Trasteando en una librería, he encontrado un libro muy recomendable: «El show de Berlusconi. Una historia crítica de la quiebra política, económica y moral de Italia a través de los chistes del Cavaliere», publicado por Errata Naturae (vaya nombre para una editorial). Parece una cosa frívola, de esos libros entretenidos que sirven para echar unas risas, pero es mucho más que eso. Es el libro necesario para entender a Berlusconi, y por extensión a Italia.
«Él supo que la popularidad lo haría infinitamente rico y supo que debía anteponer el circenses al panem», explica Barillari. Y así, con el presidente Reagan como modelo («el primer contador de chistes en el poder»), «ha llegado a fracturar Italia como sólo lo había hecho Mussolini. Sólo que Berlusconi ha sido un dictador light». Y lo ha hecho encarnando todos los vicios del italiano medio: «Nunca ha hablado a la gente a la cabeza o al corazón, siempre lo ha hecho a la barriga», dice. «Por eso no estamos hablando de ironía ni de sonrisas agudas, sino de risotadas en muchos casos chabacanas».
Lo cuenta Simone Barillari, autor del libro, que es algo más que la recopilación de los chistes. Ya dije –y puedo presumir de ello porque la frase no es mía– que Berlusconi siempre ha sido lo que era al principio: un cantante de cruceros. Lo fue cuando trabajaba precisamente en eso y aplicó las mismas artes cuando dirigió el Gobierno de su país durante años (para desgracia de las italianas). Barillari opina lo mismo pero con la palabra animador, que es más correcta en este caso: «Berlusconi nunca ha dejado de ser el animador de crucero que fue en su juventud y fue encontrando escenarios cada vez más grandes».
¿Por qué cayó Berlusconi? La crisis, la huida de varios de sus antiguos aliados, la presión de Alemania y la UE… Todo eso es cierto. Pero Ballinari incide en el punto importante: «Ahora tarda 20 minutos en contar un chiste de dos». Ya le resultaba muy difícil contar esos mismos chistes, groseros y chabacanos, con los que antes encadilaba a su auditorio.
El tipo que sabía contar chistes perdió esa habilidad. Y ahí se acabó su historia.