Siempre que un mito se viene abajo se producen reacciones de perplejidad y confusión. En EEUU y Reino Unido, organizaciones de la comunidad judía se preguntan qué hacer con el futuro Gobierno que presidirá Binyamín Netanyahu después de la victoria del bloque de partidos derechistas y ultraderechistas en las elecciones de Israel. Contarán con 64 escaños en un Parlamento de 120.
El mito es el del «Israel liberal» con un sistema político homologable al de los países occidentales. La idea es difícilmente compatible con la ocupación de los territorios palestinos y la constatación diaria de que los palestinos no tienen los mismos derechos que los israelíes en esas zonas, pero ha podido ser defendida recurriendo a décadas de elecciones libres.
Varios países europeos cuentan con partidos de extrema derecha que han obtenido resultados excelentes en las urnas. Como ejemplos recientes, están la victoria del partido de Giorgia Meloni en Italia o el segundo puesto de los Demócratas de Suecia. Lo que ha ocurrido en Israel es que el partido que ha conseguido el tercer puesto está dirigido por políticos relacionados en el pasado con organizaciones terroristas, que han sido condenados por incitación a la violencia y que quieren arrebatar a los miembros de una minoría su condición de ciudadanos por el hecho de tener una religión y etnia diferentes.
Desde hace años, la comparación de Israel con el sistema del apartheid surafricano se ha hecho más evidente. En el caso de ese partido, Sionismo Religioso, el símil es aún peor. Son un símbolo de lo que es justo denominar fascismo judío.
Itamar Ben Gvir es el dirigente más conocido de Sionismo Religioso. Ha dado un salto que se consideraba casi imposible en Israel. Pasar del movimiento racista conocido como kahanismo al máximo nivel de la política institucional. El escrutinio concede a su partido catorce escaños (por 32 del Likud y 24 de Yesh Atid, el partido del primer ministro, Yair Lapid). Será el segundo partido del futuro Gobierno de coalición. Ben Gvir aspira a tener la cartera de Seguridad Pública que le daría el control de las fuerzas policiales.
El fundador del kahanismo es Meir Kahane, un rabino de ideas racistas y violentas nacido en EEUU y que llegó a ser diputado en la Knesset israelí en 1984. Fue asesinado en Nueva York en 1990. Su partido, Kach, fue siempre marginal en la política del país. Uno de sus seguidores, Baruch Goldstein, entró en la mezquita más importante de Hebrón en 1994 y asesinó a 29 palestinos en el momento de la oración.
Kach fue ilegalizado en Israel y definido como una organización terrorista por EEUU y la Unión Europea. Sus dirigentes prosiguieron su actividad política y algunos de ellos se convertirán en miembros del Gobierno israelí en unas semanas. Los que eran considerados entonces una amenaza para el Estado pasarán ahora a formar parte de él y a dirigir la policía.
Su llegada al poder es un símbolo de la degradación política de la sociedad israelí. Aquellas tendencias que eran tachadas de extremismo peligroso son en estos momentos perfectamente asumidas por un alto número de votantes. Incluso apoyadas con pasión.
Hasta hace dos años, Ben Gvir tenía una foto de Baruch Goldstein en el salón de su casa en el asentamiento de Kiryat Arba, además de un retrato de Kahane. No tenía ningún problema en enseñarla a los periodistas que le visitaban.
En los últimos meses, su presencia fue constante en los medios de comunicación. No es tanto que hubiera moderado su lenguaje, sino que la sociedad ha llegado hasta el punto en el que él se encontraba.
«Ben Gvir no ha inventado un nuevo lenguaje político, sino que ha navegado con habilidad en uno ya existente, presionando gradualmente los límites de lo que es aceptable en vez de intentar romperlos. Su habilidad para convertir en normal lo que es radical, en situar lo marginal en medio del pensamiento más común, es lo que le hace tan peligroso», escribió Noam Sheizaf antes de las elecciones.
Ben Gvir, abogado de profesión, ha sido un asiduo visitante de los tribunales en calidad de procesado. Ha recibido doce condenas por varios delitos, entre ellos incitación a la violencia y apoyo a una organización terrorista. Son delitos por los que muchos palestinos son condenados, pero eso ocurre muy raramente en el caso de judíos.
Considera que los palestinos de Cisjordania y Gaza no tienen ningún derecho a formar un Estado. El alcance de su fanatismo llega también a los palestinos que viven en territorio israelí –a los que allí llaman árabes israelíes– y que tienen la nacionalidad del país. Reclama mano dura contra ellos e incluso que se les quite la ciudadanía si cometen actos violentos.
Ben Gvir dice lo que muchos israelíes piensan, pero no se atreven a decir en público: Israel debería ser un Estado sólo para judíos, libre de cualquier presencia musulmana o cristiana.
El triunfo de Sionismo Religioso no es una sorpresa que haya cogido desprevenidos a los demás actores políticos. Formaba parte de la estrategia de Netanyahu para contar con un grupo político potente en la extrema derecha que le sirviera de aliado en un futuro Gobierno. De ahí que promoviera la presentación de una única lista en representación de dos partidos, uno de ellos el de Ben Gvir.
El otro está liderado por Bezalel Smotrich, alguien que se denomina a sí mismo «orgulloso homófobo» y que ha pedido a los promotores inmobiliarios judíos que no vendan casas a árabes. «Cualquiera que quiera proteger al pueblo judío y se oponga a los matrimonios mixtos no es un racista. Cualquiera que quiera que los judíos tengan una vida judía sin no judíos no es un racista», dijo sobre el asunto de la venta de viviendas.
Para Smotrich, si un árabe vive en un edificio de viviendas, eso impide que los judíos tengan una vida plenamente «judía».
Tanto Ben Gvir como Smotrich han declarado que está justificado disparar a matar contra los palestinos que lanzan piedras a los soldados o a los colonos judíos de los asentamientos. Por la misma razón, pretenden que se conceda inmunidad legal a los militares que maten a palestinos en esas situaciones.
El sistema electoral israelí es prácticamente proporcional con la única salvedad de exigir un 3,25% de los votos para entrar en el Parlamento. En la izquierda, los laboristas se negaron a realizar un pacto similar con Meretz. Al final, este partido se ha quedado fuera a poco más de 3.000 votos del umbral y los laboristas se tienen que conformar con cuatro escaños.
Más allá de la capacidad de la izquierda israelí de dispararse en el pie, está claro que los votantes les han abandonado. En cada elección que se celebra, la opinión pública gira hacia posiciones más ultranacionalistas hasta el punto de que los sectores supremacistas que hace dos décadas aún eran considerados unos parias políticos ahora cuentan con la llave del Gobierno.
Son los que no se inmutan si les dicen que el apartheid es lo que caracteriza a Israel. Para ellos, hay que profundizar esa división de derechos entre judíos y árabes y llevarla hasta el final en favor de los primeros.