Los islamistas marroquíes del Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD) han visto confirmada su victoria electoral con un 29% de los votos y 107 escaños sobre 395. Se han ganado el derecho a que el rey les encargue la formación de un Gobierno de coalición. Aspiran a conseguir un acuerdo con tres partidos laicos (Istiqlal, socialistas y ex comunistas) que les dé la mayoría absoluta de la Cámara. No quieren tener nada que ver con los partidos supuestamente liberales creados bajo el cobijo de la monarquía.
En el festejo de la victoria, sus seguidores gritaban «¡Ladrones, ya hemos llegado!». Ese es uno de los factores fundamentales de la futura transición democrática. Los partidos laicos tradicionales aceptaron durante décadas participar como encubridores de la corrupción y del control de los principales recursos económicos del país por el Majzen, la oligarquía incrustada en la monarquía alauita. Hasta los socialistas, la habitual fuerza de oposición en la época de Hassan II, terminaron jugando el papel de fachada pluralista del sistema. La gente daba por hecho que todos los políticos estaban comprados, lo que no se alejaba mucho de la realidad.
Las redes clientelares y el nepotismo han permitido que esos partidos conserven un apoyo relevante del electorado. Ahora les toca evolucionar a posiciones ideológicos reales que no se basen en la defensa de sus intereses económicos. Si no lo hacen, los islamistas irán aumentando su poder en futuras elecciones. Siempre, eso sí, que la monarquía no dé marcha atrás en el proceso de reformas.
Fuera del sistema quedan los islamistas del movimiento Justicia y Espiritualidad, cuyo auténtico poder resulta difícil de medir. La altísima abstención y la pasividad de buena parte del electorado que ni siquiera se registra para votar tienen que ver con obviamente con el apoyo de este grupo, pero también con décadas de elecciones fraudulentas manipuladas por la monarquía. ¿Para qué votar si siempre gobernaban los mismos? Nunca había grandes diferencias entre los gobiernos presididos por un político del Istiqlal, del partido de turno promocionado por el rey o, incluso al final, de los socialistas.
Al igual que en Egipto y Túnez, el PJD puede convertirse en la gran fuerza conservadora del país con el referente obvio del partido de Erdogan en Turquía. En su seno, se producirá una lucha entre los grupos reformistas y los retrógrados. Sus políticas dependerán del desenlace de este enfrentamiento. Hay que recordar que en Turquía han sido los gobiernos islamistas los que han puesto en marcha políticas reformistas, y no los gobiernos de centroderecha o centroizquierda que aceptaron siempre en el pasado la tutela de los militares y de los grandes grupos empresariales.
Desde luego, ese es un desenlace que no está garantizado en otros países. La involución tiene muy diferentes formas, y una de ellas puede ser la imposición de ideas reaccionarias justificadas en razones religiosas.
En su editorial de hoy el ABC analiza el resultado y comienza con la tradicional actitud colonialista de imponer lecciones al futuro Gobierno: «Es necesario que sepan que no podrán contar con el apoyo de Occidente si no respetan los principios de una sociedad libre y los derechos humanos». La monarquía de Hassan II siempre recibió el apoyo político y económico de Francia y los gobiernos democráticos españoles (exceptuando las fricciones en el segundo caso por el tema de Ceuta y Melilla) a pesar de que el régimen marroquí nunca tuvo el menor interés de promover los derechos humanos. Antes al contrario, cualquier conato de oposición al Gobierno era respondido con una dureza implacable.
«Resulta dífícil de entender que la mayoría de las sociedades árabes aprovechen los vientos de libertad para apoyar masivamente a las opciones islamistas, que no prometen democracia sino una sociedad organizada según tradiciones premodernas y criterios religiosos más o menos medievales».
Es difícil de entenderlo sin duda cuando uno está ciego. Los grupos islamistas han luchado durante años contra dictaduras o regímenes autoritarios, han sufrido la represión y han pedido elecciones libres, lo que era anatema en esos países. No es extraño que en un primer momento reciban un gran número de votos en las primeras elecciones democráticas, o en cualquier caso mucho más democráticas que votaciones anteriores.
El ABC se sorprende de que «el despertar de la conciencia democrática» hasta ahora no haya «beneficiado a las fuerzas democráticas de inspiración occidental». Es el típico caso de ‘queremos que sean como nosotros’. No va a funcionar. Las ideas liberales han sido defendidas de forma falsa y artera por gobiernos autoritarios aliados de Occidente en Egipto, Túnez y Marruecos. Ese ‘liberalismo’ podía ser coherente en la defensa de ciertos principios (los derechos de la mujer, la lucha contra la intolerancia religiosa), pero se acababa a las puertas del colegio electoral. ¿Qué clase de liberalismo de «inspiración occidental» era ese?
El conservadurismo de los islamistas está impregnado de religión, algo obviamente preocupante pero que el ABC no considera un problema cuando habla por ejemplo de las «raíces cristianas» de Europa.
Y si nos remontamos en el tiempo en relación a la transición democrática española –aunque la comparación entre sociedades de culturas diferentes es algo que no se puede llevar demasiado lejos–, descubriremos para nada sorprendidos que los conservadores españoles creían que esos principios religiosos debían de servir de inspiración o dique en los primeros pasos de la democracia. Por eso, Alianza Popular se oponía firmemente entonces no ya al aborto, sino también al divorcio. Y al igual que los islamistas, por razones fundamentalmente religiosas, como demuestra esta memorable frase de Manuel Fraga: «Vamos a defender el matrimonio religioso de cualquier ataque. Seguiremos la actitud de la Iglesia, custodia de la moral cristiana».
Confíemos entre los islamistas marroquíes no prevalezcan aquellos que defiendan la vía Fraga hacia la democracia.