Fuera caretas. Nada de sutilezas diplomáticas. Se acabaron las buenas maneras. Un artículo de Jeffrey Goldberg en The Atlantic ha desvelado el lenguaje seco y brutal que los altos cargos de la Administración de Obama utilizan cuando hablan del primer ministro israelí.
Uno de ellos cuenta a Goldberg que Netanyahu es un cobarde (chickenshit). Por si hay alguna duda, lo explica: «Lo bueno de Netanyahu es que le da miedo iniciar una guerra. Lo malo es que no hará nada para buscar un acuerdo con los palestinos o con los estados árabes suníes. Lo único que le interesa es no sufrir una derrota política (en Israel). No es Rabin, no es Sharon, sin duda no es Begin. No tiene valor».
No sólo habla en términos generales, que también. La Casa Blanca ya no cree que Israel esté dispuesta a lanzar un ataque contra el programa nuclear iraní, como sí temían en 2010 y 2012. En realidad, ahora está más preocupada por la capacidad de Netanyahu de boicotear cualquier posibilidad de negociaciones con el Gobierno palestino de Abás a través de la expansión de los asentamientos. Eso no puede sorprender a nadie, y menos en Washington. Un avance de las conversaciones pondría en peligro al Gobierno israelí de coalición. Casi seguro provocaría su final.
[Según algunos medios israelíes, esa fuente anónima podría ser Ben Rhodes, un asesor de Obama clave en política exterior. Quizá sea sólo una especulación o una forma de demostrar que los asesores más cercanos a Obama están señalados.]
El incremento de la tensión entre EEUU e Israel tiene algo que ver con las inminentes elecciones de noviembre. No por los comicios en sí, sino por los dos años que restarán del mandato de Obama. Sin más citas con las urnas hasta su salida de la Casa Blanca, Obama tendrá muchas menos presiones internas en relación a la política exterior. Para horror del Partido Demócrata, no tendrá que aceptar ninguna imposición israelí, y eso Netanyahu lo sabe.
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— Haaretz.com (@haaretzcom) octubre 30, 2014
No es que eso vaya a cambiar por completo la política norteamericana sobre Israel. Pero sí le permitirá buscar en lo que quede de noviembre un acuerdo con Irán por el que Teherán mantendrá su programa nuclear con los controles necesarios para que no se convierta en una programa de fabricación de armas nucleares. En teoría, y por lo que respecta al posterior levantamiento de las sanciones a Irán, eso exigiría el visto bueno del Congreso, pero la Casa Blanca ha dejado entrever que tiene recursos legales para obviar ese requisito.
Eso haría las veces de cortocircuito del último recurso de Netanyahu, citado en el artículo de Goldberg: «Netanyahu ha dicho a varias personas con las que he hablado en los últimos días que ya ha dado por imposible a la Administración de Obama, y planea dirigirse directamente al Congreso y al pueblo norteamericano si se alcanza un acuerdo nuclear con Irán».
En sus últimos dos años, Obama será un ‘lame duck’ con muy escaso margen de maniobra en política interior. Fuera de sus fronteras, seguirá siendo el presidente de EEUU.
¿Hasta qué punto puede presionar EEUU a Israel? Resulta difícil de creer, como apunta Goldberg, periodista con buenas fuentes en Washington y Jerusalén y que ha entrevistado a Obama y Netanyahu, que EEUU vaya a dejar de ser el mejor guardaespaldas de Israel en la ONU y otras instituciones internacionales. Pero nunca se debe subestimar la capacidad de presión de un imperio.
A corto plazo, esa guerra fría entre los dos gobernantes beneficia al israelí en su país. En un contexto político en el que no hay declaración nacionalista que no pueda multiplicarse por cien, Netanyahu puede presentarse como el líder al que sólo le preocupan los intereses de su país y que no se achanta ante las presiones de fuera. Pero si la tensión se hace estructural, muy pronto sectores del poder político y económico en Israel recordarán a su primer ministro que la relación con EEUU es el mayor activo estratégico del país.
El ministro de Hacienda, Yair Lapid, líder del partido centrista Yesh Atid, ha tenido una pelea con Netanyahu sobre el aumento de la inversión de infraestructuras en los asentamientos: «De ningún modo voy a autorizar este tipo de transferencias de fondos a menos que alguien me diga que se ha tomado una decisión para acabar con la relación especial con EEUU y que se va a dar prioridad a los asentamientos sobre el resto de la periferia israelí». En resumidas cuentas, alejarse de EEUU y del centro político abre huecos que otros partidos buscarán aprovechar.
El veterano periodista israelí Ben Caspit pone en relación el último asalto con lo que ya ocurrió en la campaña electoral de las elecciones norteamericanas de 2008. Netanyahu y el millonario Sheldon Adelson hicieron las maniobras necesarias, más discretas en el primer caso, para que Mitt Romney derrotara a Obama. Un presidente de EEUU no olvida estas cosas.
Adelson vuelve ahora a la carga en las elecciones legislativas del próximo martes con su apoyo multimillonario a varios candidatos republicanos. El magnate de los casinos es dueño del periódico de mayor difusión de Israel, medio al que todos definen como proNetanyahu, antes que proLikud. Es un poco exagerado pensar que donde va Adelson, le sigue el primer ministro. Sólo un poco.
Hace diez años, todas estas discordias hubieran dejado a Obama en una posición indefendible en EEUU. La evolución de la opinión pública y los medios, no tanto en el caso de la clase política, le permiten otras opciones. Hay más voces críticas en los medios al tipo de relación de los dos países, por la que Washington no puede osar desafiar al Gobierno israelí, así como a los bombardeos recientes sobre Gaza, y más transparencia en la información sobre el poder del lobby judío en la política norteamericana.
El largo reportaje publicado por The New Yorker este verano es una muestra de esto último. También se puede reseñar como ejemplo lo que ha contado Noam Chomsky. Durante décadas, necesitó protección policial cada vez que daba una conferencia sobre Israel y Palestina en una universidad norteamericana. Ya no.
En cualquier caso, el duelo entre Obama y Netanyahu dará lugar a muchos más capítulos. Tienen algo más de dos años para sacudirse duro.