A la izquierda, la imagen que todos hemos visto en los últimos días. A la derecha, otra bastante parecida, obtenida en la misma ciudad y diferente a la anterior. Una niña herida en un hospital de Alepo, pero en el otro lado de la ciudad. También sobrevivió a un ataque indiscriminado contra la población civil. En su caso, los que intentaron matarla fueron los que quieren derrocar al Gobierno de Asad.
Según los datos recopilados por el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, 168 civiles han muerto en agosto en bombardeos de las zonas ocupadas por los insurgentes, donde viven en torno a 200.000 personas. 165 civiles han muerto en ataques con morteros y artillería realizados por los insurgentes contra la zona de Alepo controlada por el Gobierno, donde viven al menos un millón de personas. En el primer caso, hay 26 niños entre las víctimas. En el segundo, 49.
Las cifras son casi idénticas, pero hemos visto más imágenes de lo que ocurre en la zona de Alepo donde vive Omran, el niño de la izquierda, que en el otro lado. Los insurgentes están rodeados y no tienen ninguna posibilidad de ganar. La zona de Alepo controlada por el Gobierno no está tan destruida, pero sus habitantes viven también con la amenaza constante sobre sus cabezas.
Hay también un cálculo de la misma fuente sobre las víctimas ocurridas en los últimos cuatro meses. 819 civiles muertos en la zona este, la de los insurgentes (entre los que hay 167 menores). Al otro lado, los civiles muertos son 554 (incluidos 143 menores).
La superioridad aérea de las fuerzas del régimen les permite atacar sin posibilidad de que sus enemigos puedan impedirlo. La forma que tienen estos de responder, en otras palabras, de vengarse, es pagar con la misma moneda a los civiles del otro lado. Ha sido una constante en esta guerra. En las épocas en las que el frente ha estado paralizado en su mayor parte, los contendientes no han cesado de hostigarse, lo que en este caso significa atacar a las zonas civiles del contrario. Puede que al Gobierno le falten tropas para sostener ofensivas en varios puntos del país, pero siempre puede hacer despegar sus aviones y helicópteros. Es posible que los insurgentes no tengan armamento suficiente para responder a esa amenaza, pero tienen morteros de calibre suficiente para provocar una carnicería a unos pocos kilómetros.
La oposición a Asad entendió desde el primer momento que necesitaba el apoyo exterior para acabar con el régimen. De ahí que las imágenes e informaciones hayan sido más extensas desde su lado que desde Damasco. La guerra de la propaganda es un elemento fundamental de cualquier conflicto bélico, en especial como en el caso de Siria cuando muchos gobiernos no son simplemente testigos, sino participantes activos, lo que obviamente condiciona la información de sus medios. Al otro lado, el Gobierno de Damasco ha querido controlar el acceso a la información y sólo ha concedido visados a periodistas occidentales de forma restrictiva. Tienen más facilidades los medios de países aliados del régimen sirio, y su información nunca se aleja de los intereses de sus gobiernos. Eso hace que sea muy frecuente que se destaque más el sufrimiento de unos civiles sobre otros, cuando en ambos casos hablamos de crímenes de guerra.
El Gobierno de Asad no tiene casi ningún aliado entre los principales medios de comunicación occidentales, que, una vez que resultó prácticamente imposible la presencia de periodistas propios en el país, tuvieron que nutrirse de imágenes e informaciones que les llegaban de los grupos, políticos o armados, islamistas o yihadistas, que luchan contra Asad.
En las guerras civiles, no suele haber neutrales, no ya porque cualquiera tiene derecho a tomar partido al estar el destino del país en juego, sino porque no hacerlo termina poniendo en peligro tu vida. La información que puedan facilitar está condicionada por eso. Y es al final la única materia prima con la que cuentan los periodistas. Lógicamente, lo que hagan con ella después es su responsabilidad.