Las elecciones del 155 iban a solucionar la mayor crisis política sufrida por la democracia española desde 1977. Ese es el mensaje que se transmitió desde el Gobierno central y sus portavoces mediáticos. El inmenso salto al vacío que suponía el proceso independentista y el coste económico que ya había comenzado convencerían a los catalanes de que era necesario un cambio de rumbo inmediato. La «mayoría silenciosa» tenía que dejar clara su voz.
Toda esa premisa de reconquista se ha venido abajo. Los catalanes han hablado para decir algo muy similar a su pronunciamiento de 2015. El bloque independentista mantiene la mayoría absoluta. Su 47,7% de los votos pasa a ser un 47,5%. Con uno de sus líderes en Bruselas y el otro en prisión. Superando la decepción por la independencia que les prometieron y que sólo duró formalmente ocho segundos. Superando la respuesta dura del Estado que les dejó sin Gobierno y con sus líderes sin tener muy claro qué hacer porque no había plan B.
Como las de entonces, estas han sido unas elecciones plebiscitarias. Otra vez, los independentistas no han llegado al 50%, pero una vez más tienen la mayoría para gobernar. Una participación récord les ha hecho perder dos décimas. Dos décimas de cambio tras los acontecimientos inauditos de los últimos meses.
Es en cierto modo un empate político que no pueden resolver la Guardia Civil y el Código Penal. Y tampoco las urnas. Las elecciones del 155 se convocaron para solucionar un problema. El problema sigue siendo el mismo. Si algunos creen que la respuesta de los votantes es equivocada, lo mismo hay que plantearse si la pregunta era la correcta.
Bruselas resultó más útil que la cárcel
En el bloque indepe, ERC y JxC casi han sacado los mismos votos (pero dos escaños más JxC). El primero es un partido histórico del que todos decían que acapararía el voto soberanista frente al exangüe PdCAT. Pero de repente apareció el partido del presidente -como el de Adolfo Suárez en 1977– con una lista improvisada en torno a Carles Puigdemont y una campaña vía Skipe con su líder en Bruselas.
Puigdemont se la ha vuelto a hacer a Oriol Junqueras, esta vez no con maniobras, sino con la fuerza de los votos. El mismo president que estuvo a punto de aceptar frenar la máquina y convocar elecciones autonómicas para que no llegara Rajoy a Catalunya con la artillería pesada, y que se ganó durante unas horas el apelativo de traidor y Judas, ha encarnado el ideal independentista del líder que no se rinde.
¿Incentivos para defender nuevas iniciativas políticas sin renunciar al proyecto independentista? No parece que haya ninguno.
Su problema es que él debe volver a España para tomar posesión del escaño y ser candidato en la sesión de investidura. ¿Su opción será regresar para ingresar en prisión y salir para estar en el Parlament en esas citas para volver luego otra vez a la celda? Que no espere mucha ayuda del Tribunal Supremo ni de la UE.
La victoria que te deja en el mismo punto
El drama ha tenido otro gran beneficiario. Ciudadanos ha recogido el voto de todos aquellos contrarios a la separación de España que fueron movilizados por el proceso independentista. El antiguo cinturón rojo de Barcelona ha tomado un inconfundible tono naranja. El mensaje de Inés Arrimadas ha arrasado entre aquellos votantes a los que precisamente se dirigía.
Tratándose de un partido liberal y aliado de Rajoy en el Congreso, se trata de un fracaso de la izquierda. El PSC y Catalunya en Comú se han quedado de comparsas en esas zonas.
Pero con ser espectaculares esos 37 escaños de C’s como primera fuerza política, sólo llegan a 40 con los diputados del PP. Eso queda muy lejos de los 68 de la mayoría absoluta. Y ahí seguirán mientras no convenzan al PSC y a CeC de que tienen puntos en común. A día de hoy no lo han conseguido. Repetir «bloque constitucionalista» una y otra vez no les va a servir de mucho más, aunque no es poco lo conseguido hasta ahora.
Los dos errores de Ada Colau
Hace un año, Ada Colau era el factor que se escapaba del control del nacionalismo catalán y del español. La experiencia de Catalunya sí que es Pot había resultado fallida, pero se decía que todo sería diferente cuando Colau tomara las riendas. Había un problema. Algunas encuestas decían que su partido era el único que no contaba con votantes totalmente alineados con una posición, a favor o en contra de la independencia. Más de un 30% estaba a favor; el resto, en contra. Es posible que entre los principales dirigentes del partido esos porcentajes estuvieran más equilibrados.
Los independentistas plantearon una pregunta clara a los catalanes. Querían la independencia y pretendían que los ciudadanos se posicionaran. CeC decidió no hacerlo de una forma clara y terminante, a diferencia de los otros partidos, y ha pagado un precio por ello. Ahí no se puede echar la culpa a los votantes. En un momento dramático, aspiran a que los partidos que piden su voto tengan una idea clara sobre lo que hay que hacer. No vale limitarse a decir que estás a favor de un referéndum pactado. Eso sólo es el procedimiento. ¿Cuál será tu opción cuando llegue ese referéndum? En este tema, no vale decir: lo que digan las bases.
También sufrió el espectáculo de división que ofreció CSQP en el Parlament. En el momento de la verdad, el grupo parlamentario tenía más puntos de vista diferentes de los que podía digerir.
Además Colau cometió dos errores en estos meses. Participar en la consulta del 1-O y decir luego que esto ya no iba de independencia, sino del derecho a decidir y de protestar con una papeleta contra la represión policial. Horas después, Puigdemont le sacó de su ensueño. Desde luego que esto iba de independencia.
Los intentos en campaña de modular su mensaje y hacerlo más rotundo contra la independencia llegaron demasiado tarde.
En otro momento decisivo, Colau disparó a la diana equivocada. Por la aplicación del 155, la alcaldesa convocó una consulta entre sus bases para que decidieran si había que mantener el pacto con el PSC en el Ayuntamiento de Barcelona. Mientras sostenía que CeC seguía apostando por el diálogo y ser puente entre los que no se hablaban, daba rienda suelta al cabreo de sus partidarios contra el PSC y el PSOE. Cortaba así el único puente con el que contaba. ¿Cómo iba a construir otros con interlocutores menos propicios?
Malo para el PP, bueno para Rajoy
Soraya Sáenz de Santamaría dijo que España se había salvado gracias a Mariano Rajoy y el PP. Hasta la actuación de los tribunales había que asignarla a los méritos del Gobierno central en una interpretación de la división de poderes que se supone que es propia de una abogada del Estado, y con eso ya queda todo dicho.
Los votantes catalanes no independentistas no sólo no han agradecido a Rajoy tanto desvelo, sino que lo han hundido en las catacumbas. Pero en este caso los números confirman una realidad anterior. El PP es irrelevante en Cataluña desde hace tiempo –también lo era cuando contaba con más escaños–, y ese es uno de los problemas sin solución que hacen pensar que esta crisis se prolongara durante mucho tiempo. No tiene ningún incentivo para moverse.
Es más, se podría decir que el resultado es horrible para el PP y quizá hasta para España, pero bueno para Rajoy. La crispación de la política catalana y su contagio al debate nacional acercan a Ciudadanos al Gobierno central y a su defensa del nacionalismo español y de la Constitución tal y como está. Sin el granero de votos catalanes, el PP ya puede olvidarse de acercarse al 40% de los votos. ¿Qué más da si con algo más del 30% y el apoyo de Ciudadanos es suficiente para mantener a Rajoy en el poder?
Un consejo útil
Si escuchan a alguien decir que ya sabe lo que va a pasar, salgan corriendo. Está intentando robarles la cartera.