esta última estrategia no tiene garantías de éxito. Sólo serviría para aplazar lo inevitable.