Los golpes de Estado no son un instrumento anacrónico para alcanzar el poder. En otra demostración de que la democracia continúa sufriendo ataques similares a los de otras épocas, han seguido produciéndose en los últimos veinte años. El último ha tenido lugar en Myanmar, donde la cúpula militar ha expulsado del poder al Gobierno civil con todas las medidas que se esperan de un ‘putsch’: detención de políticos y activistas, toque de queda, bloqueo del acceso a redes sociales y prohibición del derecho a manifestarse. Los militares birmanos saben cómo dar un golpe. Recuperaron el control del país en menos de 24 horas.
Joshua Kurlantzick, del think tank Council on Foreign Relations, escribe que quizá no sean tan habituales como antes, pero sí han mejorado su porcentaje de éxito en la última década.
«Los militares de Egipto derrocaron a su Gobierno en 2013, los de Tailandia en 2014, los de Zimbabue en 2017, los de Sudán y Argelia en 2019, y los de Malí en 2020. En algunos países que parecían haber dejado atrás los golpes, han vuelto las interferencias militares, como en Bolivia, incluso aunque los generales no culminaran por completo la toma del poder en la crisis política de ese país en 2019. Los golpes exitosos han aumentado desde una cifra muy pequeña en la década de los 2000 a cifras mayores en la de 2010. Ahora en 2021, los militares de Myanmar han llevado a cabo con éxito otro golpe.
Aunque hubo 47 golpes e intentos de golpe en la década de 2010, comparados con 76 en la anterior, según la base de datos del Cline Center for Advanced Social Research de la Universidad de Illinois, ‘los golpes de la pasada década tuvieron una tasa de éxito mucho mayor que en periodos anteriores’, según un análisis de Clayton Thyne y Jonathan Powell. En sus cálculos no incluyen 2020 y 2021, aunque en ese tiempo ya se han producido dos golpes».
Las razones de esa mayor ‘eficacia’ hay que buscarlas en las condiciones de cada país. Algunos ejércitos cuentan con un mayor historial en cuanto a interferencia en el poder civil. Los hay además, como en el caso de Egipto, que gozan de un inmenso poder económico al que no están dispuestos a renunciar.
Kurlantzick cree que la respuesta a estos golpes debe ser una acción más decidida de los gobiernos occidentales, pero estos han apoyado en el pasado, lejano y reciente, a regímenes autoritarios dirigidos o condicionados por el Ejército. Las relaciones de EEUU y Europa con el Gobierno egipcio dirigido por el general golpista Sisi son excelentes, tanto por la consideración de Egipto como socio clave en la lucha contra el terrorismo yihadista como las excelentes oportunidades comerciales que ofrece, que en el caso de Francia incluyen la venta de armamento.
Los militares birmanos tienen pocas posibilidades de convencer a la Administración de Biden de sus buenas intenciones. Son conocidas sus buenas relaciones históricas con el Gobierno chino. Sin embargo, hay ciertas iniciativas que nunca se desdeñan porque sólo cuestan dinero. El Gobierno de Myanmar ha firmado un contrato de dos millones de dólares con la empresa de lobby y relaciones públicas Dickens & Madson, dirigida por el exagente de inteligencia israelí Ari Ben-Menashe, un personaje de oscuro pasado y siempre dispuesto a representar a dictaduras que intentan mejorar su relación con EEUU.