2020 nos ha dado muchas noticias inauditas, las suficientes para tener una digestión que dure décadas, pero este miércoles se ha superado. Un actor porno detenido por su relación con la muerte de un fotógrafo en Valencia por el uso de veneno de sapo para solucionarle la adicción a las drogas. La noticia es sorprendente, porque todos pensábamos que las existencias de veneno de sapo se habían acabado hace tiempo por su amplio consumo en el Congreso. No porque haya un problema de drogadicción en las Cortes, que quede claro.
Tocaba aprobar la última prórroga del estado de alarma. Esta vez sin incógnitas. El Gobierno tenía los votos suficientes. A partir de ahí es donde entró en acción el veneno de sapo con su poder alucinógeno. La estrategia de Pablo Casado en relación a las medidas excepcionales por la crisis del coronavirus ha ido tocando todos los palos posibles –sí, abstención y no– en la línea de lo que ha sido el mandato del líder del PP. Ahora está firmemente enclavado en el ‘no’, presionado por la oposición a todo lo humano que surge de Vox. Y está furioso, no tanto como Abascal, pero sí muy furioso.
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