El Gobierno de Netanyahu estaba decidido a obtener una rentabilidad política inmediata del ataque contra la sinagoga de Jerusalén en el que cuatro rabinos y un policía fueron asesinados. Poco antes de las seis de la tarde del martes, según Haaretz, varios medios israelíes recibieron seis fotografías del lugar de los hechos. El fotógrafo oficial de la Oficina de Prensa del Gobierno había recibido acceso casi exclusivo al interior del templo.
Cuatro de esas imágenes eran de objetos religiosos manchados de sangre. En dos fotos, especialmente horribles, se veía claramente a dos cadáveres.
«A pesar de estas explicaciones (sobre las razones de hacer públicas esas fotos), es muy dudoso que esta diplomacia pública pornográfica le servirá a Israel ganar muchos partidarios en el extranjero», dice el autor del artículo. «Es más probable que sirva para incitar a la opinión pública israelí contra los palestinos, aumentar la hostilidad contra los árabes y convertirse en arma de los que piden venganza».
Bien contado, pero dudo de que eso preocupe mucho a Netanyahu. De la misma forma que tras el asesinato de tres jóvenes israelíes en Cisjordania antes de la invasión de Gaza, su objetivo es propiciar deseos de venganza y hacer ver a sus votantes que nadie como él para llevarlos a la práctica. Dicho en otras palabras tantas veces utilizadas en Israel, los palestinos sólo entienden el lenguaje de la fuerza, y estamos dispuestos a responder multiplicándola por el factor que sea necesario.
Sí, lo mismo se dijo durante la operación de castigo de Gaza y el desenlace no estuvo a la altura de lo que esperaban los israelíes azuzados por esa clase de mensajes. No ha pasado mucho tiempo, pero no importa. Ese lenguaje político es la única respuesta que conoce la clase política israelí. Quizá sea la única respuesta que está dispuesta a escuchar la opinión pública israelí.
Recuerdo que al principio de abril de 2002 salía de un hotel de Jerusalén y escuché una gran explosión a muy poca distancia. Junto a otros periodistas, corrí hasta allí. Un palestino se había hecho estallar en una de las entradas del mercado de Ben Yehuda. Seis personas murieron en el acto y algunos más por las heridas días después. Era un viernes cerca del comienzo del sabbath. Las tiendas ya estaban cerradas y los puestos del mercado estaban recogiendo. Los pocos clientes que quedaban eran ancianos o pobres que confiaban que en los dueños les regalaran la comida perecedera, que de otra manera tendrían que tirar, o se la vendieran con descuento. Sólo por eso el número de víctimas no fue mayor.
Marzo había sido un mes horrible para israelíes y palestinos. Unas 150 israelíes murieron en atentados indiscriminados contra autobuses, restaurantes y bares. El Gobierno de Sharon envió tropas y tanques contra Ramala, sitiando la Mukata de Arafat, Belén y Jenin. Los soldados arrasaron con toda la resistencia que encontraron. Ese mes tocaba que sólo hablaran las armas.
Los periodistas llegamos hasta una cordón policial desde donde no se veía el lugar del atentado, una parada de autobús al lado de la entrada del mercado. Vimos cómo evacuaban a los heridos en la zona en la que estaban esperando las ambulancias. El suicida había llegado tarde. Seguro que esperaba estar allí cuando hubiera más gente. Ben Yehuda siempre estaba abarrotado. Activó los explosivos al poco de bajar del autobús.
En ese momento, llegó una agente de policía, de la oficina de prensa, que nos condujo a la carrera a otro punto más alto de la calle Yafa donde estábamos realmente cerca del lugar de la explosión. No era algo que ocurriera con mucha frecuencia, tanta atención con los no muy queridos miembros de la prensa.
Acto seguido, mientras hacían su trabajo los miembros de la organización que se dedica a recoger en la acera, la calzada o los árboles cada trozo de un cuerpo humano despedido por la explosión, los policías colocaron en fila sobre el suelo varias bolsas de plástico negro en la que se habían depositado esos restos. Por entonces trabajaba para la televisión, pero no tuve que decirle al cámara que cogiera esas imágenes. Cámaras de medio mundo hicieron también ese trabajo. No lo llamaría un espectáculo montado para disfrute de los informativos del televisión –está claro que el autor del atentado y sus jefes no trabajaban para la policía–, pero es indudable que los que dieron las órdenes tenían muy claro lo que pretendían.
No fue la policía la que tomó esa decisión. Era el Gobierno el que quería aprovechar esa oportunidad en un momento en que los medios llevaban tiempo hablando del sitio de la iglesia de la Natividad en Belén o de la destrucción provocada en Jenin. Había que aprovechar cualquier oportunidad para cambiar ese relato y volver a los titulares de los primeros días de marzo. Frente a los que pedían negociación, se ofreció la imagen de las bolsas negras.
Justo después del ataque a la sinagoga, Netanyahu acusó a Mahmud Abás y a Hamás de incitar esta violencia por sus llamamientos a la defensa del recinto religioso de Al Aqsa. También reprochó a la comunidad internacional por ignorar estos hechos, ahora que varios países europeos se plantean el reconocimiento de un Estado palestino. De improviso, fue desmentido por el director del Shin Bet (el servicio de inteligencia interior), que en una sesión a puerta cerrada de una comisión parlamentaria negó que el presidente palestino estuviera detrás de la violencia. Yoram Cohen dijo que Abás no está interesado en promover el terror, no quiere que se desencadene una tercera intifada, ni hay razones para pensar que esté haciendo algo así de forma oculta.
Cohen explicó que el último ciclo de violencia se inició con el asesinato del adolescente palestino Abú Khdeir en Jerusalén en julio y por la presentación de un proyecto de ley en el Parlamento por un diputado del Likud para que se permita a los judíos rezar en la explanada de las mezquitas, que para los ultras es el lugar donde estuvo hace 20 siglos el Segundo Templo de los judíos. A ello se unió las provocaciones de dirigentes derechistas que alentaron una idea extremadamente peligrosa, el caldo de cultivo perfecto para venganzas y ataques indiscriminados contra civiles.
No es ese el escenario que contempla el primer ministro. Netanyahu, como otros gobiernos anteriores al suyo, prefiere optar por la propaganda, y para eso todo recurso es bien recibido, fotos de cadáveres incluidas. No hay que apagar el fuego, sino atizarlo. De ahí podemos deducir lo que vale la declaración aprobada por el Congreso en favor del reconocimiento de un Estado palestino, pero sólo si es consecuencia de unas negociaciones entre ambos lados, a día de hoy inexistentes. Y lo seguirán siendo mientras Netanyahu presente la negociación como sinónimo de rendición.
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Foto: Netanyahu muestra la foto de un miembro de ISIS con un rehén en un discurso ante una organización judía en Nueva York el 30 de septiembre.