Fuera una idea genial o una concesión al mesianismo político, Íñigo Errejón descubrió tiempo después que fue un error colocar la foto de Pablo Iglesias en la papeleta de las elecciones europeas de 2014. Fue esa cita con las urnas en la que Podemos apareció como un cohete a velocidad Mach 2 que rompió toda la vajilla y cristalería del «régimen del 78» (ahora que Felipe González usa muy orgulloso ese término, se supone que los demás también pueden hacerlo sin que les miren mal). La idea fue suya. De entrada, no le gustó mucho a Iglesias. «Es mi cara la que va a estar ahí y mi cuerpo el que va a tener que soportar eso», dijo. No le faltaba razón. Por lo que se vio más tarde, su cuerpo lo aguantó bastante bien. El de Errejón, no tanto.
El diputado de Más País ha publicado un libro –’Con todo. De los años veloces al futuro’, editado por Planeta– con la intención de contar su versión sobre el auge y caída de Podemos, el suyo personal y el del partido. Él intervino de forma decisiva en lo primero y también en lo segundo. Su enfrentamiento con Iglesias supuso el fin de la inocencia y del crecimiento fulgurante del partido. Son una especie de memorias, lo que llama la atención en alguien que tiene 37 años. Lo publica precisamente cuando Yolanda Díaz pretende formar una candidatura que trascienda las siglas de Unidas Podemos y de cualquier otro partido. Mostrar ahora mismo con crudeza las heridas del pasado en un libro quizá sólo sea una coincidencia. También es posible que responda a otras intenciones. Errejón de momento se muestra escéptico con ese proyecto de reagrupar a la izquierda. A Iglesias, por el contrario, se le ve más esperanzado.
De vuelta a la papeleta de 2014, Errejón cuenta las consecuencias de ese gesto: «El partido se ha entregado al soberano. Al menos simbólicamente, se caudilliza». Como la idea fue suya, parece que está diciendo algo así como que yo forjé la espada que me atravesó el corazón. En sus palabras, no suena tan épico. «Como un ratón que diseña la trampa que luego lo matará». Errejón como víctima de las maniobras de otros es uno de los temas que circula por todo el libro. Y donde no llegan los otros, él echa una mano. No es que quede como un genio en esa parte del autorretrato.
La crisis de Podemos –o el divorcio traumático de Pablo e Íñigo– fue reflejada en muchos medios como una lucha de egos de los dos principales fundadores del partido. Errejón lamenta esa imagen que considera falsa. Muchos de sus votantes quisieron creer que ese era el único problema o pensaron que todo formaba parte de una conspiración mediática para acabar con Podemos. El ex número dos del partido intenta desmentirlo contando que todo empezó mucho antes de que se escribiera la primera frase sobre sus diferencias.
Se presenta siempre como alguien que defiende las esencias de Podemos, el que apoya la estrategia populista, el que cree que deben superar a todos los partidos, incluidos los de izquierda –es decir, Izquierda Unida–, alguien en fin que siempre se ha mostrado distante de la «izquierda entristecida y perdedora». Pablo Iglesias es el «ídolo de masas», la estrella rockera que se aísla y acaba rodeado de su «camarilla». Ahí Errejón reconoce el error de haber dejado solo a su amigo y pronto rival. Iglesias se convierte en solitario en el icono de Podemos que pelea en todas las trincheras mediáticas, mientras Errejón se ocupa de organizar el partido.
Ambos lo lamentarán después por distintas razones. Errejón dice que se forma un grupo en torno a Iglesias para protegerlo y asesorarle. «Comienzan a decir que no está cuidado, que ellos le cuidan. No hay sistema caudillista sin corte». Y esa corte, escribe, viene de Izquierda Unida y trae consigo su mentalidad de partido.
Iglesias se arrepentirá de haber dejado las manos libres a su número dos en la estructura interna. En una reunión de unas veinte personas en un pueblo de Ávila, propone ir en coalición con IU en las futuras elecciones generales y queda en clara minoría. «Esta es la última vez que me pasa esto», cuenta Errejón que le dijo Iglesias después. Un líder no va a suplicar a los demás que estén de acuerdo con él. Es septiembre de 2014, mucho antes de que todo vaya a peor.
Para Errejón, es el momento en que Iglesias empieza a buscar su equipo propio, «gente que le obedezca». Lo interpreta así: «Si se viene un partido, necesito comunistas. Porque nadie mejor que un comunista para habitar un partido». Errejón empieza a ver comunistas por todas partes. O quizá lo escriba ahora y no se dio cuenta entonces. A partir de ese momento, su suerte está echada. Ha diseñado una estructura vertical de mando, no muy diferente a la que existe en otros partidos. Por eso, reitera: «Ese primer Podemos es el Podemos que yo ayudé a diseñar y que finalmente terminó por matarme».
La ingenuidad de Errejón llama la atención. Dice que el partido no era algo «central», para los suyos. Suponía una especie de «engorro» o sólo un instrumento. La idea de que se puede hacer política sin partidos para llegar al poder conduce a este tipo de inconsistencias. Los que se pasan de inocentes siempre pagan el precio.
La división es inevitable e irreversible. El excelente resultado de las elecciones de diciembre de 2015 no sirve para calmar los ánimos. Ocurre lo contrario. Iglesias y él defienden estrategias radicalmente distintas. Se produce una fuerte discusión entre ambos en el Consejo Ciudadano sobre posibles pactos de gobierno que no trasciende en toda su dureza. El líder propone llegar a un pacto con IU con el que sumar su millón de votos. Errejón se opone, aunque de puertas afuera se mostrará más reservado. Al final, cinco (millones de votos) más uno terminan sumando cinco en la repetición electoral. Pero lo relevante es que el partido ya estará dividido hasta el final y pagará por ello en las urnas en 2019.
Lo siguiente es ya la crónica de sucesos. Errejón dice sentirse «vigilado». Su pelea con Irene Montero es «constante». Todo coge un aire bélico. Se preparan «los combates para Vistalegre 2». Las facciones pasan a ser grupos de Telegram. Ahí todo el mundo se suelta entre los suyos. Una filtración por un descuido en marzo de 2016 revela a la dirección lo que están tramando los errejonistas. Iglesias destituye al secretario de Organización, Sergio Pascual. «No vais a sobrevivir», dice Pascual a Errejón. Este calla en público.
«La decisión de Iglesias marcó un antes y un después en su relación con Errejón. Nunca volvió a ser la misma», escribe Aitor Riveiro en ‘El cielo tendrá que esperar’, un libro sobre los tres primeros años de Podemos. «Ahí se jodió todo», le contó después una persona que conocía lo que había ocurrido.
Meses después, los errejonistas desafían a Iglesias con una candidatura contra la dirección regional del partido en Madrid, que preside Luis Alegre. El hecho de que en febrero de 2017 Alegre publique en eldiario.es un artículo que suscribe la tesis errejonista sobre la «camarilla» que rodea a Iglesias («van a lograr parasitar a Pablo hasta destruir al organismo») revela que el psicodrama de Podemos cuenta con más giros que los que sus votantes pueden digerir.
Para resumir el ambiente interno, Errejón cita en el libro una frase sobre Trotski y Zinoviev y habla de purgas. Será que pensaba que alguien ya había escrito su nombre en un piolet. Cuando se pone en faena, Errejón no tiene problemas en relacionar a sus rivales de forma algo obsesiva con lo peor del comunismo. Poco antes se ha referido al «estalinismo cuqui» (¿un piolet envuelto en papel de regalo?). Sesenta páginas después, vuelve a la carga. «No se puede ser disidente en Moscú». ¿Estará intentando decirnos algo?
Los errejonistas están dispuestos a plantar batalla. «Lo que pasa es que no sabemos cómo hacerlo». Por lo que se ve en Vistalegre 2 en febrero de 2017, no le falta razón. Errejón intenta la vía condenada al fracaso de presentar a la asamblea un programa distinto al de la dirección, pero manteniendo a su examigo como líder. Se produce ese momento surrealista en el que sacan una figura de Iglesias de cartón durante la intervención de Errejón, una escena que podría aparecer por derecho propio en ‘The Thick of It’ o cualquier sátira sobre los absurdos a los que puede llevar la política.
La tragedia se ha tornado en farsa: «Se me ocurren pocas formas peores de expresar una idea como esa», admite Errejón en el libro sobre el «Pablo de cartón». Igual es que la idea original era ridícula, lo que no reconoce. Quiero un líder de cartón al que yo le ponga la voz. ¿Cómo podía pretender que saliera bien?
Iglesias y Errejón se abrazan en Vistalegre 2 en más de una ocasión. Es una ficción. Como en todas las guerras, lo primero que se destruye son los puentes. Algunos quedan, como la candidatura del segundo a las autonómicas en Madrid, pero cuando llegue el momento también saltarán por los aires. Errejón se va con Manuela Carmena a montar otro partido.
Al terminar el libro, la duda asalta al lector. ¿Es su testamento? Antes de despedirse de la política, ¿quiere tener la última palabra sobre lo que sucedió en Podemos? La noticia de la retirada de Pablo Iglesias de la política le produce «una enorme tristeza». Le viene una «sensación de fin de ciclo» y de «fin de una trayectoria generacional». Aparentemente, no se refiere a sí mismo. El libro acaba con una palabra: «Seguimos». Por tanto, es posible que vuelva a intentarlo con esa metáfora suya sobre los comienzos de Podemos –»teniendo a la vez que correr y atarse los cordones»– que garantiza que más tarde o más temprano terminarás estrellándote contra el suelo.